Luis Roca Jusmet ( artículo publicado en la revista Grand Place )
La gran pregunta, por tanto, es por qué de
la existencia de unos rasgos culturales diferenciados debemos deducir que al
grupo humano portador de tales rasgos ha de corresponder la gobernación del
territorio en el que habita.
José Álvarez Junco (2016)
Pienso que el verdadero problema es que cuando
a la gente le preocupa ante todo su nacionalidad o identidad étnica particular,
empieza a examinar cada pronunciamiento político y cada acontecimiento local en
busca de las implicaciones para dicha identidad. Con ese estado de ánimo, todos
los debates sobre impuestos, o sobre líneas de trenes de alta velocidad, o
sobre adjudicaciones del agua, o sobre derechos de gestión de costas, o sobre
subvenciones a los museos de arte o las salas de conciertos, etcétera, se
convierten automáticamente en debates que implican a "nuestra
cultura" y a "nuestra identidad"[…] No tengo ni idea del porcentaje
de personas que, como yo, piensan que su identidad consiste en sus creencias
políticas y morales, en sus preferencias estéticas, en sus gustos y aptitudes
acumulados y en las muchas imágenes de sus primeros años de vida que han
establecido esos principios y esos gustos, la mayoría de los cuales no tienen
nada que ver ni con la raza ni con la nacionalidad. Probablemente el porcentaje
será muy pequeño. De otro modo, los nacionalismos no tendrían ni remotamente la
fuerza que tienen. Pero, a menos que exista algún elemento de nacionalismo
oculto entre los componentes de mi identidad personal, tengo que insistir
contundentemente en que no todos somos nacionalistas de algún tipo.
Gabriel Jackson (2000)
Mi hipótesis es que tanto el nacionalismo y el populismo son movimientos
modernos de carácter reaccionario. Lo son porque van en contra de lo más
progresista de la modernidad, que es la potenciación de un sujeto emancipado en
una sociedad democrática. Es decir, contra el presupuesto de que cada ciudadano
tiene la capacidad de gestionar su vida en relación con los otros. Es la doble
dimensión de la autonomía personal y de la exigencia de la convivencia social,
que supone el respeto al otro como un igual. Ello nos lleva al reconocimiento
de la conquista histórica de los ideales de la libertad, la igualdad y la
fraternidad, que hoy se concretan en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos. Lo cual se concreta políticamente, a mi modo de ver, en la puesta en marcha del Estado democrático
y social de derecho. Es decir, a la creencia de que somos ciudadanos en un
territorio en el que el Estado garantiza el cumplimiento de los derechos
civiles, políticos y sociales, a cambio del cumplimiento de las leyes y
obligaciones sociales. Justamente la función de la política es hacerlo posible.
Estos son, para mí, los presupuestos de la izquierda democrática. Cornelius
Castoriaidis señalaba además que la gran aportación de Grecia y de la Europa
moderna es la idea de que cada sociedad tienen autonomía para transformar sus
leyes y sus instituciones.
Esto se contrapone a la
sacralización de la tradición y a las concepciones esencialistas de la
sociedad. Cada sociedad puede cambiar lo que decide en cada momento, siempre y
cuando respete los principios de igualdad de derechos. La idea de la
Constitución es que se recojan estos principios, que deberían ser universales,
y que este ha de ser el único límite para los cambios.
Tanto en el caso del nacionalismo
como en el del populismo, podemos decir que son reacciones contra esta defensa
complementaria de la autonomía individual y del Estado de derecho. Son
reaccionarios porque se basan en lo identitario, en lo tribal. Este aferrarse a
lo propio del grupo (en el sentido que compete solo a una parte de los humanos),
se opone tanto a la autonomía singular como a los principios universales de
igualdad de derechos. Por una parte, quiere mantener la homogeneidad, la
uniformidad interna, lo cual le lleva a oponerse a la crítica y, menos aún, la
disidencia de un sujeto que forme parte del grupo. Por otra opone también al universalismo
de lo humano, porque, al igual que incluye a unos (el “nosotros”) también
excluye y separa a los otros (el “ellos”). En sus peores manifestaciones, segrega y, en
el límite, quiere eliminar al otro, al que ve como un adversario a destruir. Fácilmente
el nacionalismo se convierte en una cultura del odio. Amartya Sen ha escrito un
magnífico ensayo denunciando todos los discursos basados en la identidad única.
