viernes, 24 de marzo de 2017

IDENTIDAD E IDENTIFICACIÓN


Escrito por Luis Roca Jusmet


Resultat d'imatges de narcisismo

A esta situación se refiere el mito de Narciso Cierto que está enamorado de su propia belleza., pero el mito seguiría teniendo sentido si amara su propia infelicidad. Se inclina al borde del agua indiferente a la voz que le pide que retroceda; quiere acercarse más y más a la imagen de sí mismo reflejada en la superficie del agua; en el mometo de esta unión consigo mismo, se ahoga. La estructura emocional del mito es que cuando uno no puede distinguir entre el yo y el otro y trata a la realidad como una proyección del yo, se halla en peligro. Este peligro está contenido en la metáfora de la muerte de Narciso : se inclina tan cerca del espejo de las aguas, su sentido del exterior está tan absorbido por los reflejos de sí mismo que el yo desaparece, queda destruido. En la vida ordinaria, tras la caída en el agua, como si dijéramos, el perfil clínico que presenta el paciente es el de sentirse muerto interiormente, sentir que uno no vale nada y ver que en el exterior no hay nada que valga la pena.

Richard Sennett

Jacques Lacan plantea que la teoría del yo más fiel con el genio freudiano hay que abordarla desde dos aspectos claves: el yo corporal y las identificaciones. Esta declaración de principios le enfrenta radicalmente con otra interpretación del psicoanálisis centrada en la psicología del yo, que lo entendería como la esfera libre de conflictos, el elemento mediador que la cura psicoanalítica ha de reforzar. En este sentido un yo fuerte sería la garantía de una buena adaptación y, por tanto de una vida satisfactoria, es decir, sana. Para Lacan, por el contrario, lo que tiene que hacer el yo es abrirse al ello, no intentar dominarlo. Si rastreamos directamente en Freud comprobamos que su teoría del yo es muy compleja, en ciertos aspectos ambigua y sometida por tanto a más de una interpretación. A partir del “Proyecto para una psicología para neurólogos”, la noción de yo constituye uno de los hilos conductores de su elaboración teórica, que formula básicamente en “Introducción al narcisismo” y “El Yo y el Ello” Freud formula los elementos fundamentales de su teoría del yo. Pero no hay que olvidar otros escritos interesantes para el tema como “Duelo y melancolía”, “Psicología de masas y análisis del yo” y “”La escisión del yo en el proceso defensivo.”
 En todo caso, lo que sí puede afirmarse es que hay una serie de elementos que son indiscutibles en la teoría freudiana del yo ( y la diferencia de interpretación está en como se articulan todos estos aspectos): 
 1) El yo es una instancia psíquica diferenciada del ello y del superyo y es el producto secundario de una acción psíquica específica y no de una derivación biológica espontánea. 
 2) El yo tiene una función mediadora respecto a la prueba de realidad (a la que nos someten las exigencias del entorno y de los otros) y a las tensiones internas ( derivadas de la presión contradictoria del ello y del superyo).
3) Las identificaciones son un elemento constitutivo del yo y una función reparadora de las pérdidas de aquellos a los que amamos . 
4) El yo tiene una función unificadora de los límites corporales (la superficie del cuerpo, la envoltura corporal) y es la proyección del organismo en el psiquismo.
 5) El yo es objeto de la líbido a través del narcisismo (El mito de Narciso, como sabemos, es el amor a la imagen de sí mismo) que se inscribe por lo tanto directamente en el registro del imaginario.
 Si vinculamos el yo con el imaginario es básicamente a través de las identificaciones, cogiendo como punto de partida la definición de Lacan de que una identificación es la transformación de un sujeto a partir de una imagen . En esta línea el yo percibe imágenes que una vez recibidas e inscritas conforman su propia sustancia. Podemos ampliarla a partir de la definición de Laplanche y Pontalis en su diccionario de psicoanálisis: “El proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones.”
