Escrito por Luis Roca Jusmet
Hay que mencionar igualmente, por sus interesantes aportaciones al tema del estadio del espejo, las reflexiones de otra potente psicoanalista francesa, Francoise Dolto ,contemporánea de Lacan. Sobre todo es fundamental su noción de imagen inconsciente del cuerpo. Parte de una diferencia básica entre el esquema corporal y la imagen del cuerpo. El primero es considerado común a la especie según la matriz de las características temporales y espaciales, ya que es el cuerpo físico, presente en el marco de la experiencia inmediata. Se basa en unas características innatas que se estructuran mediante el aprendizaje y la experiencia. Pero este esquema corporal es portador de una imagen inconsciente del cuerpo, que no es específica sino singular, y que es la síntesis viva de nuestras propias experiencias emocionales, eminentemente inconscientes. Es el soporte del narcisismo y tiene relación con el goce y con el lenguaje, por lo cual entrelaza en su formación el registro imaginario y simbólico.La imagen del cuerpo, al contrario que el esquema corporal, pertenece al orden del deseo y no al de la necesidad. Es también el inconsciente, lugar donde se elabora la experiencia profunda del sujeto.
Tiene tres aspectos dinámicos, el primero de los cuales es como imagen de base, que quiere decir como narcisismo primordial que nos da una identidad permanente en nuestro devenir individual. La psicoanalista da a esta noción de narcisismo primordial un sentido positivo, ya que es lo que nos liga a la vida y a la propia auto-aceptación ( lo que hoy se llama la autoestima) El segundo aspecto es el que nos posibilita una imagen funcional, que quiere decir una imagen dinámica en la que se encarna el sujeto del deseo. Nos permite salir del cuerpo biológico para querer vivir y para ser un cuerpo deseante.El tercero, vinculado al anterior, es la condición para la imagen erógena, donde se focalizan el placer/ displacer erótico en relación con el otro. Si la denomina inconsciente es porque piensa que, paradójicamente esta imagen no es representable, y que es lo que el cuerpo aporta al inconsciente. Los tres aspectos combinados constituyen una especie de matriz corporal de la subjetividad.Hay una polémica muy rica entre Dolto y Lacan sobre el estadio del espejoen la que la primera defiende la existencia de un narcisismo primario positivo, que en cierta forma es el portador de la energía vital con la que nos identificamos. A través del estadio del espejo, la autoimagen se sostiene por la palabra de la Madre, que es la que permite articular positivamente el imaginario y lo simbólico en el niño y Dolto considera siempre que la imagen especular ha de estar ligada necesariamente a la palabra, a lo simbólico, para llegar a buen puerto. Polemiza con Lacan porque considera que éste tiene una concepción totalmente negativa del imaginario en la medida que lo vincula inevitablemente al quedar atrapado en la rivalidad agresividad y en un callejón sin salida narcisista. Françoise Dolto cuestiona además algunas afirmaciones lacanianas como la afirmación de que la reacción del niño frente a esta imagen especular es de júbilo. Las considera excesivamente especulativas y sin contrastación empírica, Pero en lo que difiere radicalmente de Lacan es en el carácter puramente óptico y visual que da esta experiencia., ya que la psicoanalista la relaciona con una sensorialidad más amplia y explica de manera concreta como, por ejemplo, los ciegos de nacimiento viven esta identificación imaginaria en una modulación diferente.
Gerard Guillerault, que ha trabajado a fondo la relación entre los dos grandes psicoanalistas, nos muestra lúcidamente lo que les une, que finalmente es que ambos aceptan una falta estructural en el ser humano, es decir, que hay algo incompleto en la imagen que no puede simbolizarse, de lo que no puede hablarse. Quizás no acabemos de entender a que se refiere pero intuimos que hay algo se nos escapa en la imagen de nosotros mismos y que tampoco la palabra puede expresar. Si para Françoise Dolto este enigma nos vincula al elemento más luminoso de la condición humana, para Jacques Lacan lo que expresa es su aspecto más oscuro y tenebroso.
