Cosmopolitismo. La ética en un mundo de extraños
Kwame Anthony Appiah
Madrid : Katz, 2007. 225 páginas
Escrito por Luis Roca Jusmet
Éste libro plantea cuestiones ético-culturales muy interesantes, aunque su limitación es que no enmarca su análisis ni su propuesta ética en un contexto económico y en un proyecto político, con lo cual lo diluye en una coordenadas demasiados abstractas.
De entrada su propuesta de sustituir el término multiculturalismo por el de cosmopolitismo me parece muy acertada, porque es ir hacia un universalismo ciudadano que, sin renunciar a las propias raíces culturales, las supere en un horizonte común. Él mismo, Appiah, londinense de origen africano con una sólida cultura universalista, es un buen ejemplo del cosmopolitismo que defiende.
La primera idea sensata que formula y que vale la pena recoger es que la convivencia y el respeto hay que plantearlos en términos de prácticas sociales compartidas y no de valores. Me parece bien que cuestionemos este eterno discurso de los valores que, más allá de las buenas intenciones, a veces resulta poco fecundo y poco operativo. Los valores son plurales y esto no debería ser un problema, ya que es en nuestra actitud y en nuestra conducta con respecto al otro donde reside la cuestión.
Podemos tener valores diferente y hay que aceptarlos. De lo que se trata no es de ponerse de acuerdo con el otro, sino de aprender a convivir a él. Para ello hacen falta dos cosas : la primera es llegar a acuerdos prácticos con el otro y la segunda aprender a conversar con él. Está bien desde esta perspectiva la defensa que hace Appiah de la conversación, entendida simplemente como una escucha del otro. porque este escuchar implica aceptar al otro, respetándolo con unas reglas del juego comunes. El universalismo debe pasar por aquí y no por un intento de buscar valores universales, que conducen siempre a querer imponer una religión o una ideología. El sectarismo, nos dice el autor, es incluso más peligroso que la xenofobia o el racismo. Hay que responsabilizarse de todo lo humano y entender que en todas partes hay algo de verdad y que en ninguna está toda. Pero esto no quiere decir que tengamos que defender el relativismo cultural o multiculturalismo, que hay que criticar conjuntamente a la ontología que lo sostiene, que es para Appiah la del positivismo. Así como en su momento ya Quine criticó el dogma positivista de situar la lógica por una lado y los hechos por el otro, ahora Appiah critica el otro dogma de separar radicalmente los hechos por un lado y los valores por el otro. Considerar que las proposiciones sobre hechos son verdaderos o falsos y las proposiciones éticas son sólo formulaciones sobre deseos o preferencias subjetivas. Para el autor lo que hace el positivismo es llevar demasiado lejos la crítica de Hume a la falacia naturalista, que consideraba que los hechos son naturalmente buenos o malos. La crítica a esta división empieza por buen camino al señalar la posibilidad de un sustrato común moral independiente de creencias culturales y una relativización de lo que es un hecho en la medida en que siempre se interpreta desde un marco conceptual. Pero pienso que hay que mantener la diferencia entre los hechos y los valores que hace el positivismo bien entendido.
Me parece muy bien, por otra parte, la crítica que hace el autor a la noción multiculturalista de tolerancia, porque lo que necesitamos es respeto mutuo, no ser tolerantes con el otro.
En el arte y la cultura, nos plantea en una propuesta muy válida, y es que deben considerarse un patrimonio de la Humanidad, no de un determinado pueblo. Aquí considera Appiah que se ha cometido un error al reconocer “el patrimonio cultural de los pueblos”. Más allá de la bienintencionada defensa de los pueblos indígenas se está aplicando el criterio capitalista de la propiedad a algo que es, que debe ser común. Si una tribu puede reivindicar “la herencia de los ancestros” también pude hacerlo una nación. Ya sabemos que ésta se basa en gran medida en vínculos imaginarios: todo está mezclado, aunque ahora sea más evidente que nunca.
Otro tema también interesante es la plantear la ética con los extraños que debe comportar el cosmopolitismo, que tampoco hemos de plantear como absoluta porque entonces deberíamos elegir entre el altruismo y el egoismo. Y de lo que se trata, plantea el autor, es de buscar un equilibrio que lo haga posible sin tener que escoger entre ser un santo o un cínico. Sigue aquí la linea ética anglosajona de David Hume o de John Stuart Mill que, como mínimo, merece ser considerada. Pero el gran error de Appiah es, que como he dicho al principio, no sitúa mínimamente el tema en las coordenadas socioeconómicas del capitalismo ni situa su propuesta en un proyecto político claro. Esto hace que críticas que plantea a acciones voluntaristas que resultan poco eficientes queden en el aire, sin poder articularse en opciones prácticas.
El libro está bien escrito, se lee con fluidez y plantea cuestiones que sin ser muy originales suponen una aportación personal a considerar. Ni más ni menos, pero contando con la limitación que he señalado al principio : no hay ética social sin propuesta política.