 Para Freud la identificación es un movimiento de absorción que va hacia el otro y que puede llevar hasta el límite de querer devorarlo psíquicamente. Como ejemplo podemos recordar como en la película El hombre que mató a Jesse James éste le pregunta a su futuro asesino ( que le admira de una forma absoluta ) : ¿ Quieres ser como yo o quieres ser yo ? Habitualmente esta identificación se puede realizar de dos formas diferentes: como deseo consciente de ser como el otro o como deseo inconsciente de ser el otro, en el que este ser puede identificarse con sus rasgos visibles o con algo mucho más increíble e inquietante: su fantasma inconsciente. La identificación no designa entonces en Freud algo tan importante como el amor ( en el que nos nos queremos identificar con aquel a quien amamos) sino la formación del yo, porque somos la memoria de los seres que hemos perdido y con los que nos hemos identificando apropiándonos de algún aspecto que les pertenece. Por tanto lo que explica que seamos lo que somos es un precipitado de identificaciones que vamos realizando a lo largo de nuestra existencia, pero cuyas raíces establecemos en la infancia.. Freud trata la identificación a partir de la clínica en un texto relativamente tardío que es “Psicología de masas y análisis del yo”, en cuyo capítuloVII analiza la identificación histérica como una posición femenina de identificación, en la que la que se quiere atraer al Padre o bien identificándose con un rasgo la Madre para ocupar su lugar o bien adquiriendo un rasgo suyo. Tenemos los dos tipos de histeria : en el primer caso tendríamos una mujer dominada por un síntoma y en el segundo una mujer masculina. Pero hay que diferenciar esta identificación con la identificación melancólica, que tiene carácter narcisista porque la carga amorosa del objeto vuelve al yo. En la identificación histérica, en cambio, la carga del objeto se mantiene y por tanto nos identificamos no con el otro sino con algo suyo, por lo que el éste se mantiene independiente de nosotros con una carga amorosa que depositamos en él. En realidad hay en esta identificación algo paradójico, porque conservamos el objeto y por lo tanto nos identificamos con algo de alguien que permanece fuera de nosotros. A partir de estas reflexiones Freud intenta explicar un fenómeno contemporáneo que es la psicología de masas y lo hace a partir del vínculo que une al individuo con la masa a través del Ideal. Lo que hace éste es ocupar simbólicamente el lugar del objeto amado de la masa y así puede unificarla a su alrededor. El líder, al que idealizan como encarnación de este Ideal., ocupa entonces también un lugar paradójico, ya que el individuo que forma parte de esta masa lo considera como al mismo tiempo una parte de sí mismo y por otro lado lo engrandece idealizándolo. Freud pensaba en el ejemplo de Hitler pero posteriormente lo hemos comprobado una y otra vez con líderes más contemporáneos como Mao o Milosevic. Este mecanismo es opuesto al del enamoramiento, ya que aquí se empobrece el sujeto en proporción inversa al engrandecimiento del objeto amado. Ëste último queda idealizado nunca nos identificamos con él porque se mantiene como objeto independiente al que queremos poseer, que como tampoco es posible siempre será inalcanzable.
 Pero es Lacan el que trabajará más a fondo la cuestión del yo como identificación imaginaria (estrechamente vinculada a la imagen corporal) a partir de su teoría del estadio del espejo. Irá reelaborando esta idea en relación con las modificaciones del concepto de imaginario que va elaborando a lo largo de su obra. Ya en el año 1936 en su texto “ Más allá de la realidad” , escrito el año 1936, planteará la imagen como la cuestión nuclear de la psicología, que no puede identificarse con lo ilusorio. Este texto queda recogido en sus Escritos, al igual que “ El estadio del espejo como formador del yo” y “La agresividad en psicoanálisis”, todos de los años 40, y donde formulará su teoría del estadio del espejo, en el plantea la identificación imaginaria como una identificación especular; Es el reconocimiento que hace el niño en el espejo (entre los seis y los dieciocho meses) el que permite dar forma, es decir imagen, a un cuerpo desmembrado. Lacan lo teoriza a partir de las observaciones del comportamiento de los bebés ante el espejo y de estudios de etología sobre el mimetismo animal y los estudios científicos del biólogo Bolk sobre el carácter prematuro, incompleto, del cachorro humano: esto lo coloca en una situación de desamparo funcional en la que el bebé se encuentra sin recursos frente a la presencia primera del Otro. Lo relaciona con los estudios de conducta animal de Lorentz , en que, a partir del experimento de utilizar estímulos artificiales (señales) éstos funcionan como la impronta que determinará los ciclos instintivos del animal y posibilita las pautas de acción para moverse en un medio determinado.. La imagen funciona, por tanto, como una forma que tiene una pregnancia en la medida en que el animal se reconoce en ella. Lacan constata este primer momento constitutivo del yo que es el que se realiza a partir de la identificación del niño con la imagen que capta en el espejo, que en un primer momento confunde con el otro. En un segundo momento ya entiende que es una imagen pero considera que es la del otro y en un tercer momento es cuando identifica la imagen como propia. Al reconocerse como una unidad encuentra una identificación primordial cuando todavía no ha desarrollado su esquema corporal. Y el yo como entidad imaginaria, en el caso humano, se constituye a partir de estas imágenes pregnantes, es decir, de estas imágenes en que nos reconocemos porque tienen un sentido ligado al yo, primera expresión del narcisismo. En cierta manera lo que hace Lacan con su teoría del estadio del espejo (que irá madurando a lo largo de su obra) es ir eliminando la diferencia establecida por Freud entre la teoría del yo corporal y la teoría del yo como identificación. Pero el carácter imaginario del yo es necesaria para la constitución de la imagen de unidad del yo, aunque su función se transformará en un obstáculo al ocultar su división real.
