Escrito por Luis Roca Jusmet
Lo que somos, nuestra identidad personal, es compleja. Hay elementos simbólicos, imaginarios y reales. Elementos imaginarios son la imagen de la superficie corporal, las identificaciones parciales que realizamos a partir de las figuras de los otros ( sean personas o símbolos)... es lo más inconsistente. Lo simbólico es lo que nos da consistencia. Es el nombre vinculado a un significante consistente, el núcleo a partir del cual determinamos frente a nosotros mismos, los otros y el Otro. Es algo que interiorizamos del Otro simbólico y se convierte en la base de nuestra personalidad. Yo lo llamaría el carácter. Luego está lo real, mucho más difícil de definir. Es nuestra configuración pulsional, el factor constitucional del que hablaba Freud. es genético. Pero genético no quiere decir hoy determinismo mecánico, ya que la epigenética ha mostrado que las tendencias genéticas se materializan en el tiempo inicial de existencia de una manera en la que las primeras experiencias intervienen. Es lo que llamamos temperamento, concepto que la terminología científica actual también ha recuperado. Se trata de unas pautas receptivas y reactivas, aparte del elemento pulsional que he citado. Es decir, que hay una manera básica de recibir los estímulos ( más o menos sensible ) y una manera básica de responder ( más rápida o más lenta, más inhibida o más impulsiva). Y junto a estas pautas una presión interna determinada, a nivel sexual-afectivo y agresivo. Se trata de lo pulsional. Pero lo real, como nos enseñó Lacan, es también lo irreductible, lo que se escapa a nuestra estructuración simbólica y a nuestras identificaciones imaginarias. Digamos que la personalidad es este entramado de temperamento, carácter y el entramado disursivo, simbólico e imaginario que conforman nuestro yo narrativo, la manera como nos explicamos a nosotros mismos y a los otros. La clasificación entre inconsciente, preconsciente y consciente ( primera tópica ) o entre ello, yo y superyo ( segunda tópica) no dejan de ser modelos que son útiles si los entendemos en la dimensión que tienen, que es nominalista. Es decir, que no se trata de conceptos que describan propiedades de entidades reales sino que nos permite aproximarnos a un objeto de estudio que es irreductible a una descripción objetiva. Los conductistas tenían razón en esto, en que la mente es una caja negra. Pero si queremos entender nuestra conducta, tanto la interna como la externa, hemos de construir conceptos que nos permitan aproximarnos a ella. Porque si no lo hacemos así no podemos entender nada de lo que nos ocurre, ya que no son los hechos sino la significación que les damos lo que explica lo que hacemos o dejamos de hacer.