Escrito por Luis Roca Jusmet
Clément Rosset es quizás el autor que ha elaborado de la manera más original
la contraposición entre las nociones de realidad y de
ilusión. Este planteamiento lo inicia Rosset con un libro
titulado Lo real y su doble, que precisamente subtitulará
Ensayo sobre la ilusión. Los humanos, dice, tenemos poca tolerancia con lo real y éste se
vuelve insoportable cuando nos resulta excesivamente desagradable.
Entonces rechazamos lo real de diversas maneras. Lo hacemos en el
límite con soluciones trágicas, que van de la autoaniquilación
física (el suicidio) hasta la destrucción mental (la psicosis).
Pero hay también una solución de compromiso, menos trágica y que
consiste en la pérdida parcial de lo realidad insoportable a través
de la represión. Recordemos a Freud cuando nos habla de que no solo
hay pérdida de realidad en la psicosis sino también en la
neurosis. Rosset, en este texto, estudia una manifestación sofisticada y opaca
de la ilusión que es la que él llama la creación de un
doble, que es la elaboración de una percepción inútil (aunque
errónea). No hay que considerar aquí el doble como el fenómeno
anómalo y patológico propio de la esquizofrenia sino de algo mucho
más común y cotidiano. El estudio se centra entonces en las
manifestaciones culturales a través de las cuales se manifiesta este
fenómeno: la ilusión oracular (vinculada a la tragedia
griega), la ilusión metafísica (propia de las filosofías
idealistas) y la ilusión psicológica ( que es la del
hombre y su doble). El análisis de Rosset tiene un planteamiento
que me parece algo forzado, ya que de lo que nos habla es de
construcciones culturales que considero que tienen un carácter muy
parcial, aunque vale la pena entrar en algunas de sus sugerencias. La
ilusión oracular de la que nos habla no es de lo que parece, que
es la de una supuesta capacidad de predicción del futuro, sino una
implacable afirmación del carácter necesario y asfixiante del
presente, de lo que ocurre ahora. No hay nunca un doble del
acontecimiento porque la realidad es idiota; esta palabra, si
nos remitimos a su etimología griega quiere decir simple,
singular y por tanto insignificantemente, absurdamente única.
Pasamos a continuación de la ilusión oracular, que sería un
doble del acontecimiento, a la ilusión metafísica,
que nos lleva a duplicar lo real. Este mecanismo funciona creando
Otro mundo que se considera más real que éste. El
planteamiento, evidente en el cristianismo, nos remite desde la
tradición filosófica a Platón. Esta ilusión nos llevaría a
afirmar que lo real no tiene un sentido propio, sino en que hay que
buscarlo en otra parte. Lo real inmediato y físico, desde el
discurso platónico, se considera como el un remedo engañoso de otro
más perfecto, al que sólo podemos acceder a través de la razón y
que es la que le da sentido. El pensamiento metafísico se funda en
un rechazo visceral de lo presente, que solo puede ser visto como la
representación de Otra Cosa, de Otro Mundo. De la ilusión
metafísica pasa Rosset a la ilusión psicológica en la
cual el yo es visto como el doble de otro, pero ésta me
parece una especulación demasiado artificiosa para desarrollarlo
aquí.
Lo que me interesa
recoger de Rosset es la función que atribuye a la ilusión como
protección frente a lo real. Rosset sigue aquí la línea de
Freud al considerar que lo ilusorio no es un error sino la
proyección improbable de un deseo. Pero le da un giro al
plantear que la ilusión representa no sólo una escapatoria frente a
lo real sino también una defensa frente a ella. La ilusión de la
que hablamos no es la generada por los sentidos, ya que si fuera éste
el caso entonces quedaría reducida a un error perceptivo o de
juicio. Todas las formas de contestación de lo real, plantea Rosset,
sean las de ayer o las de hoy, se apoyan de diferentes formas en un
doble ideal. El filósofo francés continúa su elaboración teórica
en otro libro, titulado Lo Real, en
el que insiste sobre el carácter idiota, carente de sentido e
insignificante de lo real. Lo demás, dice, significa mirar a otro
lado. De la negación de esta evidencia vital, accesible a cualquier
humano, es de donde sacamos que la vida tiene un sentido. Queremos
negar que la realidad es producto del azar y de la necesidad, pero no
tiene finalidad. Lo real es lo que es y no puede ser otra cosa, con
su insistente monotonía o arbitraria incoherencia, y esto es lo que
no estamos dispuestos a aceptar. Son los ilusionistas los que
niegan esta devaluación generalizada, esta disconformidad de lo
que hay con sus significaciones idealizadas. Rosset plantea aquí
un tema crucial, que es el de la transformación estética de lo
real a través de la escritura. Rosset se centra en lo que él llama
la grandilocuencia, que sería el intento de tratar lo real a
través de una retórica ideológica, que aparentemente lo amplifica
pero que en realidad lo escamotea. Me parece una cuestión de enorme
importancia, que tiene que ver con lo que hoy llamamos la
corrección ideológica y que siempre se ha tratado con otro
término, que es el de eufemismo.