Pero en los escritos y seminarios de los años 50, que es cuando Lacan señala la presencia fundamental y constituyente del lenguaje, introducirá la identificación simbólica, es decir, el papel del Otro en la identificación especular. El niño, nos dirá, está también ligado a su imagen por nombres y palabras, y más tarde, como ya hemos señalado, por el Ideal del Yo y esta identificación simbólica con el ideal nos permite enraizar una identificación que nos permita un enclave a través del cual salir de la fascinación de las identificaciones imaginarias. En el ámbito del imaginario no hay salida, hay que trascender la agresividad primaria (constitutiva inicial) a partir de lo simbólico, que es la mediación que permite el pacto, la pacificación.
Hay que relacionar este trabajo teórico de Lacan, con su noción de cuerpo, que definirá como un organismo más una imagen. El cuerpo humano es la imagen que tiene un organismo con conciencia de sí y es una realidad secundaria, construida desde nuestro psiquismo y que no tiene nunca el carácter innato de una realidad física primaria. Analizando la evolución de esta noción de cuerpo en Lacan constatamos que lo que nos plantea de manera permanente es que el organismo vivo, lo viviente, no es nunca suficiente como para constituir un cuerpo, hace falta el registro imaginario. Pero también lo simbólico, ya que para dar cohesión a una individualidad orgánica se necesita la categoría lingüística de Uno, con lo cual el cuerpo adquiere también tiene una dimensión significante. Y más adelante, cuando domine en la teoría lacaniana lo real sobre lo simbólico y el imaginario el cuerpo será de un cuerpo de goce, inaccesible a la imagen y a la palabra.

Pero hay que mencionar, por sus aportaciones al tema, las reflexiones de otra potente psicoanalista francesa, contemporánea de Lacan, que es Francoise Dolto. Sobre todo es fundamental su noción de imagen inconsciente del cuerpo80, que parte de una diferencia básica entre el esquema corporal y la imagen del cuerpo. El primero es común a la especie según la matriz de las características temporales y espaciales, ya que es el cuerpo físico, presente en el marco de la experiencia inmediata y basado en unas características innatas que se estructuran mediante el aprendizaje y la experiencia. Pero este esquema corporal es portador de una imagen inconsciente del cuerpo, que no es específica sino singular, y que es la síntesis viva de nuestras propias experiencias emocionales, eminentemente inconscientes. Es el soporte del narcisismo y tiene relación con el goce y con el lenguaje, por lo cual entrelaza en su formación el registro imaginario y simbólico. La imagen del cuerpo, al contrario que el esquema corporal, pertenece al orden del deseo y no al de la necesidad y es también el lugar inconsciente donde se elabora la experiencia del sujeto. Tiene tres aspectos dinámicos, el primero de los cuales es como imagen de base, que quiere decir como narcisismo primordial que nos da una identidad permanente en nuestro devenir individual; el segundo como imagen funcional, que quiere decir como la imagen dinámica en la que se encarna el sujeto del deseo; y el tercero es como imagen erógena, donde se focalizan el placer/ displacer erótico en relación con el otro. Si la denomina inconsciente es porque piensa que, paradójicamente esta imagen no es representable, y que es lo que el cuerpo aporta al inconsciente. Es como la matriz corporal de la subjetividad.