Los trabajos de Samí-Alí sobre el cuerpo en relación con el imaginario también gran interés. Por una parte insiste en que el cuerpo no se reduce a una realidad física sino que es también una imagen. La demarcación entre lo real y lo imaginario queda diluida a este nivel. Es la imagen del cuerpo proyectada en una superficie, que primero aparece en dos dimensiones (en contra de lo que dice Merleau- Ponty) y que no es aprensible sino a partir de las relaciones identificatorias que marcan las coordenadas espaciales (adentro/ afuera; izquierda/ derecha; arriba/ abajo; adelante/ detrás. Establecidas primero a través de la relación especular las coordenadas espaciales son biniculares, no existe en ellas la profundidad. Ésta sólo se introduce con la superación del estadio oral, que se experimenta como fusión con el cuerpo materno. La entrada en la etapa anal, que transforma el cuerpo en un objeto manipulable, que se puede poseer y dominar, implica entrar en una perspectiva tridimensional. Es el momento en que se configura la objetividad que nos permite acabar de separar el propio cuerpo del de los objetos, lo que supone la aparición de lo simbólico. Sami-Alí considera la percepción del rostro en el espejo como el final de un proceso de proyección cuya finalidad es constituir en su diferencia el rostro del otro, con el que anteriormente se había identificado primero (a través de la madre). Consolidando este proceso se cumple la separación entre el adentro y el afuera, superando la conciencia de esta experiencia como de lo siniestro (ligado a la percepción del otro como doble, en cuanto nos identificamos con él). Para Sami-Alí hay una coincidencia entre el descubrimiento del símbolo como sustitución de la madre (la experiencia que recoge Freud de su nieto y que le da el nombre de fort-da) y el reconocimiento en el espejo. Pero también la imagen del cuerpo se constituye en el tiempo, ya que el tiempo corporal se organiza en función de los intercambios precoces madre/ hijo y la percepción del tiempo objetivo, que corresponde a la fase anal. El imaginario y lo simbólico están mucho más entrelazados en este planteamiento que en el de Lacan, ya que es un proceso en el que lo simbólico (la palabra y el discurso, la ley) va apareciendo sobre este fondo del imaginario, que es la relación del cuerpo con los objetos. Pero para que el objeto aparezca como separado del cuerpo y podamos entrar en el principio de realidad, que es el de la constitución de la objetividad y establecer una diferencia entre lo real y lo imaginario es necesario que el cuerpo perciba el objeto como negación, que lo proyecte fuera mientras permanecemos identificados con el cuerpo. La relación adentro/ afuera es posible por un proceso complementario de identificación y de proyección.
Los trabajos de Samí-Alí sobre el cuerpo en relación con el imaginario también gran interés. Por una parte insiste en que el cuerpo no se reduce a una realidad física sino que es también una imagen. La demarcación entre lo real y lo imaginario queda diluida a este nivel. Es la imagen del cuerpo proyectada en una superficie, que primero aparece en dos dimensiones (en contra de lo que dice Merleau- Ponty) y que no es aprensible sino a partir de las relaciones identificatorias que marcan las coordenadas espaciales (adentro/ afuera; izquierda/ derecha; arriba/ abajo; adelante/ detrás. Establecidas primero a través de la relación especular las coordenadas espaciales son biniculares, no existe en ellas la profundidad. Ésta sólo se introduce con la superación del estadio oral, que se experimenta como fusión con el cuerpo materno. La entrada en la etapa anal, que transforma el cuerpo en un objeto manipulable, que se puede poseer y dominar, implica entrar en una perspectiva tridimensional. Es el momento en que se configura la objetividad que nos permite acabar de separar el propio cuerpo del de los objetos, lo que supone la aparición de lo simbólico. Sami-Alí considera la percepción del rostro en el espejo como el final de un proceso de proyección cuya finalidad es constituir en su diferencia el rostro del otro, con el que anteriormente se había identificado primero (a través de la madre). Consolidando este proceso se cumple la separación entre el adentro y el afuera, superando la conciencia de esta experiencia como de lo siniestro (ligado a la percepción del otro como doble, en cuanto nos identificamos con él). Para Sami-Alí hay una coincidencia entre el descubrimiento del símbolo como sustitución de la madre (la experiencia que recoge Freud de su nieto y que le da el nombre de fort-da) y el reconocimiento en el espejo. Pero también la imagen del cuerpo se constituye en el tiempo, ya que el tiempo corporal se organiza en función de los intercambios precoces madre/ hijo y la percepción del tiempo objetivo, que corresponde a la fase anal. El imaginario y lo simbólico están mucho más entrelazados en este planteamiento que en el de Lacan, ya que es un proceso en el que lo simbólico (la palabra y el discurso, la ley) va apareciendo sobre este fondo del imaginario, que es la relación del cuerpo con los objetos. Pero para que el objeto aparezca como separado del cuerpo y podamos entrar en el principio de realidad, que es el de la constitución de la objetividad y establecer una diferencia entre lo real y lo imaginario es necesario que el cuerpo perciba el objeto como negación, que lo proyecte fuera mientras permanecemos identificados con el cuerpo. La relación adentro/ afuera es posible por un proceso complementario de identificación y de proyección.
Todas estas líneas de trabajo lo que hacen es aportar matices y aportaciones a la teoría lacaniana, mucho más conocida, sobre el estadio del espejo como base de la identificación imaginaria.
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