Escrito
por Luis Roca Jusmet
La expansión de la epidemia del coronavirus
también ha provocado una amplia proliferación de virus ideológicos que ya
estaban latentes en nuestras sociedades : noticias falsas, teorías
conspirativas, estallidos de racismo. La necesidad de cuarentenas, bien
establecida desde un punto de vista médico, ha encontrado un eco en la presión
ideológica para delimitar unas fronteras claras y poner en cuarentena a los
enemigos que amenazan nuestra identidad.
Slavoj Zizek
Lo que voy a hacer , para empezar, es explicar
el sentido del título y la problematización que implica. Empezaré en sentido
inverso, abordando lo que entiendo por “sociedad liberal”. Me parece que quién
mejor lo ha planteado ha sido Michel Foucault . El Estado moderno, dice,
empieza a constituirse como un poder disciplinario que actuaba sobre los
cuerpos para domesticarlos y hacerlos productivos, todo en el marco de la Economía-mundo capitalista
(término que no es de Foucault sino de Immanuel Wallerstein). El poder disciplinario,
muy prescriptivo, va transformándose en un poder liberal basado en el control,
pero que necesita que los ciudadanos tengan un margen de libertad. Lo que
establece entonces el Estado liberal son los límites de la libertad para
garantizar la seguridad de la población, que es lo que justifica su existencia.
Aparece ya desde el inicio de la modernidad una cierta tensión entre estos
poderes nacionales (la nación es su invento del Estado moderno que actúa
paradójicamente en una economía que funciona a nivel mundial, que es la
dimensión del sistema capitalista. Aunque haya instituciones internacionales
(FMI a la ONU) las decisiones políticas se toman a nivel nacional, al margen de
las posibles y reales alianzas que sus gobernantes puedan tener con estos
poderes multinacionales. El Estado
garantiza la seguridad estableciendo la normalidad estadística desde unos
límites que el gobierno marca de manera arbitraria. Las prisiones existirán,
supuestamente, para prevenir y supuestamente rehabilitar a los que no se
sometan a la racionalidad política. Hablamos, por tanto, de sociedades
liberales.
España
es una sociedad liberal que ocupa un lugar semiperiférico en esta
economía-mundo capitalista. Nos encontramos
así en una sociedad que comparte los problemas que, antes de la aparición de la
pandemia del covid-19, afectan a esta economía-mundo en general y a cada uno de
sus países en particular. Un capitalismo agresivo, el neoliberal, que está
desmontando desde hace ya cincuenta años todo lo que puede el Estado del Bienestar
creado a través del pactos sociales de la postguerra. Un capitalismo cada vez
más parasitario y menos productivo, que crea ciudadanos y países cada vez más
endeudados. Que crea desigualdades cada vez más profundas entre países y dentro
de los países. Un capitalismo, y esta es la parte que nos interesa más, devastador
del planeta (cambio climático, agotamiento recursos naturales, deforestación),
que genera una sociedad consumista y nihilista, cada vez más dependiente de los
dispositivos electrónicos. Que está produciendo como reacción en movimientos populistas de todo tipo que en
lugar de centrar los problemas los derivan hacia el peor escenario posible.
Este es el siniestro panorama que había a principios del año en que vivimos,
antes de que apareciera la pandemia. Tomemos nota de que, a pesar de la
urgencia del cambio climático y sus consecuencias, ningún Estado consideraba
que se hubieran de tomar medidas excepcionales para paliarlo. Los intereses
económicos estaban por encima de cualquier medida política.