Hay una tendencia tribal en los humanos que hace que esta doble conquista, la
de las dimensiones singular y universal, de la emancipación sea tan difícil.
Por una parte, tenemos el miedo a la libertad, que nos hace buscar un líder, un
guía, que nos dirija, un grupo que nos proteja. Es lo que se ha llamado la servidumbre
voluntaria. Su otra cara es la del rechazo del diferente, la del racismo o la
xenofobia. La mejor definición de nación la dio, a mi modo de ver, Benedict Anderson,
al definirla como “una comunidad imaginada”. Es decir, que se basa en la
identificación con una serie de elementos simbólicos y culturales que conforman
un grupo supuestamente homogéneo, No es el que el Estado moderno se construya
sobre la base de una nación preexistente. Es que Estado se inventa la nación.
Esto no quiere decir que sea imaginario, en el sentido de irreal. Simplemente
lo que se hace es potenciar la identificación particular, de grupo, sobre la
base con una serie de elementos que pueden ser más o menos comunes, más o menos
importantes. Anne-Marie Thiesse lo precisa: “El verdadero nacimiento de una
nación es el momento en que un puñado de individuos declara que existe y se
empeña en probarlo. Esta voluntad política se logra cuando se tiene el
plebiscito del “Pueblo”. El culto a los antepasados (la tradición), desde el
Mito fundacional de la nación, es el que debe mantenerse a través de un relato
histórico que continua hasta el presente y le da sentido. Hay que crear un
patrimonio cultural y difundir el culto. Es un trabajo de bricolaje: reconstruir
de manera más o menos fiel el pasado, distorsionarlo si hace falta, inventarlo
incluso si es necesario. Fabricar una identidad colectiva, una ficción a la que
hay que adherirse. ¿Para qué? Para convertirse en un “dios útil” al servicio
del poder. O para los que ya lo tienen o para los que lo quieren tener. Los
ciudadanos se identifican con la nación en términos emocionales. Slavoj Zizek ya
planteó que el nacionalismo es la patología de la democracia liberal. Porque la
democracia formal es un sistema formal en que los ciudadanos son sujetos sin
atributos. Cualquiera que vive en un Estado y es reconocido como formando parte
de él es un ciudadano al que se le reconocen unos derechos y que debe cumplir
unas leyes. Es la invención de la sociedad civil, la de los ciudadanos que, en
un marco de igualdad, deben decidir sobre sus vidas. Pero, como nos enseñó
Spinoza, los humanos nos movemos, sobre todo, por pasiones más que por sus
razones. El ciudadano ideal que definió Kant, el del “sapere aude”, capaz de tener
un criterio y pensar por sí mismo, capaz de construir un proyecto propio de
vida, compartido por los otros, es difícil.
El término populismo se ha
puesto de moda y lo hace de una manera muy ambigua, englobando movimientos que
son heterogéneos. Hay, por tanto, que intentar precisar al máximo el término sino
queremos perdernos en la confusión. Algunos de estos movimientos proceden del
fascismo (Frente Nacional) y otros del marxismo (las conceptualizaciones de
Ernesto Laclau), junto a los que revindican la “antipolítica” (Movimiento cinco
estrellas) o la irrupción de los no políticos en la política (Trump). ¿Qué es lo que hay en común en este populismo
del siglo XXI?. En primer lugar, la oposición "pueblo"/antipueblo”.
El “antipueblo” se presenta como la oligarquía, que se identifica básicamente
con la élite política. Hay a veces un chivo expiatorio (diferente del “antipueblo”)
que es el que se ve como causa de todos los males: en el populismo de derechas son
los inmigrantes. Se busca un líder carismático que moviliza a partir de un
mensaje demagógico basado la configuración de una contradicción “pueblo/antipueblo”.