Hay una polémica muy rica entre Dolto y Lacan sobre el estadio del espejo en la que la primera defiende la existencia de un narcisismo primario positivo, que en cierta forma es el portador de la energía vital con la que nos identificamos. A través del estadio del espejo, la autoimagen se sostiene por la palabra de la Madre, que es la que permite articular positivamente el imaginario y lo simbólico en el niño. Dolto considera siempre que la imagen especular ha de estar ligada necesariamente a la palabra, a lo simbólico, para llegar a buen puerto ; polemiza con Lacan porque se mueve exclusivamente en este registro puramente imaginario que le conduce a una concepción absolutamente negativa que le lleva a considerar al sujeto como inevitablemente atrapado en la rivalidad agresividad y en un callejón sin salida narcisista que deriva del anterior. Françoise Dolto cuestiona algunas afirmaciones lacanianas que considera excesivamente especulativas y sin contrastación empírica, como la afirmación de que la reacción del niño frente a esta imagen especular es de júbilo. Pero en lo que difiere radicalmente de Lacan es en el carácter puramente óptico y visual que da esta experiencia. La psicoanalista la relaciona con una sensorialidad más amplia y explica de manera concreta como, por ejemplo, los ciegos de nacimiento viven esta identificación imaginaria en una modulación diferente. Gerard Guillerault, que ha trabajado a fondo la relación entre los dos grandes psicoanalistas, nos muestra lúcidamente lo que les une, que finalmente es que ambos aceptan una falta estructural en el ser humano, es decir, que hay algo incompleto en la imagen que no puede simbolizarse, de lo que no puede hablarse. Quizás no acabemos de entender a que se refiere pero intuimos que hay algo se nos escapa en la imagen de nosotros mismos y que tampoco la palabra puede expresar. Si para Françoise Dolto este enigma nos vincula al elemento más luminoso de la condición humana, para Jacques Lacan lo que expresa es su aspecto más oscuro y tenebroso.
Los trabajos de Samí-Alí sobre el cuerpo en relación con el imaginario también gran interés. Por una parte insiste en que el cuerpo no se reduce a una realidad física sino que es también una imagen, por lo que la demarcación entre lo real y lo imaginario queda diluida a este nivel. Es la imagen del cuerpo proyectado en una superficie, que primero aparece en dos dimensiones ( en contra de lo que dice Merleau- Ponty) y que no es aprensible sino a partir de las relaciones identificatorias que marcan las coordenadas espaciales (adentro/ afuera; izquierda/ derecha; arriba/ abajo; adelante/ detrás. Establecidas primero a través de la relación especular son biniculares, no existe la profundidad., que solo se introduce con la superación del estadio oral ( que se experimenta como fusión con el cuerpo materno) y la entrada en la etapa anal, que transforma el cuerpo en un objeto manipulable, que se puede poseer y dominar. La tridimensionalidad es, por tanto, posterior y configura la objetividad que nos permite acabar de diferenciar el propio cuerpo del de los objetos, que aparecen entonces como consistentes y externos a nuestro cuerpo, con lo cual permiten un mejor advenimiento de lo simbólico. Sami-Alí considera la percepción del rostro en el espejo como el final de un proceso de proyección cuya finalidad es constituir en su diferencia el rostro del otro, con el que anteriormente se había identificado primero ( a través de la madre). Consolidando este proceso se cumple la separación entre el adentro y el afuera, superando la conciencia de esta experiencia como de lo siniestro ( ligado a la percepción del otro como doble, en cuanto nos identificamos con él). Para Sami-Alí hay una coincidencia entre el descubrimiento del símbolo como sustitución de la madre ( la experiencia que recoge Freud de su nieto y que le da el nombre de fort-da ) y el reconocimiento en el espejo. Pero también la imagen del cuerpo se constituye en el tiempo, ya que el tiempo corporal se organiza en función de los intercambios precoces madre/ hijo y la percepción del tiempo objetivo, que corresponde a la fase anal, El imaginario y lo simbólico están mucho más entrelazados que en Lacan, ya que es un proceso en el que lo simbólico ( la palabra y el discurso, la ley ) va apareciendo sobre este fondo del imaginario, que es la relación del cuerpo con los objetos. Pero para que el objeto aparezca como separado del cuerpo y podamos entrar en el principio de realidad, que es el de la constitución de la objetividad y establecer una diferencia entre lo real y lo imaginario es necesario que el cuerpo perciba el objeto como negación, que lo proyecte fuera mientras permanecemos identificados con el cuerpo. La relación adentro/ afuera es posible por un proceso complementario de identificación y de proyección.
