EL PODER ÉTICO DE
TRANSFORMACIÓN Y SUS CONSECUENCIAS POLÍTICAS
Luis Roca Jusmet
Como sabemos, en
sus tesis sobre Feuerbach, Karl Marx afirmó que los filósofos debían pasar de
interpretar a transformar el mundo. Martin Heidegger hizo una crítica
contundente de esta afirmación: Para transformar el mundo hay que
interpretarlo, y en esta interpretación entra la necesidad de que sea
transformada. Heidegger tenía razón: Marx parte de una interpretación del mundo
que además implica un diagnóstico y un remedio. Diagnóstico y remedio que, a su
vez, suponen un ideal. El ideal de Marx es una sociedad donde los seres humanos
estén emancipados, vivan “aportando según su capacidad y viviendo según su
necesidad”. Es un ideal de libertad humana, aunque Marx sabía algo que su
contemporáneo Mill ( que escribió el imprescindible libro “Sobre la libertad”)
parecía querer ignorar: pasa ser libre hacen falta una condiciones materiales
dignas y unos derechos y oportunidades para todos. Marx elaboró todo un
proyecto ético-político para llegar a este ideal, que sería lo que llamó
comunismo. El caso es que el proyecto de Marx fracasó: las dos grandes
revoluciones que se hicieron en su nombre, la rusa y la china, no dieron como
resultado la emancipación deseada. Sobre las causas políticas de este fracaso
no voy a entrar. Voy a centrarme en la dimensión ética y sus consecuencias
políticas.
El filósofo Pierre
Hadot, que consideraba que la filosofía debía entenderse como una práctica,
empieza su artículo “Ejercicios espirituales” con la siguiente cita :
“¡Emprender el
vuelo cada día! Al menos durante un momento, por breve que sea, mientras
resulte intenso. Cada día debe practicarse un “ejercicio espiritual”- solo o en
compañía de alguien que, por su parte, aspire a mejorar. Ejercicios
espirituales. Escapar del tiempo. Esforzarse por despojarse de sus pasiones, de
su vanidades, del prurito ruidoso que rodea al propio nombre ( y de cuando en
cuando escuece como una enfermedad crónica). Huir de la maledicencia. Liberarse
de toda pena y odio. Amar a todos los hombres libres. Eternizarse al tiempo que
nos dejamos atrás.
Semejante tarea en
relación con uno mismo es necesaria, justa semejante ambición. Son muchos
quienes se vuelcan por completo en la militancia política, en los preparativos
de la revolución social, pero escasos, muy escasos, los que como preparativo
revolucionario optan por hacerse hombres dignos”.
El autor de este
texto es Georges Friedman, sociólogo francés nacido a principios del siglo XX.
Marxista y próximo al Partido Comunista Francés. Como no estaba cegado por el
fanatismo ideológico se dió cuenta de que los dirigentes y militantes que
debían dirigir la revolución dejaban mucho que desear a un nivel ético.
Entiendo por ética los principios internos que modelan el carácter y orientan
nuestra acción. Si los revolucionarios son vanidosos, resentidos, mezquinos (“indignos”)
poco podemos esperar de lo que harán una vez ejerzan el poder. Ya Spinoza
empezó su “Tratado político” diciendo que los filósofos idealizan a los humanos
considerando sus pasiones como vicios y no entienden que son su naturaleza. Lo
cierto es que la ideología no es un elemento transformador sino un discurso
que, si no hay un trabajo interno, se sostiene en las propias pasiones. El
discurso revolucionario puede sostenerse en un afecto que es la indignación,
pero la indignación no nos dignifica, no nos hace más libres. Está, por
supuesto, este afecto tan poderoso y peligroso que es la vanidad, al que hay
que combatir si queremos mejorarnos y mejorar la sociedad.
Hay entonces una
propuesta ética que viene de la filosofía. Su poder transformador tiene
implicaciones políticas, No se trata de sustituir la política por la moral, tal
como habían criticado filósofos de la emancipación como Jacques Rancière.