Busca la movilización en la calle y defiende las propuestas plebiscitarias, en
contra del pluralismo democrático y del valor y de la autoridad de las
instituciones y las leyes. Su demagogia está en que reduce y simplifica la
complejidad de intereses y conflictos sociales a la de un grupo que llama
"pueblo" que se opone a una casta política, culpable de todos los
males sociales que sufre este pueblo. Se distorsiona por tanto la descripción
de lo real para adecuarlo a la coherencia de una narración que tiene un
objetivo político. Se dice también lo que la gente quiere hoy, a nivel de
propuestas, sabiendo que no es posible. Los populismos comparten una lógica narrativa que se basa en una
idealización de una comunidad imaginada, a la que se llama pueblo, Se
da aquí lo que Freud llamaba “el narcisismo de las pequeñas diferencias”. que
no coincide nunca con el colectivo heterogéneo al que se refiere. Por otra
parte, la oligarquía, el “antipueblo”, es otra simplificación, basada en este
caso en una idealización negativa. Y no digamos cuando buscan un chivo
expiatorio. El análisis político es totalmente reduccionista y, por tanto,
falso. Nos movemos en la postverdad, en la negación de una exigencia de
veracidad. Cuando hablamos de sus propuestas nos encontramos con su
imposibilidad. No hay nunca en el populismo un conjunto de propuestas concretas
y realizables sino unas vaguedades que nunca se llevan a la práctica pero que
recogen las aspiraciones de aquellos a los que se dirigen. Se crea un
imaginario muy cerrado basado en lo emocional, en imágenes primarias que crean
identificaciones y rechazos.
El nacionalismo catalán ha sido política y culturalmente hegemónico en
Cataluña desde la instauración de un régimen democrático en España. Jordi Pujol
tenía, desde el principio, un proyecto de “catalanización” de la sociedad. Esto
quería decir una voluntad política construir una nación, dentro de España,
sobre bases étnicas, es decir, culturales. En primer lugar, y como tema básico,
el de la lengua como marca de identidad cultural. Bajo la retórica de
“normalizar el catalán” (con la justificación de que era una lengua minoritaria
oprimida). En realidad, lo que quería hacer era sustituir el español por el
catalán. En segundo lugar, la creación de unos medios de comunicación al
servicio de la causa nacionalista. En tercer lugar, la de construir una escuela
catalana en la que se hablara únicamente catalán (el castellano se daría con el
inglés, como lenguas extranjeras), en la que se refiriera siempre a Cataluña
como un país, en la que se montara una historia de Cataluña separada de España
y en la que se tratara a esta como un Estado opresor. En cuarto lugar, el
proyecto de potenciar a base de subvenciones públicas todo lo que se pudiera
considerar como diferencial de la cultura catalana: sardana, castellers,
fiestas tradicionales. Hacer del 11 de septiembre la fiesta nacional y el
símbolo de la libertad catalana frente al dominio español. En definitiva, ir
transmitiendo de manera subliminal el mensaje clave: Cataluña es una nación
soberana oprimida políticamente, colonizada culturalmente y explotada
económicamente por el Estado español. Generaciones de catalanes se han formado
con este mensaje. Crear un sentimiento identitario en el que ser catalán quiere
decir hablar catalán e interiorizar este relato nacionalista. Para conseguir
este objetivo utilizó todos los recursos y fondos públicos directa o para
conseguirlo. Consiguió concesiones de los gobiernos del PSOE y del PP a cambio
de su apoyo. Lo único que le faltaba era el reconocimiento de la soberanía de
Cataluña y de que una nación tiene derecho a un Estado. Pujol era un corredor
de fondo y sabía que no podía precipitarse. Cuando se dice que Pujol no era
independentista se incurre en una confusión. Pujol era nacionalista, y por
tanto soberanista, y como tal aspiraba a un Estado propio. Un largo camino que
debía seguirse sin prisas, pero sin pausas.