El imaginario social es una noción que inventó
Cornelius Castoriadis para referirse a este fondo no racional, formado por un
flujo de representaciones ligadas a afectos que son el sustrato que nos
condiciona más que los discursos ideológicos. Pero entendiendo, como
nos enseñó Louis Althusser, ideología en un sentido amplio, que incluye las
prácticas, por ejemplo, incluye también este imaginario social. Claro que el imaginario
existe a nivel mental y, por tanto, individual y no colectivo. Pero también es
cierto que nuestras mentes están colonizadas, y no solo por lo que Althusser
llamaba aparatos ideológicos del Estado y medios de comunicación, sino cada vez
más por las redes sociales. Redes sociales que potencian mucho, no lo
olvidemos, este elemento imaginario. Como sabemos hace décadas que se va
tejiendo una fuerte influencia de lo que se ha llamado neoliberalismo,
seguramente hegemónico en las sociedades liberales y más. El neoliberalismo
potencia determinadas imágenes: la empresa como modelo para todo (incluso la
vida); el ser humano autosuficiente, emprendedor, individualista y
competitivo); lo privado como funcionamiento eficiente. Degrada también otras:
lo público, que se ve como burocrático, ineficiente y corrupto; la
vulnerabilidad y la precariedad como resultado de la falta de recursos personal
En este estado de cosas, pasa algo
imprevisible y disruptivo, lo que podemos llamar un acontecimiento. Se inicia
con un mal encuentro entre un hombre y un animal, que le transmite un virus y a
partir de aquí se multiplican de una manera descontrolada a nivel mundial. ¿Un
hecho fortuito de mala suerte? Aunque excluyamos de entrada las teorías
conspirativas, por irracionales y paranoicas, esto no quiere decir que no
analicemos la cuestión y busquemos posibles causas. El animal que transmite a
los humanos el coronavirus es un murciélago. En condiciones normales, los
coronavirus viven en circunstancias naturales con huéspedes a los que a veces
ni siquiera perjudica. Los murciélagos, por otra parte, son muy resistentes a
los agentes patógenos, pero deforestaciones provoca que tengan que salir de su
cobijo; esto les crea una situación de stress crónica, ya que deben estar volando
constantemente para solucionar su supervivencia e ir bordeando los
imprevisibles peligros que aparecen, siendo mucho más vulnerables a las
infecciones. En el nuevo milenio se ha dado un salto cualitativo en la
deforestación de selvas tropicales para la obtención de productos básicos. Hoy
sabemos, además, que a menor diversidad más peligro de transmisión zoonótica
(transmisión de coronavirus a murciélagos). Al mismo tiempo también
sabemos que China, seguido por EEUU, es el segundo mayor mercado ilegal de
tráfico de animales salvajes. Esto respecto al origen; vayamos a la difusión. Tenemos
una forma de multiplicación de las infecciones sin parangón hasta el presente porque
los medios de transporte actuales forman una superautopista aérea en la que los
virus se multiplican de manera increíblemente acelerada en el espacio y en el
tiempo. Podemos hablar metafóricamente de una especie de autopista viral.
La aparición de la pandemia, pasado el primer
mecanismo de defensa de negación del problema (”es como una gripe) hace que los
gobernantes perciban el auténtico problema social y político, que es que el
rápido contagio puede conducir a un colapso del sistema sanitario. Comparemos
esta pandemia, con una anterior, la del SIDA, que pasó hace unos cuarenta años.
Fijémonos que la conocemos como SIDA, no como pandemia ni como el nombre del
virus (VIH) a diferencia de la actual. La diferencia más importante, en
relación con lo que tratamos, fue que en las sociedades liberales centrales o
semiperiféricas, en ningún momento amenazó con colapsar. Esto quiere decir que entonces
el miedo lo tuvo la población más que los gobernantes, que no tuvieron miedo a
perder el control de la situación ni a que se pusiera de manifiesto que el
sistema sanitario no estaba preparado para una eventualidad inesperada. No se
la jugaban, en definitiva. Cierto que el SIDA no fue tan devastador en las
sociedades de las que hablamos como la pandemia del Covid-19, pero hubo
millones de infectados y de muertos. Pero se sabía que, tomando medidas de
prevención, las decisiones de los posibles afectados podían evitar contagios. Entre
el SIDA y el covid-19 aparecieron otros contagios importantes, cuyo origen era
también el contacto de los humanos con el mundo animal. Primero fue el virus
Nipah, detectado en Malasia en 1998; luego el virus del Nilo Occidental que
llegó a Nueva York en 1999. Pero todos se controlaron, hasta el primer aviso
serio a nivel mundial, que fue el coronavirus responsable del SARS en el 2002.
Al cabo de diez años el coronavirus responsable del MERS, que recorrió en
Oriente Próximo, y más tarde, el 2014, el ébola, con devastadoras consecuencias
en África Occidental en 2014. Luego, un año más tarde, el zika, que se extendió
por América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo reaparecían nuevas enfermedades
infecciosas y gripes con nuevas cepas.Pero no llegaron a ser
pandemias y afectaban sobre todo a sociedades periféricas.
