Reseña de
Ejercicios espirituales para
materialistas. El diálogo (im)posible entre Pierre Hadot y Michel
Foucault
Luis Roca Jusmet
( Prólogo de Francisco Vázquez García
)
Barcelona : Terra Ignota, 2017
Escrito por Víctor Hugo López Martín
Este “libro-experiencia” de Luis
Roca Jusmet, escrito desde una serena lucidez y un sobrio rigor, nos
sirve como “caja de herramientas” para orientarnos en un mundo,
el nuestro, sumido en un profundo nihilismo, una insoportable
mediocridad y un lamentable hastío…esto es, en un mundo falto de
creatividad, de inteligencia; de vida. Y es aquí donde su obra cobra
sentido, en tanto que propone una relectura de las “artes de la
existencia” de los filósofos antiguos, una nueva mirada a esas
“artes de la vida” del mundo grecolatino, a partir de las
fértiles y disímiles interpretaciones de Pierre Hadot y Michel
Foucault, interpretaciones propiciadas, en parte, por el diálogo
filosófico que ellos mismos mantuvieron en vida, interpretaciones,
también, enriquecidas por nuestro autor, que prolonga el diálogo al
imaginarlo más allá del ámbito de lo posible, poniendo en valor la
afirmación de otro diálogo, esta vez el que establecen “Ernest”
y “Gilbert” en “El Crítico como Artista” de Oscar Wilde,
donde el literato defiende que no hay creación sin crítica, y, a su
vez, que no hay crítica sin creación.
Para llevar a cabo tal empresa, primero
se comparan las “aventuras filosóficas” del “estoico”,
racional, paciente y meticuloso Hadot, que denominará a las artes de
la vida “ejercicios espirituales” y del genial, intuitivo,
transgresor y “cínico” Foucault, que rebautizará esas artes de
la existencia con el nombre de “tecnologías del yo”. Irá
desglosando esas aventuras, elaborando así las “biografías
intelectuales” de sendos pensadores. El resultado es el
cumplimiento del archiconocido dictum de Horacio, el “prodesse et
delectare”, pues el autor nos brinda la oportunidad, a través de
un interesante ejercicio de “sociología de la filosofía”, de
profundizar en la “experiencia interior” de los dos pensadores
franceses. Así las cosas, se nos recordará que el interés de Hadot
por tales artes de la vida de la antigüedad clásica nace a partir
del estudio de Marco Aurelio y Sócrates, siendo su formación
escolástica la llave de acceso que le hará (re)descubrir la
filosofía antigua, sobre todo el neoplatonismo y el estoicismo, pues
realizará su tesis doctoral sobre un neoplatónico como Marco
Victoriano para posteriormente sumergirse en otro como Plotino, de
ahí la importancia del concepto de “conversión”, mediante la
cual el “saber metafísico” nos transformaría interiormente,
entrelazando así Bien y Verdad. También, que leerá la poesía de
Rilke y la mística española de San Juan de la Cruz o Teresa de
Ávila y que se formará en París bajo la línea filosófica
neotomista de Paul Henry, línea desde la cual se abrirá a un
existencialismo humanista cristiano, representado por la figura de
Jacques Maritain, sin olvidar su pasión por la filosofía de
Nietzsche y Heidegger, pasión compartida con Foucault y que el autor
examinará pormenorizadamente.
De Michel Foucault se nos dirá que es
en la década de los 80 cuando se centrará en los textos antiguos,
cuando reflexionará sobre el mundo griego (sobre todo el
helenístico-alejandrino), el romano y el del cristianismo primitivo.
Este “último Foucault” es el que importa, pues es la época en
que estudia esas artes de la existencia, esas arte de la vida, y ello
a través de los cursos del Collège de France; primero con “El
Gobierno de los Vivos” (1979-80), clave en tanto que nos habla de
esos ejercicios espirituales en relación a la “invención de la
subjetividad”, a la construcción -que no al descubrimiento- del
yo, y, más tarde, con “La Hermenéutica del Sujeto”, (1982)
donde relaciona el “conocimiento de sí” (gnóthi seautón) con
el “cuidado de sí” (epimeleia heautou), cuidado de sí que
implicará unas “tecnologías del yo”, unas técnicas y un
“trabajo ascético” que no harán más que poner de relieve la
cuestión de la relación entre el sujeto y la verdad, relación
condicionada por “campos de saber”, mediados, a su vez, por otras
“relaciones de poder”.
Lo interesante es que, como señala el
autor del libro, es en ese momento cuando Foucault lee atentamente
los textos de Hadot, quien escribiera su obra “Ejercicios
espirituales y Filosofía Antigua” en el año 1981, y, también,
cuando establece un contacto personal que se redujo a una oferta vía
telefónica para que entrara como profesor titular en el Collège de
France (aceptando la Cátedra de “Pensamiento Helenístico y
Romano”), amén de “uno o dos” encuentros informales. Como no
podría ser de otro modo, Foucault tendrá otra manera de enfocar la
cuestión de las prácticas de los filósofos de la antigüedad, pues
le marcarán sus propias influencias, las del filósofo de la ciencia
Georges Canguilhem, crítico con el reduccionismo del “psicologismo”
y el “psiquiatrismo”, por el Heidegger de “La Cuestión de la
Técnica”, por los nietzscheanos Bataille, Blanchot y Deleuze, por
el historiador grecolatino Paul Veyne y por el estructuralista
Georges Dumézil, que estudia los mitos y religiones indoeuropeas
según esa corriente.
Luis Roca Jusmet pasa entonces a
interconectar las aventuras filosóficas de los dos pensadores
franceses a partir de los puntos de convergencia y divergencia que
sostienen e imagina un diálogo de “filosofía-ficción” en el
que Foucault daría la réplica a Hadot, para, finalmente,
preguntarse si la filosofía puede considerarse hoy en día una
“forma de vida”, reconociendo la respuesta afirmativa de Hadot y
la negativa de Foucault, a pesar de que, para ambos, la filosofía
tiene “capacidad transformadora para el sujeto”, es una
“experiencia vital”. Si para Hadot la filosofía deja de ser una
forma de vida cuando se distingue entre filosofía y “discurso
filosófico”, si para él la actitud filosófica es la del “sabio”,
donde la contemplación conllevaría una liberación, un trascender
el yo, un salto a lo Absoluto (a la Humanidad, al Cosmos), para
Foucault, en cambio, la filosofía deja de ser una forma de vida
cuando el “sujeto ético” deviene “sujeto epistémico”, y eso
desde la modernidad, desde la (auto)revelación racional de
Descartes, siendo pues su actitud filosófica la del “crítico”,
la de aquel que problematiza las relaciones entre el sujeto y la
verdad, no para renunciar al yo, sino para forjarlo. Es la respuesta
de éste último, la respuesta foucaultiana, la que defiende nuestro
autor, con ayuda de una “polifónica conversación” entre
diferentes autores modernos y contemporáneos, sobre todo a través
del original concepto de “Tardomodernidad” y de la crucial
distinción entre “filosofía antigua” y “filosofía moderna”
que el filósofo español Felipe Fernández Marzoa efectúa, pues,
para el pensamiento antiguo, el conocer determinaría el obrar,
mientras que, para el moderno, el comprender no implicaría la
acción.