Reseña
Roca Jusmet, L. (2017). Ejercicios espirituales para materialistas. El diálogo (im) posible entre Pierre Hadot y Michel Foucault. Barcelona: Terra Ignota, 154 páginas.
Escrito por Julián Arroyo
Roca
es un gran conocedor tanto de la obra de Foucault como del
pensamiento de Hadot, como ha mostrado en diversas ocasiones con sus
comentarios rigurosos y tomas de posición a varios trabajos de estos
dos autores. Por eso, de entrada, contamos con una buena base de
confianza para leer el libro.
Puede
haber lectores que sientan cierta extrañeza al encontrarse con la
relación Hadot-Foucault. Quizás éstos sean los más interesados en
entrar en la lectura de este trabajo, porque, precisamente, en la
admiración está el comienzo de la filosofía, como bien se sabe.
Aquí se encontrarán con una aportación precisa al estudio de la
relación entre Hadot-Foucault.
El
objetivo de Roca es claro desde el principio: quiere plantear una
alternativa ante los "tiempos convulsos e inciertos"
(página 9) que nos han tocado vivir. No se trata de los
fundamentalismos, ni de neoliberalismo, lo que propone es adentrarse
"en las artes de la existencia tal y como las propusieron los
antiguos" (página 10).
En
el capítulo uno propone a estos dos autores como "dos
trayectorias paralelas" (página 19). Se diferencian en unos
pocos años: Hadot nace en 1922 y Foucault en 1926. Por eso los
contextos socio-culturales de ambos pueden ser coincidentes. Uno es
de clase media-baja, el otro pertenece a la burguesía. El primero se
hace sacerdote, se forma filosóficamente en el Instituto Católico
de París y enseña filosofía tomista. El segundo estudia filosofía
bajo la orientación de Hyppolite, es introducido en el marxismo por
Altusser y milita en el partido comunista francés, aunque es muy
celoso de su libertad individual. Los dos despegan a partir de 1950
(hay que corregir los puntos 1.2 de las páginas 29 y 30). Hadot deja
el sacerdocio en 1952. Lo hace en parte por el integrismo de la
jerarquía de Roma y también porque se enamora de Iseltrant Martin,
con la que se casa, aunque el matrimonio fracasaría once años
después.
Mientras
tanto, Foucault se forma como filósofo y psicólogo, trabajando en
varias universidades, como Nanterre y Vincennes, además de ser
profesor agregado de la École Normale Supérieure. Los dos confluyen
en los años 80. Sus vidas fueron diferentes, pero sus "trayectorias
filosóficas paralelas" (página 36), siendo "hijos de una
misma época y de una misma cultura" (página 37). Sin embargo,
esto es inevitable, lo que importa es qué llevó a Foucault a
ocuparse de la concepción grecorromana de la filosofía como modo de
vida. Este giro no parece encajar en su pensamiento por el que era
conocido. ¿Fue, acaso, una transformación de su pensamiento de los
años 70? No es que lo abandone, pero sí puede haber una cierta
transformación filosófica, fruto de su estudio del pensar
grecorromano. Al final, como escribe Nietzsche uno se lleva su propia
biografía. Ahora bien, esta evolución sólo puede extraerse de los
cursos del Collège, que publicó Gallimard a partir de las
grabaciones, pero que nunca fueron revisados por el autor, a causa de
su muerte temprana.
El
capítulo dos lo dedica Roca al análisis de Hadot, quien hizo de la
filosofía una forma de vida y no "un discurso intelectual
sistemático" (página 50). El sujeto tiene que ser transformado
por ella. Para que esto suceda hay que aprender a leer (porque los
textos nos hablan, si los dejamos), a lo que Hadot ha dedicado 80
años. La filosofía es una mirada sobre el mundo ("cada alma es
lo que mira"), una percepción diferente y no la construcción
de un sistema. Wittgenstein le enseñó mucho acerca de esto.