El
gobierno español en ocasiones anteriores utilizó las medidas propias de la
gubernamentalidad y del poder pastoral y no tuvo que recurrir, como ha sucedido
ahora al poder disciplinario. El poder pastoral, como nos enseñó Michel
Foucault, es una herencia del poder de la Iglesia, que conduciendo las almas
conducía al rebaño de cara a su salvación. Ahora es el gobierno el que
administra la vida de los ciudadanos y le orienta para salvar su
seguridad. Prevención, estadísticas,
estas son las medidas de la sociedad de control y las que se utilizaron y se
siguen utilizando. Pero con la pandemia del covid-19 los gobiernos se asustaron
y esto llevó, como en España, a adoptar medidas disciplinarias. Es decir, a
actuar sobre los cuerpos confinándolos en sus casas, obligándoles a llevar
mascarilla, a mantener las distancias, aplicando toques de queda..
Los
gobiernos, ya nos lo avisó el mismo Foucault, tienden siempre a excederse en su
poder y a convertirlo en dominio. En este caso se deslegitimó cualquier
cuestionamiento de sus medidas. No hubo debate público. El recurso a “los expertos”
es una falacia, ya que no están de acuerdo y cada cual utiliza el punto de
vista del que le interesa. Es importante recalcar como se ha bombardeado el
imaginario social. Por una parte, con imágenes muy catastrofistas; por otra con
un imperativo a la obediencia y a la aceptación de medidas disciplinarias en
una sociedad liberal como si fueran inevitables; en tercer lugar, con una
especie de apología del personal sanitario; en cuarto lugar, con una
formulación del problema en unos términos estadísticos. Todo ello ocultaba una
serie de cuestiones: en primer lugar, que los gobiernos y sus expertos no
supieron prever el problema; en segundo que no tenemos un sistema público de
salud preparado para garantizar la salud de la población, la tercera la
necesidad de un debate público sobre este tipo de medidas en una sociedad
democrática. las consecuencias de estas medidas son muy negativas: a nivel
psicológico, económico y escolar.
Los efectos en el
imaginario social no son solo los del acontecimiento como tal. Lo son también de
la manera cómo los poderes establecidos presentan este acontecimiento. Pero
también lo son de los efectos de las medidas que adoptan los gobiernos. Los
efectos económicos han sido graves. Esto ha hecho que al miedo provocado por la
enfermedad, muerte o dolor por el virus le añadamos el miedo al paro, al cierre
de pequeños negocios. Los trabajadores y los pequeños negociantes son los que
lo han pagado. Las élites económicas lo han soportado bien. El miedo nos vuelve
más obedientes y desconfiados, más normativos. El futuro se ve muy incierto.
Todo esto afecta al imaginario social.
Una mala metáfora utilizada es la de la guerra. Porque lo que ocurre
entonces es que el lenguaje militar invade nuestro imaginario: armas, enemigos,
ejércitos, héroes, víctimas. Pero se puede plantear de otra manera: imaginar
que es la acción capitalista en la Naturaleza la que ha causado una alteración
en el equilibrio ecológico, cuyo síntoma es una infección zoonítica, que la
autopista viral ha diseminado por todo el mundo. Frente a ello, a nivel
inmediato, lo que hemos de hacer es protegernos del virus, no eliminarlo ( es
un objetivo imposible). Hemos de poner en marcha los recursos necesarios y las
medidas razonables. Podemos entonces planear acciones a medio y largo plazo
para recuperar este equilibrio perdido. Son efectos diferentes en el imaginario
social.
Otro elemento que me parece interesante
resaltar, también en cuanto a sus efectos en el imaginario, es el de la imagen
del otro. Si, como decía Lacan, un cuerpo es un organismo más una imagen, lo
que está quedando es la imagen. En el contexto de la influencia cada vez más
grande del dispositivo electrónico y de la importancia cada vez mayor de las
pantallas y la relación con la imagen en nuestras vidas, uno de los efectos de
la pandemia ha sido multiplicar este fenómeno. Esto por una doble razón. Por
una parte, porque el encierro ha llevado a cambios de hábitos en el trabajo, en
la escuela y en la relación que se ha tenido que sustituir la relación entre
cuerpos por relación entre imágenes. Por otra porque el cuerpo del otro aparece
como amenazador.