Pero la cuestión que
se plantea aquí en profundidad es la relación entre lo real y su
representación. Lo real, nos dice Rosset, tiene poca brillantez y
no se deja ni fijar ni atrapar por sus formas de representación, sea
la imagen o, sobre todo, la palabra. Si las representaciones brillan
excesivamente, entonces sustituyen con su esplendor a la opacidad de
lo real y de esta forma lo enmascaran; hay que acercarse a lo real
mirando con una cierta distancia, de reojo, sin intención porque
sino acabamos dándole cualquier finalidad, distorsionándola según
nuestro deseo de ocultar lo que tiene de propio, que es su idiotez.
La realidad tiene una densidad que señala la plenitud idiota de la
vida cotidiana la del aquí y ahora, y si no queremos o podemos
aceptarla en su absurdidad miramos hacia otro lado, que es el de la
ilusión, que tiene una brillantez tan propia como falsa. Clemence
Rosset continua la misma línea de reflexión pero abordando de una
manera inesperada la relación entre lo real y el imaginario. Comienza desmarcándose radicalmente del tópico según el cual
asociamos el imaginario a lo irreal; el rechazo de lo real no tiene
así nada que ver con el imaginario, ya que la percepción de lo real
y la representación imaginaria tienen la misma filiación, en la
medida que el imaginario es la Otra escena de lo real, tal
como pone de manifiesto su manifestación más paradigmática que es
el arte. Para Rosset los dos dominios no sólo compatibles, sino
incluso complementarios. Es lo ilusorio lo que se contrapone a lo
real por la ambigüedad radical que lo caracteriza, ya que el lugar
que pretende ocupar es el que pertenece a lo real. Pero aquí Rosset
aparece como inconsecuente: ¿No es el arte una transformación
estética de lo real para huir de su opacidad, de su idiotez ? Quizás
aquí la única posición coherente sería la de Rimbaud, que antes
de los veinte años deja de escribir para sumergirse en esta
estupidez de lo real ya que no quiere escaparse de ella.
Otra cuestión interesante que plantea Rosset en este estudio es que
la representación más fiel de lo real no es la que funciona
simultáneamente a la percepción sino la que le sigue. ¿Cómo
justifica esta afirmación, que de entrada puede parecer una
boutade? De una manera muy clara, que es planteando que la
realidad no es accesible directamente a través de los sentidos. Lo
que hacemos es reproducirla en nuestra mente y desde aquí podemos
reconocerla. Lo que llamamos la representación es ni más ni menos
que el conocimiento como tal. Éste solo es posible esta segunda
vez, que se corresponde con el representar consciente de la
percepción no consciente. El que la representación sea posterior,
que tenga una antigüedad, hace que tenga siempre un carácter
tardío. Curiosamente Rosset acaba defendiendo, aunque sea bajo una
perspectiva inesperada, la teoría de la reminiscencia de Platón. La
llegada de lo real a la conciencia no es un conocer sino un
reconocer.
La ilusión es una ficción consoladora a través de la
cual los humanos nos autoengañamos. Pero si
lo ilusorio consiste en dar una apariencia de realidad a
lo no que no lo es ¿ cuál es el criterio de verdad que nos permite
decir lo que es y denunciar lo que no es ? Uno está preso de una lógica realmente ilusoria si
quiere explicar del todo la formación de las ilusiones, es decir si
pretende estar liberado totalmente de ellas.
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