Tampoco de un planteamiento idealista que pretenda que para cambiar las
estructuras sociales, políticas y económicas primero hay que cambiar las
mentalidades y las actitudes. Se trata de plantear que hay que hacer un trabajo
interno, un trabajo ético para ir transformando las relaciones y para preparar
el tipo de sociedad que deseamos. Ni la ética es condición para la
transformación política ni la política para la transformación ética. Hay
trabajos muy interesantes, como el de Axel Honneth, que plantean propuestas
desde un equilibrio entre la ética y la política. pero no abordan esta propuesta
de transformación ética que plantearán filósofos como Spinoza o como Michel
Foucault, a los que voy a referirme en este texto. No incluyo a Pierre Hadot
porque no da a su planteamiento una dimensión política, que es la que nos
interesa.
Baruch
Spinoza plantea en su libro central, “Ética”, todo un trabajo interno de
liberación de la servidumbre de las pasiones para ser capaz de vivir de manera
libre y racional. Hay que apuntar que Spinoza siempre entiende la racionalidad
desde los fines y no los medios. La razón nos lleva a entender que solo podemos
desarrollar nuestra potencia, y por tanto ser felices, si somos capaces de
cooperar y compartir con los otros. Nuestra emancipación no nos aleja de los
otros sino que nos lleva a ellos. Esto le llevó a ser el primer moderno que
reivindicaba la democracia como el mejor sistema posible. Spinoza me parece,
por tanto, una de las referencias fundamentales para estos “ejercicios
espirituales” que nos llevan a mejorar y a luchar para una sociedad mejor.
Pero a quién me
voy a referir sobre todo es a Michel Foucault. Básicamente al curso que dio en
el Collêge de France a principios de 1982. Aquí el filósofo francés da un giro
y entiende no el sujeto como sujeto ( a campos de saber, redes de poder) sino
que abre la posibilidad de construir un sujeto ético, a una práctica de
libertad. El proyecto de Foucault es un proyecto ético pero con implicaciones
políticas. En este curso hay toda una propuesta de ejercicios para que esta
transformación interna sea posible. Pero lo importante es que esta
transformación interna no se entiende como una búsqueda de sí mismo. En
numerosas entrevistas Foucault deja claro que no es este su planteamiento. Se
trata de que un sujeto pueda construirse a partir de nuevas relaciones consigo
mismo y con los otros. Esto queda muy claro en el curso citado. Es la propuesta
del cuidado de sí, pero entendido en relación con el cuidado de los otros. Se
trata de compartir, que es la vía que nos permite cuidarnos, cuidar de los
otros y dejar que nos cuiden. No hay en la propuesta ética de Foucault nada que
tenga que ver con el sujeto neoliberal como empresario de sí mismo. El mismo
Foucault, en los dos cursos siguientes ha dado una dimensión política a su
propuesta, centrándose sobre todo en la parrêsia o el coraje de decir la
verdad.
De lo que se trata
es de la importancia que tiene este trabajo ético para avanzar en el camino de
la emancipación. Entender que la emancipación no vendrá con una revolución,
como han demostrado la experiencia rusa y china. La emancipación es una
transformación silenciosa que debe empujarnos a una transformación social, que
a su vez supondrá unas condiciones materiales dignas para todo el mundo (aquí
estaría la propuesta de renta básica universal o salario social) y unas sociedad
que potencia la igualdad de oportunidades y de derechos para poder desarrollar
este camino ético que elegimos. Hemos de salir de la falsa dicotomía entre
individualismo y comunitarismo y entender que la emancipación debe basarse en
un nosotros que es la aceptación de la pluralidad de los sujetos singulares. Lo
que hace la filosofía es aportar son conceptualizaciones que nos permitan ver
analizar la realidad de una manera diferente a lo que plantea la ideología
dominante. Pero es importante entender que la lucha ideológica no es una lucha
de discursos, sino que deben contraponerse modos de vida diferente. Pero estos
modos de vida diferente no lo son porque se viva en mundos diferentes.