Cierto que este acontecimiento cuestiona las imágenes
que nos había vendido (con éxito) el neoliberalismo: individuo autosuficiente,
confianza en el mercado, la empresa y el mercado. Cierto que se ha visto como
los seres humanos somos frágiles, vulnerables y dependientes. Cierto que se ha
comprobado que solo un sistema público de salud puede solucionar pandemias (que
contrariamente a la imagen de que eran algo superado son un peligro real)
Si hacemos una lectura desde una perspectiva
progresista, entendiendo por ello lo que supone un progreso global de la vida
humana, estos cambios en el imaginario pueden predisponer hacia algo peor o
quizás, a algo mejor. Como se suele decir, esta crisis puede ser un peligro o
una oportunidad. El peligro es, ciertamente, empujarnos aún más hacia un
capitalismo digital y financiero parasitario, con unos ciudadanos pasivos,
desconfiados, obedientes y descorporizados, que irían hacia un desastre
planetario. La oportunidad sería que los ciudadanos tomáramos conciencia que la
pandemia es un síntoma más de un problema estructural sostenido por una
ideología que lo legitima en favor de las élites. Es decir que deberíamos
cambiar nuestra imagen de lo que es una pandemia y de lo que es el cambio
climático. Entender varias cosas. La primera es que uno y otro están
vinculados, ya que el primero es un síntoma del segundo. La segunda es que el
cambio climático no es una amenaza futura sino una amenaza real. No solo por
las pandemias que aparecieron, aparecen y aparecerá. Porque ya en muchos
lugares de los países periféricos lo están padeciendo en forma actual y
dramática, como por ejemplo las plagas de langostas. Por lo tanto, imaginar
esta pandemia como un aviso que debe conducir a transformaciones éticas y
políticas. Es importante entender que hay que eliminar nuestro dualismo
sociedad/naturaleza. No entender la sociedad como algo separado de la
naturaleza sino como algo que existe en la naturaleza, en la trama de la vida En este sentido no
deberíamos ir más allá del término Antropoceno para describir la etapa en que
el ser humano ha intervenido directamente en la Naturaleza sino de Capitaloceno.
Esta es la tercera idea, la que el problema radical es, sin duda, el
capitalismo y su lógica parasitaria y devastadora, sobre todo en la actual fase
del neoliberalismo. En tercer lugar, hay que imaginar que el capitalismo puede
superarse. O mejor dicho, que es una estructura social que ha durado siglos y
que como todas las estructuras tienen un principio y un fin. Que el capitalismo
está agotando sus propios recursos y que se abrirán diversas opciones. La
apuesta progresista es la del socialismo democrático, que hemos de entender como
un camino posible.
Una alternativa donde se combinen lo común, lo social y lo público en contra de
la privatización y la mercantilización a la que estamos cada vez más sometidos.
Lo común en la manera de abordar los problemas colectivos y compartir lo
natural. Social en una economía sostenible con fines útiles basado en
cooperativas o cogestionada. Públicas las leyes que regulan la economía y los
servicios básicos.
Hemos de imaginar, por tanto, no solamente
como estamos mejor preparados para la próxima pandemia. Ciertamente hay que
fortalecer la sanidad pública, pero no solo esto. Hay que imaginar y pensar
cuales son las causas y cuáles son las soluciones. Cambiar nuestras conductas,
por supuesto, pero también cambiar el sistema. Se trata, por tanto, de la necesidad
de un cambio a la vez ético y político. Pero esto no solo debe ser u discurso
intelectual, sino que debe ser más profundo, debe llegar a lo afectivo y a lo
más vital del imaginario social.
BIBLIOGRAFÍA:
FOUCAULT,
Michel Seguridad, territorio, población Akal, Madrid, 2008.
MOORE,
Jason W. El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de
capital. Traficantes de sueños, Madrid, 2020
WALLERSTEIN,
Immanuel El capitalismo histórico
Siglo XXI, 2012, Madrid.
ZIZEK,
Slavoj Pandémia. La covid-19
estremece el mundo Anagrama, Barcelona, 2020.
ZIZEK,
Slavoj (comp.) Ideología. Un mapa de la cuestión FCE, Buenos
Aires, 2004.
Para ver diferentes concepciones de ideología, incluida la de Althusser ZIZEK, Slavoj
(comp.) Ideología. Un mapa de la
cuestión FCE, Buenos Aires, 2004.