El tema de la soberanía es aquí central. Porque
soberanía quiere decir que se considera que Cataluña es una nación. Esto supone
implícitamente reconocer que si Cataluña es una nación tiene derecho a un Estado
propio. Pero esta nación únicamente puede formularse en términos identitarios:
una lengua, una cultura, una historia. La nación se convierte entonces en el
significante-uno del que derivan todos los demás. Este significante se basa en
una identificación imaginaria (“yo soy catalán”) que está por encima de
cualquier elemento singular (me diluyo en el grupo) o universal (nosotros
contra ellos. Pujol se convierte en el líder carismático del proceso. Los hijos
políticos de Pujol (Mas, Oriol Pujol) aceleran la propuesta hacia el soberanismo
y se alían con ERC, mientras sus nietos (CUP) mezclan este ideal con consignas
antisistema. Las torpezas del PP solo son pretextos para ir avanzando en el
proyecto. Martín Alonso, en los tres volúmenes de su preciso y riguroso libro
“Catalanismo: del éxito al éxtasis” lo explica muy bien. Se consagra “el
derecho a decidir”. Y por un mecanismo de mimetismo poco a poco una gran parte
de la sociedad catalana interioriza esta propuesta. Se va instaurando lo que
Alexis de Tocqueville consideraba el peligro de la democracia: “La tiranía de
la mayoría”.
Poco a poco el movimiento va adquiriendo cada
vez un carácter más populista y antidemocrático. Aparecerán otros líderes que
se pretenden carismáticos ( como Puigdemont y Torrà) ) como representantes únicos, directos, del
“pueblo catalán”, sin mediación ni de las instituciones ni de la legalidad. Con
una idea de la “democracia” totalmente identitaria y plebsicitaria. Se pasa a hacer
política en la calle y se crean organizaciones de masas (ANC Omnium Cultural) y
para enfrentarse al dominio del Estado español.”De esta manera el ciudadano ya
no es un sujeto universal, un sujeto vacío de derechos, sino el que se
identifica con un relato. El que no lo hace, es un “botifler”, un traidor a su
pueblo. Hay un cierto supremacismo, en el sentido de lo que Freud llamaba “el
narcisismo de las pequeñas diferencias”.
Lo básico del populismo se cumple. Por una
parte, la reducción simplificadora pueblo/antipueblo se cumple. El pueblo es
entonces "el poble catalá," que es una idealización de una entidad
que realmente no existe, por lo que acaba identificándose con los que se
identifican con ella. El “antipueblo” es entonces "España" que viene
a ser una idealización negativa absolutamente confusa: El Estado español, el
gobierno del PP, Madrid, los andaluces. Hay cada vez más más una movilización
en la calle que se considera más representativa que los votos, aunque también
se utilicen cuando interesa. La propuesta es igualmente ilusoria. Primero por
plantear una independencia que no es posible y segundo por la imagen que se da
de una Cataluña independiente. El relato es cada vez más distorsionado y el
discurso más demagógico. Esta es, precisamente, la fuerza hipnótica del nacionalismo
como populismo. Todo ello llevó al delirio que estaba en la base del
movimiento, dirigidos por políticos irresponsables ( primero Mas, después Puigdemont
y Oriol Junqueras) que condujo al desastre de la declaración unilateral que
todos conocemos. Y hoy Torra, aunque en un proceso en el que se quiere
convertir cada vez más a Puigdemont en este líder carismático tan necesario
para el populismo. En la figura que encarna la idea con la que se identifican
las masas, como bien nos explicó Freud.
