Escrito por Luis Roca Jusmet
Hace casi cincuenta años que me interesa el budismo. En mi adolescencia llegó la moda de la "contracultura hippie". Asfixiados por el nacionalcatolicismo franquista y por el pobre ideal de la clase media emergente, buscábamos cualquier moda que ofreciera nuevos horizontes. De "Los vagabundos del dharma" ( del "beatnik" Jack Kerouac) a los libros de budismo zen de D.T. Suzuki y Alan Watts. Todo teñido del exotismo de un orientalismo que prometía caminos de transformación interna hacia el nirvana.
Luego llegaron las prácticas más rigurosas con los seguidores de Taisen Deshimaru. Y la práctica temporal y sistemática del zazen. Luego, la lectura de los maestros chinos del budismo chan. Un tiempo más tarde, en contacto con el otro budismo que atrae a los occidentales, el budismo tibetano. Me parece sugerente pero me resulta demasiado barroco y sobre todo implica muchas creencias. No soy un creyente. Ni cuando he dicho creer en algo realmente me lo he creido. He hecho "como si me lo creyera" sin creermelo.
Mircea Elíade da la clave en su "Historia de las religiones" : el budismo aparece como una reacción contra los excesos metafísicos y rituales del hinduismo. Es una práctica.
De esta manera el budismo se convierte en una tradición ética enriquecida por múltiples tradiciones pero que conserva una apuesta ética que va más allá de ellas. La mejor lectura, de todas maneras, ha sido la del libro deStephen Batchelot :"Después del budismo : repensar el dharma en un mundo secular".
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