Escrito por Luis Roca Jusmet
El "caso Jünger" es muy interesante, ya que presenta un caso muy sugerente y paradójica de nuestra mitología moderna. Si entendemos el mito como un modelo ejemplar, entonces Ernst Jünger
lo fue y lo es para muchas generaciones desde un espectro político-ideológico
extraordinariamente amplio y contradictorio. No sólo para los extremos (que para algunos se
tocan) sino también para el centro. El neofascismo se entusiasmó con Jünger (como
podimos comprobar en muchas de sus publicaciones, como la desaparecida "Punto y
coma") pero también lo hizo un sector de intelectuales heterodoxos
procedentes de la izquierda radical (como verificamos igualmente en antiguos
números de revistas también desaparecidas como "Archipiélago" o
"Ajoblanco"). Lo sorprendente es que también los grandes estadistas de la
socialdemocracia europea, como François Mitterand o Felipe Gónzalez visitaron a Jünger en su
mansión de la Selva Negra con la única intención de conocerle y conversar
con él.
¿Por qué nos sedujo Jünger ? En primer lugar,por su legendaria y romántica figura de
superviviente, de hombre que había recorrido un siglo después de curtirse en mil batallas.
Su talante aventurero, que se inicia en la adolescencia cuando huye de su casa burguesa para enrolarse en la Legión Extranjera (experiencia que describirá en su novela
"Juegos africanos"). Luego, su legendaria participación en la Primera Guerra
Mundial, donde escribió desde las trincheras sus impresionantes
"Tempestades de acero". Experiencia intensa, desde las trincheras, que le supuso varias balas en su
propio cuerpo. Libro polémico en la medida en que reivindica la guerra como experiencia-límite. Posteriormente su experimentación con drogas alucinógenas, al lado de Albert Hoffman, el inventor
de la LSD. Siempre buscando ampliar las puertas de la percepción, lo que le
llevó a escribir tanto uno de los mejores estudios teóricos sobre las drogas ( Acercamientos )
como un relato breve denso y muy sugerente (Visita a
Godenhom) Su carácter indomable, su libertad interior le hizo ser respetado al
mismo tiempo por Bertolt Brech y por Hitler, que paraban respectivamente a
"las huestes comunistas y nazis que lo querían colgar". Movilizado en la Segunda Guerra Mundial en un puesto burocrático en el París ocupado Jünger escribe un valioso testimonio en sus "Radiaciones". Sospechoso
de haber colaborado en un atentado contra Hitler lo movilizaron como oficial al
frente ruso pensando que les esperaba una muerte segura, que por muy anunciada no se cumplió.
Un hombre inquieto, entusiasta, lleno de energía, pero capaz de mantener su
serenidad en las situaciones más difíciles. Una especie de samurai europeo, un
ronin "sin señor al que someterse". Un emboscado, como se
definía, que resistía la uniformidad del mundo burgués, la lógica de la
mercantilización.
¿Quién fue realmente Jünger ? No cabe duda que Jünger formó parte en
su juventud de la revolución conservadora alemana, aristocrática, nacionalista
y guerrera. Que no fue un oportunista y que se mantuvo al margen del nazismo,
con todos los peligros que comportaba, aunque manteniendo una posición política
ambigua bajo el lema de la lealtad a su patria. Que a la larga se convirtió en
un escéptico que mantuvo un espíritu muy crítico con el mundo en que
vivía. ¿Desde que posición? Yo diría que desde una serenidad
aristocrática, nietzscheana, que despreciaba lo plebeyo, que no soportaba a las
masas y que sentía nostalgia por un pasado de caballero heroico que seguramente
nunca existió y que queda reflejado en su novela Abejas de Cristal y en su
ensayo La emboscadura. Como diría Jacques Rancière, tuvo odio a la democracia, al poder de
cualquiera. Al igual que Nietzsche, por cierto. Pero, en todo caso, inclasificable.
¿Qué queda de aprovechable de Jünger, una vez "muerto el
mito" ? Muchas cosas, por supuesto. Sus parábolas políticas contra el totalitarismo, como
"Heliópolis","Los acantilados de mármol" o
"Eumeswill", que vale la pena revisar. Quizás una lectura bien
crítica de sus libros teóricos, como "El trabajador". Sus reflexiones
sobre lo que llamaba "la era de los titanes" o la
discusión que mantuvo con su amigo Martín Heidegger sobre el nihilismo son
todavía interesantes.Sus novelas, como justamente le reconoció el Premio
Goethe, tienen valor propio. Igualmente libros muy potentes de aforismos (como
"La tijera" y "la emboscadura" ).
Pero lo que yo salvaría incondicionalmente de Jünger son sus
diarios. Radiaciones y Pasados los setenta, los
diarios que fue escribiendo y se fueron publicando a lo largo de su vida.
Reconozco mi debilidad por esta escritura sobre uno mismo, mucho más sincera y
directa que las memorias autobiográficas, que siempre pasan un filtro que los
hacen menos sinceros. Los diarios de Jünger me parecen extraordinarios y son un
testimonio humano e histórico impagable. También hay que reconocer el
valor que continúa teniendo hoy el testimonio reflejado en las inteligentes entrevistas de
los italianos Antonio Gnoli y Franco Volpi (Los titanes venideros) o
el francés Julien Hervier (Conversaciones con Ernst Jünger), ambas
dirigidas a un viejo Jünger que, desde una perspectiva serena sobre su propia biografía
nos ofrece un valioso recorrido de todo el siglo XX.
Me gustaría invitar a estas lecturas
porque son un material inestimable para cualquiera que quiera pensar el mundo
en que vivimos. Lectura crítica, por supuesto, como en cualquier otro caso.
Formarse un criterio es, muchas veces, leer y dialogar con aquellos que,
estando ideológicamente en nuestras antípodas, nos hacen pensar desde una
experiencia vital enormemente rica. Porque uno de los peores síntomas de la
banalidad de nuestra época es que no existen adultos, es decir personas capaces
de interpelarnos desde sus propias
experiencias.Vivimos en un mundo donde ya no hay experiencia, decía Walter
Benjamín. Hay que recuperarla, y Ernst Jünger es un maestro para mostrar el
camino. Júnger fue también un adulto, un hombre capaz de responsabilizarse de su vida y de sus actos. "Ya no quedan hombres mayores", digo alguien hace unas décadas. Jünger lo fue.
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