Resulta especialmente penoso la
manera como este movimiento ha fagocitado a la izquierda en Cataluña. Esto
teniendo en cuenta que los valores de la izquierda democrática son claramente incompatibles
con los planteamientos del nacionalismo y del populismo. Pero en el caso de
España se ha dado una perversa alianza ente los partidos que se reclaman de la izquierda
Debemos referirnos a la lucha antifranquista
para entender las dinámicas con respecto “al problema catalán” de los que
fueron inicialmente los grupos más importantes de la Cataluña postfranquista:
el PSUC y el PSC. Empezaré por el PSUC, claramente hegemónico en la lucha
antifranquista. Fue un partido creado el año 1936 a partir d la fusión de
cuatro partidos de ámbito catalán: la federación catalana del PSOE, el Partit
Comunista de Catalunya, la Unió Socialista de Catalunya y el Partit Català
Proletari. Ya tenía, de entrada, un carácter catalanista, aunque no
nacionalista. Jugó, en el franquismo, un papel integrador de los obreros
procedentes de otras partes de España y los integró en la exigencia de
reivindicaciones catalanistas, como la exigencia del estatuto de Autonomía o la
normalización del catalán. En las tres primeras elecciones los resultados
fueron buenos (sobre el 18%) pero dese 1982 hasta su disolución bajó en picado.
Del PSUC surgieron ICV y EUiA (antes se había escindido el PCC). La postura, frente
al nacionalismo hegemónico del pujolismo, fue de un cierto seguidismo. Aunque
criticaban la política derechista de Pujol y sus acólitos fueron cediendo a sus
continuas reivindicaciones nacionalistas y presentándose como partidos
“nacionales” catalanes, aceptando que el catalán era la lengua propia de los
catalanes, que Cataluña era una nación y reduciendo a España a un Estado ajeno.
Todo ello propìciado, básicamente, por dirigentes procedentes de familias
catalanas y con unos cuadros y unas bases obreras que, poco a poco, iban
asumiendo esta dinámica como natural para ser plenamente integrados en
Cataluña. Al disolverse ICV e integrarse en els Comuns este discurso
nacionalista se fue acentuando, sobre todo al ir identificando cada vez a
España con el gobierno del PP y la defensa del Estado de derecho con un rancio
nacionalismo español. Al aparecer el famoso “derecho a decidir” impulsado por
los nacionalistas catalanes lo que se pretendía consolidar era la soberanía de
Cataluña. Tanto ICV como EUiA y luego los Comuns defendieron este soberanismo
sin entender lo que estaba en juego, que era establecer la soberanía de un
pueblo definido en términos étnicos. El Partit dels Socialistes de Catalunya
(PSC-PSOE) , por su parte, se había formado a partir de la fusión del PSC-Congrés
con la Federación Catalana del PSOE. El primer grupo era el claramente
mayoritario y había surgido de la fusión de diversos grupos socialistas
catalanistas. El PSC-PSOE cada vez se presentaba más como el PSC, tenía
Congresos propios y se definía como un partido catalanista. Cuando se forma el
gobierno Tripartito del PSC-ICV y ERC como alternativa al pujolismo lo que se
plantea es un cambio del eje izquierda-derecha, no un cuestionamiento de su
línea nacionalista. No podía ser de otra manera, si ERC estaba en el gobierno y
los dirigentes del PSC y de ICV había interiorizado tanto el discurso
nacionalista que sentían pavor por ser tildados de “españolistas” o
“anticatalanistas”. La propuesta de nuevo Estatut fue un tremendo error, ya que
hablaba de Cataluña en términos claramente soberanistas. El PSC se apuntó así
al soberanismo, en la medida que aceptaba la necesidad de un referéndum
vinculante, es decir la soberanía catalana. De hecho, siempre se había hablado de
las “dos almas” del PSC con respecto al problema catalán, aunque la hegemonía
la tenían los catalanistas. A medida que la situación se polarizaba el PSC tuvo
dos escisiones. Una primera en que algunos cuadros y dirigentes fueron a
Ciudadanos. Y una segunda en la que dirigentes, cuadros y militantes acabaron
en la órbita abiertamente nacionalista. Pero el PSC, finalmente optó por una
posición soberanista y defensora de una España Federal. Otra cosa es que el
discurso dominante del PSC no haya roto totalmente de las influencias del
nacionalismo catalán a partir de su definición como catalanista. Pero está
claro que dentro del espacio institucional catalán es la única referencia, si
se quiere imperfecta, de una alternativa socialista democrática al nacionalismo
que ya ha presentado su verdadera cara, la secesionista. Respecto a lo que
podríamos llamar extrema izquierda hay que decir que se mueve en el espacio
soberanista. La influencia de Jaime Pastor, histórico dirigente troskista y
férreo defensor del derecho de autodeterminación de las naciones periféricas
del “Estado español”.
