Escrito por Luis Roca Jusmet
Las imágenes se hicieron al principio para evocar la apariencia de algo ausente. Gradualmente se fue comprendiendo que una imagen podría sobrevivir al objeto representado; por tanto, podría mostrar el aspecto que había tenido algo o alguien, y por implicación como lo habían visto otras personas. Posteriormente se reconoció que la visión específica del hacedor de imágenes formaba parte también de lo registrado. Y así, una imagen se convirtió en un registro del modo como X había visto a Y. Esto fue el resultado de una creciente conciencia de la historia. Sería aventurado pretender fechar este último proceso. Pero sí podemos afirmar con certeza que tal conciencia ha existido desde comienzos del renacimiento.
John Berger
Hay un viejo libro de Jean-Paul Sartre, L´imaginaire, que puede
ser un buen punto de partida. Contiene un análisis fenomenológico de la imagen mental a la que, en contra de la teoría de las facultades de los
escolásticos y de la teoría asociacionista de los
empiristas, le da un estatuto
propio diferenciado del de la percepción. Sartre considera la imagen mental y la percepción como dos formas de
conciencia paralela, en la que la primera tiene como referencia los
objetos mentales y la segunda los objetos físicos. Tanto la percepción como la imagen mental son formas reflexivas de la conciencia
que al ser necesariamente intencionales tienen que ser conciencia de algo. La
percepción lo es de los objetos físicos, que para el materialista Sartre
constituyen en su conjunto el mundo en su totalidad. Pero la percepción lo es
siempre de algo que aparece en un contexto, pero éste queda necesariamente
excluido del acto perceptivo. La percepción como forma de conciencia de los
objetos físicos siempre es trascendida por éstos, ya que existen independientemente
de ella y por tanto la desbordan. Nunca pueden ser captados en la totalidad dinámica
en la que están inscritos. Los
humanos tenemos la capacidad de recordar y de pensar a partir de lo percibido y
desde esta capacidad, dice Sartre, elaborar una imagen mental. Diferencia también entre la imagen mental y
el
signo, al que considera una representación totalmente arbitraria diferente de
un objeto mental. Aunque ambos lo son de objetos mentales (ideas). La imagen mental sería entonces la conciencia de estos
objetos mentales. Al contrario que los objetos físicos pueden ser captados en
su totalidad porque por su naturaleza son fijos: son representaciones mentales
están siempre delimitadas de una manera precisa. Para Sartre hay que situar la imagen mental en el registro temporal que le
corresponde, que es el del pasado, cuando es un recuerdo, o el futuro, si es un proyecto. En ningún
caso puede ser el presente, ya que entonces sustituiría a la percepción. En
este caso adquiere lo que llama en sentido negativo una función irrealizante.
La imagen mental hay que situarla entonces, continua
Sartre, en el lugar que le corresponde. Su función precisa es la de ser la
condición que posibilita el horizonte de la acción humana y la existencia de la
libertad.
Somos libres en la medida que podemos imaginar una realidad que es posible diferente
siendo diferente de lo que percibimos. Sólo sobre esta base tenemos posibilidad de transformar la
realidad. Para Sartre lo que hacemos al imaginar no es otra cosa que captar un
objeto mental que representa situaciones irreales. En este sentido la percepción
y el imaginario son complementarios en la medida que son manifestaciones conscientes
del presente y de un posible futuro. Tenemos ya aquí una primera línea de trabajo
que plantea una determinada concepción del imaginario como el
análisis fenomenológico de la imagen mental. Aparece como algo independiente de
la percepción y a la que se atribuye la función de ampliar sus límites
posibilitando así la libertad humana.