Escrito por Luis Roca Jusmet
En el siglo XVII Thomas Hobbes anuncia el nacimiento del Estado Moderno. En el siglo XIX Friedrich Nietzsche anuncia la Muerte de Dios.
En las epidemias medievales ni había nacido Leivatán ni había muerto Dios. La religión cristiana impregnaba todos los ámbitos de la vida cotidiana y, como sabemos, daba un determinado sentido a la vida humana. La vida humana se presenta así como un tránsito, como una prueba para pasar a la vida eterna, la realmente importante. Para garantizar la salvación, que es el paso del alma a la vida eterna y que implica haber seguido la Ley divina. De otra forma estaríamos condenados sin remisión. La religión es así un consuelo y también una manera de dar sentido al sufrimiento. El mismo Nietzsche lo había constatado : si la religión tiene tanta influencia es porque es capaz de dar una significación al dolor humano. Las epidemias se vivían entonces como una prueba de Dios a los hombres. Esta seguridad espiritual se combinaba con una desprotección social absoluta. El poder pastoral , que tan bien supo explicar Michel Foucault era el que conducía al rebaño humano por el camino adecuado
La sociedad moderna supone la aparición del Estado Moderno. Michel Foucault disecciona la aparición del Estado Moderno. El poder soberano mataba a los que no cumplían y dejaba al poder pastoral la administración de las vidas. El Estado moderno administra la vida de los ciudadanos. Se ocupa de la seguridad y el control de la población en un determinado territorio.
En el siglo XXI, Dios ya ha muerto del todo en las sociedades liberales, aunque menos en EEUU. La Muerte de Dios es el advenimiento del nihilismo, por lo menos en el sentido de que la vida no tiene más sentido que el valor que cada cual de a su propia vida.Lo que sí se ha consolidado es el Estado de derecho. Entiendo por Estado de derecho el que pretender garantizar la seguridad de todos los ciudadanos. Así lo formuló Hobbes y así se han ido construyendo, de manera más o menos democrática, de manera más o menos social.
Frente a una epidemia, como es la provocada por el coronavirus, ya no tenemos consuelo espiritual, pero sí tenemos protección del Estado. La enfermedad y la muerte aparecen con toda su arbitrareidad, como puros y duros hechos naturales. Morimos como mueren los insectos, los elefantes y los caballos. Lo único que tenemos como humanos es esta construcción social que es el Estado. Lo tenemos en su doble función : seguridad y control. La seguridad que nos puede ofrecer aquí el Estado depende casi exclusivamente de un sistema público de salud. Esto es lo que tenemos en Europa a nuestro favor, en contra de EEUU. Pero las políticas de muchos Estados europeos, entre ellos el nuestro, condicionadas por políticas neoliberales, lo han disminuido con recortes diversos. Lo que no han hecho es desmantelarlo, esto también hay que decirlo.
Tenemos también el control social. En estas situaciones el Estado perfecciona sus mecanismos y al mismo tiempo los legitima. Hay que estar alerta para que no sea una justificación para limitar libertad, para que las medidas del Estado de excepción no se queden para siempre.
Pero la seguridad pasa por el control. John Stuart Mill, el mejor liberal, ya lo dijo. Hay que defender la libertad individual siempre que no atente contra los derechos del otro. De esta manera el confinamiento interpela a los ciudadanos con la responsabilidad individual, la presión de la opinión pública y , en la mayoría de países, las sanciones legales. La responsabilidad moral individual puede apelar al utilitarismo del mismo Mill: tener en cuenta la felicidad colectiva. O al sentido del deber de Kant : el imperativo categórico del deber como aquello que nos hace dignos de ser humanos.
En todo caso, por imperativo moral o legal, llevamos un tiempo confinados en nuestros domicilios. Aparece desnuda la realidad de nuestra existencia porque la mayoría de las distracciones, de las evasiones, de nuestras obligaciones ocupan nuestro cuerpo y nuestra mente. Ahora nos podemos enfrentar al peso de la soledad o a lo insoportable de la relación. Cada cual tiene los recursos que tiene, materiales, culturales y psicológicos, para enfrentarse a esta situación. Los únicos que la vivirán con comodidad será los que se refugian en su mundo virtual. Mientras puedan, claro.
En todo caso la pandemia es un acontecimiento y como tal una ruptura con lo normativo. Se abre una crisis que, como se dice es a la vez un peligro. El peligro es, desde luego, que las consecuencias sean un Estado más autoritario al servicio de una economía-mundo capitalista cada vez más insostenible. La oportunidad es a la vez personal y política. Personal en el sentido de hacernos reflexionar sobre nuestra propia vida y sus prioridades. En hacernos más solidarios una vez se manifiesta tan abiertamente nuestra vulnerabilidad y la dependencia de los otros y sus cuidados. Política en el sentido de ir creando una confederación de Estados capaces de garantizar los derechos cívicos, políticos y sociales de todos los ciudadanos. El tiempo dirá.
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