Kwame Anthony Appiah
Madrid : Katz, 2007. 225 páginas
Escrito por Luis Roca Jusmet
Éste libro plantea cuestiones ético-culturales muy interesantes, aunque su limitación es que no enmarca su análisis ni su propuesta ética en un contexto económico y en un proyecto político, con lo cual lo diluye en una coordenadas demasiados abstractas.
De entrada su propuesta de sustituir el término multiculturalismo por el de cosmopolitismo me parece muy acertada, porque es ir hacia un universalismo ciudadano que, sin renunciar a las propias raíces culturales, las supere en un horizonte común. Él mismo, Appiah, londinense de origen africano con una sólida cultura universalista, es un buen ejemplo del cosmopolitismo que defiende.
La primera idea sensata que formula y que vale la pena recoger es que la convivencia y el respeto hay que plantearlos en términos de prácticas sociales compartidas y no de valores. Me parece bien que cuestionemos este eterno discurso de los valores que, más allá de las buenas intenciones, a veces resulta poco fecundo y poco operativo. Los valores son plurales y esto no debería ser un problema, ya que es en nuestra actitud y en nuestra conducta con respecto al otro donde reside la cuestión.
Podemos tener valores diferente y hay que aceptarlos. De lo que se trata no es de ponerse de acuerdo con el otro, sino de aprender a convivir a él. Para ello hacen falta dos cosas : la primera es llegar a acuerdos prácticos con el otro y la segunda aprender a conversar con él. Está bien desde esta perspectiva la defensa que hace Appiah de la conversación, entendida simplemente como una escucha del otro. porque este escuchar implica aceptar al otro, respetándolo con unas reglas del juego comunes. El universalismo debe pasar por aquí y no por un intento de buscar valores universales, que conducen siempre a querer imponer una religión o una ideología. El sectarismo, nos dice el autor, es incluso más peligroso que la xenofobia o el racismo. Hay que responsabilizarse de todo lo humano y entender que en todas partes hay algo de verdad y que en ninguna está toda. Pero esto no quiere decir que tengamos que defender el relativismo cultural o multiculturalismo, que hay que criticar conjuntamente a la ontología que lo sostiene, que es para Appiah la del positivismo. Así como en su momento ya Quine criticó el dogma positivista de situar la lógica por una lado y los hechos por el otro, ahora Appiah critica el otro dogma de separar radicalmente los hechos por un lado y los valores por el otro. Considerar que las proposiciones sobre hechos son verdaderos o falsos y las proposiciones éticas son sólo formulaciones sobre deseos o preferencias subjetivas. Para el autor lo que hace el positivismo es llevar demasiado lejos la crítica de Hume a la falacia naturalista, que consideraba que los hechos son naturalmente buenos o malos. La crítica a esta división empieza por buen camino al señalar la posibilidad de un sustrato común moral independiente de creencias culturales y una relativización de lo que es un hecho en la medida en que siempre se interpreta desde un marco conceptual. Pero pienso que hay que mantener la diferencia entre los hechos y los valores que hace el positivismo bien entendido.
Me parece muy bien, por otra parte, la crítica que hace el autor a la noción multiculturalista de tolerancia, porque lo que necesitamos es respeto mutuo, no ser tolerantes con el otro.
En el arte y la cultura, nos plantea en una propuesta muy válida, y es que deben considerarse un patrimonio de la Humanidad, no de un determinado pueblo. Aquí considera Appiah que se ha cometido un error al reconocer “el patrimonio cultural de los pueblos”. Más allá de la bienintencionada defensa de los pueblos indígenas se está aplicando el criterio capitalista de la propiedad a algo que es, que debe ser común. Si una tribu puede reivindicar “la herencia de los ancestros” también pude hacerlo una nación. Ya sabemos que ésta se basa en gran medida en vínculos imaginarios: todo está mezclado, aunque ahora sea más evidente que nunca.
Otro tema también interesante es la plantear la ética con los extraños que debe comportar el cosmopolitismo, que tampoco hemos de plantear como absoluta porque entonces deberíamos elegir entre el altruismo y el egoismo. Y de lo que se trata, plantea el autor, es de buscar un equilibrio que lo haga posible sin tener que escoger entre ser un santo o un cínico. Sigue aquí la linea ética anglosajona de David Hume o de John Stuart Mill que, como mínimo, merece ser considerada. Pero el gran error de Appiah es, que como he dicho al principio, no sitúa mínimamente el tema en las coordenadas socioeconómicas del capitalismo ni situa su propuesta en un proyecto político claro. Esto hace que críticas que plantea a acciones voluntaristas que resultan poco eficientes queden en el aire, sin poder articularse en opciones prácticas.
El libro está bien escrito, se lee con fluidez y plantea cuestiones que sin ser muy originales suponen una aportación personal a considerar. Ni más ni menos, pero contando con la limitación que he señalado al principio : no hay ética social sin propuesta política.
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