Tenemos finalmente el caso de las CUP, grupos asamblearios que adoptan una
retórica izquierdista radical pero que en realidad solo funcionan como una
opción nacionalista radical, por lo tanto extremadamente dogmática y sectaria.
Ciudadanos apareció en el 2006 como una posible alternativa. Yo mismo
escribí en la revista el Viejo Topo un artículo titulado “¿Una nueva
alternativa de izquierdas en Cataluña?”. Se trataba de saber si este movimiento
cívico, transversal que criticaba al nacionalismo catalán podía tener una
orientación progresista, ya que se definía en un espectro que iba del
liberalismo igualitario a la socialdemocracia. La historia desmintió esta
posibilidad y Ciudadanos ha tenido una deriva cada vez más clara hacia la
derecha liberal e incluso el nacionalismo españolista.
Hay que señalar que se han dado en los últimos años algunos intentos de
crear una izquierda no nacionalista, más allá del PSC y els Comuns. Se formó un
pequeño grupo que quiso coordinar estos esfuerzos, llamado ASEC/ASIC (Asamblea
social de la izquierda en Cataluña), se intentó montar un partido( Izquierda en
positivo) pero que no cuajó en una alternativa consistente desde el punto de
vista electoral. Me parece más razonable y realista buscar en la unión del PSC,
en los Federalistas que están en Común y en alguna plataforma que pueda reunir
todos estos pequeños grupos, una alternativa de izquierda no soberanista en
Cataluña. Que ha de ser federal pero cuestionando conceptos que no tienen nada
que ver con el discurso de la izquierda como “derechos históricos”. Un
federalismo que ceda competencias pero que se base en una idea clara de
lealtad. No en una profundización de la lógica de los reinos de taifas ni en un
planteamiento nacionalista-populista que, para mí, es la negación del
federalismo democrático de izquierdas. Ni tampoco en la interesada confusión
entre federalismo y confederalismo. Por muy compartidas que sean hoy las
soberanías la referencia siempre es el Estado de derecho, que decide ceder
competencias a nivel interno y llegar a acuerdos a nivel externo. Y este Estado
de derecho es al que le corresponde, en sentido cívico, el nombre de nación.
Nación cívica que es culturalmente plural, por supuesto. Pero por una
diversidad heterogénea, no porque esté formado por supuestas comunidades
culturales homogéneas que solo existen en la ideología de los nacionalistas.
Estado democrático y social de derecho que sea capaz de garantizar los derechos
cívicos, políticos y económicos a la ciudadanía.
BIbilografía:
ALONSO, Martín (2014) El catalanismo, del éxito al éxtasis: I: La génesis
del problema social Barcelona: El Viejo topo.
ALONSO, Martín (2015) El catalanismo, del éxito al éxtasis. II: La intelectualidad
del “proceso: Barcelona: El Viejo
Topo.
ALONSO, Martín (2016) El catalanismo, del éxito al éxtasis. III:
Impostura, impunidad y desestimiento
Barcelona: El Viejo Topo.
ÁLVAREZ JUNCO, José Álvarez Dioses
útiles. Naciones y nacionalismos
Barcelona : Galaxia Gutenberg.
ANDERSON, Benedict (2007) Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el
origen y la difusión del nacionalismo México:
FCE.
BLANCO VALDÉS, Roberto L. (2012) Los
rostros del federalismo Madrid: Alianza editorial.
CANDEL, Miguel y LÓPEZ, Salvador (2017)
Derechos torcidos. Conversaciones sobre “el derecho a decidir”, la
soberanía, la libre determinación y la España federal Barcelona: El Viejo Topo.
JIMENEZ VILLAREJO, Carlos Catalunya.
Mitos y resistencias Barcelona: El Viejo Topo.
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