Para
esto, Sócrates es el maestro indiscutible, no ofrece conocimientos,
sino un modo de vivir basado en hechos y no en palabras. Lo que
importa es hacer,
no saber, aprender a ocuparse del alma. A esto lo denomina Hadot
ejercicios espirituales, que consisten en "transformarse
interiormente", llevando una forma de vida, un estilo que dé
sentido a la palabra, según escribe en
Exercices spirituels et philosophie antique
(París, 2002, páginas367-8). Para los antiguos la filosofía era
habla, oralidad, no escritura. Sócrates no escribió nada y hasta
Platón se resiste a escribir ("nunca he escrito nada sobre lo
que me preocupa". Carta VII). Sin embargo, nunca dejaron de
dialogar, porque es el diálogo el que nos cambia, haciéndonos
comprender. No se trata de decir, sino de
mostrar, con Wittgenstein. No
importa el cómo sea el mundo, sino
que sea. Esto nos lleva también
al cielo estrellado de Kant y a la ley moral. Hay que descender a lo
cotidiano, en lugar de estudiar la naturaleza, que "ama
ocultarse", según Heráclito, y a los seres concretos, al
presente. Nadie se engañe, esto es también objetividad, dado que el
sujeto se trasciende a sí mismo y se conecta con el Todo.
El
capítulo tres analiza la última etapa de la vida de Foucault, en la
que se ocupa del cuidado de sí, porque "sólo el que se conoce
y se cuida a sí mismo es capaz de gobernar a los otros" (página
75). Para esto es necesario el autoexamen, que nos permite ver desde
lo alto y mantener el silencio para construirnos como sujetos éticos.
La
filosofía siempre ha pensado el presente desde la tradición
cristiana. Ya va siendo hora de cambiar tal perspectiva. El máximo
responsable de esto ha sido Hegel. La filosofía debe ser transmitida
desde la Universidad, porque no es algo particular como en los
antiguos, sino una función del Estado, del que los filósofos son
sus funcionarios y tienen encomendado este oficio. Cuando la
filosofía se hace una forma de vida, las cosas cambian
completamente. Hegel estableció la separación tajante entre
pensamiento y vida y su influencia ha sido total. Foucault se formó
con Hyppolite, que no en vano fue uno de los grandes hegelianos
franceses. Sin embargo, ya en El
orden del discurso, de los años
70, señaló Foucault que "toda nuestra época [...] intenta
escapar a Hegel", aunque no lo logró del todo.
Entre
los dos pensadores franceses hay acuerdos y desacuerdos, lo cual es
normal. A esto dedica Roca el capítulo cuatro y hasta se lanza a
imaginar la respuesta que Foucault daría a los argumentos de Hadot.
Cuando se conocen, en otoño del 80, Foucault le propone que presente
su candidatura al Collège de Francia, nada menos. Ya tenía que
valorarle para proponerle tal cosa. Puede que también estuviera
pensando en dar un enfoque nuevo a sus trabajos en ese año, aunque
podría resultar arriesgado ofrecer una respuesta firme y segura, por
más que en el 82 emprende la investigación del
cuidado de sí. ¿Se encuentra,
quizás, aquí el último Foucault?
Desde
luego, los dos coinciden en que la filosofía tiene un único
objetivo: transformarse a sí mismo e igualmente a todos los demás.
Ahora bien, nuestra última ley de educación no quiere saber nada de
semejantes ingenuidades. Sólo tiene que mirar a lo que se hace en
una fábrica y aplicar estos estándares de calidad a los estudiantes
que se están formando. Esto es no tener ni idea de lo que es la
educación y sólo queda despreciar a quienes han concebido esto,
porque son unos verdaderos cafres.
En
el Epílogo
Roca responde a la pregunta formulada al principio, de si la
filosofía es una forma de vida. Pues lo hace negativamente: "Mi
respuesta es no" (página 138), aunque sí acepta la lectura,
escritura, el examen de conciencia, vivir el presente y la visión
global como importantes estrategias. Estas prácticas son
fundamentales. Sin embargo, hay que sostener con firmeza que "la
filosofía no nos hace más sabios ni tampoco nos vuelve mejores ni
más felices. La filosofía nos vuelve más lúcidos y hace de
nuestra vida algo más interesante" (página 145). La empatía
evidente con los dos pensadores franceses no impide a Roca decirnos
con claridad cuál es su propia posición. Hay que agradecer un
proceder tan directo.
Roca
hace sugerencias muy variadas en este libro, que los lectores tendrán
que valorar. Procede siempre con argumentos de rigor, apoyado en los
textos y con la seguridad de quien conoce bien lo que afirma, porque
lo ha pensado mucho durante toda su vida profesional. Hay que leer
este libro y posicionarse críticamente ante él. Estoy seguro de que
el autor posee un buen talante para saber agradecerlo.
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