Como ser anticapitalista en el siglo XXI
Erik Olin Wright (traducido por Cristina Piña Aldao)
Madrid: Ediciones
Akal, 2020.
Escrito por Luis Roca Jusmet
El libro que nos
ocupa está perfectamente organizado en seis capítulos. El primero expone de
manera sintética porqué hay que ser anticapitalista. Lo hace desde la defensa
de unos valores básicos que son los que recoge la tradición emancipadora en que
se sitúa el autor: igualdad/equidad, democracia/libertad,
comunidad/solidaridad. Desde la perspectiva de estos valores podemos
diagnosticar que vivimos en una sociedad enferma y que el origen de esta
patología social está en el capitalismo, con un sistema clasista basado en la
explotación que va profundizando en la desigualdad; con unas relaciones
nefastas establecidas desde un individualismo competitivo y consumista; con un
crecimiento económico sin límites y totalmente devastador.
Pero el problema es que, aceptando lo anterior,
hay que saber si existen alternativas. Las únicas que históricamente se han
presentado como tales
(URSS, República Popular China, Europa del Este...) han fracasado
como proyecto emancipador. Pero el autor lleva años defendiendo la “construcción
de utopías reales” y considera que hay que mantener el término “socialista
democrático” para pensar una sociedad que supere las miserias del capitalismo. No
hay otro término mejor, igual que el de “utopía”, a pesar de todas las reservas
que podamos ponerles. A partir de aquí,
E.O. Wright entra de manera directa en la configuración de una alternativa al
capitalismo, que implica señalar una estrategia para llegar al socialismo
democrático. Conocemos cinco propuestas posibles a analizar: “aplastar al
capitalismo”, “desmantelar al capitalismo”,” domesticar al capitalismo” y “huir
del capitalismo”. Lo que hace es añadir una propuesta nueva: “erosionar al
capitalismo”, la cual excluye la primera opción e integra de manera
complementaria las otras cuatro. La opción de “aplastar al capitalismo” es la
de la ruptura violenta, la de una revolución en el sentido clásico, de cuya experiencia
histórica podemos concluir que no se ha podido construir nada nuevo sobre las
cenizas de lo viejo. El resultado fue siempre la aparición de un estatismo que,
aunque mejoró las condiciones de vida materiales de mucha gente, no tuvo nada
que ver con las expectativas de una opción emancipatoria. Aunque la opción dos,
que era la de reformar el capitalismo para llegar a través de una serie de
reformas al socialismo, fue también un fracaso histórico porque nunca fue
posible, para Wright es una opción que hay que recoger combinándolas con otras.
En primer lugar, con la “domesticación del capitalismo” que, aunque no sea, por
definición, una superación del capitalismo es la que no ha proporcionado las
mejores conquistas dentro del sistema. En este nivel, que opera a nivel
institucional hay que apoyarse en los partidos de izquierda, que son los que
pueden actuar desde el Estado para transformar las Instituciones y la legalidad
en una línea que sea capaz de potenciar políticas que, aunque puedan existir en
el capitalismo, son por su naturaleza anticapitalistas porque no se inscriben
en su lógica. Una tarea es, por tanto, trabajar desde los partidos (sean los
tradicionales o creando nuevos, según el contexto). Pero esto no es ni
suficiente ni lo más importante, ya que el camino al socialismo debe basarse
fundamentalmente en lo que Wright llama el “poder social”. Es decir, en los
propios ciudadanos organizados desde la base, que son los que “resisten al
capitalismo” empujando a estos partidos a que sean consecuentes con un proyecto
transformador y oponiéndose a la lógica del propio sistema. Pero no únicamente
esto, sino creando además formas alternativas, que es lo que el autor llama de
una manera quizás confusa “huir del capitalismo” (a mi modo de ver una
expresión poco afortunado): creando cooperativas, espacios de economía
social... Es, por tanto, la combinación de prácticas, institucionales y no
institucionales, desde arriba y desde abajo, las que van planteando las
transformaciones silenciosas que, finalmente, darían lugar a este socialismo
democrático, que ciertamente, deberá ir superando muchas tensiones internas y muchos
obstáculos que irán poniendo las élites capitalistas.
El autor tiene
claro, como lo tuvo Marx, que no se trata de diseñar lo que será esta sociedad
socialista, ya que es la propia práctica y la experiencia la que debe señalar
el camino. Pero sí de dar unas líneas maestras que orienten el trayecto: renta
básica universal, economía de mercado cooperativa, economía social y solidaria,
democratización de las empresas capitalistas, conversión de la banca en un
servicio público. Un conjunto de medidas, en definitiva, que, junto a una
organización económica no mercantilizada (provisión estatal de bienes y servicios,
producción colaborativa entre iguales, procomún de conocimientos) darían lugar a
una dimensión del socialismo como democracia económica, no solo política. Este
último aspecto también implicaría reformas en las reglas del juego, para
hacerlo más democrático: hacer las reglas del juego más democráticas, el sorteo
para elegir representantes institucionales, formas directas de participación
pública de los ciudadanos.
El último aspecto,
muy importante, es el de definir quienes serán los sujetos de estas
transformaciones. ¿Quiénes serán sus agentes, los actores colectivos para llevarlo
a cabo? Wright plantea la cuestión en todos sus matices y en toda su
complejidad. No solamente porque la clase obrera ya no es el grupo dominante y
homogéneo que fue, sino también porque si queremos construir un mundo mejor no
podemos basarnos únicamente en la defensa de los propios intereses. Se trata de
resaltar la dimensión moral del movimiento a través de valores emancipadores compartidos.
Para ello es importante la cuestión de cohesionar estos movimientos sociales
desde unos principios que no sean puramente corporativos, de ir construyendo
identidades compartidas en torno a ellos. Porque de lo contrario, podemos
encontrarnos con que los movimientos fundamentalistas, nacionalistas o
populistas de extrema derecha pueden crear identidades opuestas tanto a los
intereses propios de los oprimidos que pueden identificarse con ellas, como a
los valores progresistas. La política real, en conclusión, supone que se formen
actores colectivos políticamente organizados y eficaces para erosionar el
capitalismo. Una acción combinada desde dentro y desde fuera de las Instituciones,
creando una agencia creativa que se pueda desarrollar un potencial desde una
amplia base social que permita dar una salida al desastre al que nos lleva el
capitalismo.
Desgraciadamente
Erik Olin Wright murió todavía joven, el año 2019, a los 72 años, poco después
de acabar este libro. Completan el libro dos textos de Michel Burawoy, y Vivek
Chibber (que titula con el nombre que he dado a esta reseña) que son, en ambos
casos, un emotivo e interesante homenaje al autor. Es, en definitiva, un libro,
claro, riguroso, absolutamente lúcido. ¿ Un libro necesario ¿ Más que esto, un
libro imprescindible.
Luis Roca Jusmet