Todas estas líneas de trabajo lo que hacen es, con todos sus matices y aportaciones, sellar la relación entre el yo, el cuerpo y el imaginario, con lo cual se unifica la teoría del yo como identificación (precipitado de las pérdidas) y del yo corporal, que es el cuerpo constituido por la imagen. Lo que me parece fundamental recoger es el cuestionamiento del yo como sustancia, formulación esta última que es una herencia de la tradición animista platónico-cristiana,. en la que la personalidad sustituye el tótem que identificaba el clan. En este sentido es muy interesante a la función disolvente que ejerce el psicoanálisis más fiel a Freud con respecto a esta concepción de la personalidad como sustancia. Lo que hace esta ilusión es atribuir una consistencia real al yo, cuando no es otra cosa que una construcción imaginaria. a la que damos una función simbólica. Y esto es posible a partir de los enredos del yo narcisista al sostener esta instancia imaginaria del yo como algo real, con lo cual se convierte en el lugar de las ilusiones del imaginario con respecto a la identidad. La identificación imaginaria, cuando no está articulada en lo simbólico, nos lleva a una serie de transferencias salvajes en relación con un otro idealizado que cubre compulsivamente nuestros esbozos identificatorios al aferrarnos a alguna identidad artificial a través del mimetismo.
 Lacan formula en otro texto de sus Escritos que se llama “Observación sobre el informe de Daniel Lagache” una interesante diferencia ( ya anticipada en su primer seminario) entre el Ideal de Yo y el Yo Ideal.. El Ideal del Yo ( que es el que marca lo que Lacan llama rasgo unario tiene que ver con el sujeto y su función es de guía, como punto de referencia sobre el lugar que regula nuestra relación con los otros. Es el resultado de un proceso de interiorización, ya que es el Ideal el que hacemos nuestro y a partir de aquí adquirimos un lugar simbólico en el mundo y que posibilita una identidad social, en el campo del lenguaje y de la ley. El Yo ideal, en cambio, pertenece al registro imaginario y tiene que ver con una imagen idealizada de nuestro yo, aquella que proyectamos hacia los otros y a partir de la cual queremos reconocernos y ser reconocidos. Es la base de la vanidad y de la envidia en la medida en que éste sentimiento implica un querer ser como el otro, a quién atribuimos lo que nos falta. El registro del narcisismo, el del enamoramiento y el de la psicología de masas se basa en una identificación con una imagen idealizada ( sea de uno mismo, del objeto amado o del líder) y siempre es tramposo, uno obstáculo en el campo del imaginario. En esta idealización hay siempre una ilusión, un engaño que pretende que somos tal como aparecemos a nuestra mirada o a la del otro. Nos esclaviza en la medida en que estamos sujetos a la mirada del otro y aquí sí que podemos recoger la lapidaria frase de Sartre de que el infierno son los otros. El mecanismo aquí presenta no es el de interiorización sino el de la proyección, ya que es el de una imagen que estamos exteriorizando hacia a los otros para obtener su reconocimiento ya que entonces me identifico que el otro tiene de mí. Y cuando una identificación imaginaria pasa de relativa a absoluta ya nos situamos en el terreno de la psicosis. Precisamente las psicosis no declaradas pueden ser compensadas por identificaciones imaginarias absolutas., que son como una especie de esparadrapo que tapa el agujero que tiene el psicótico por ausencia de identificación simbólica ( El Nombre del Padre.). En este caso el sujeto permanece prisionero de la relación especular y su identidad carece de una subjetivizacón efectiva, al depender totalmente de la identificación narcisista con su Yo Ideal. Es una identificación masiva, integral, absoluta ( no de un rasgo como la histeria) que nos lleva a una identificación mimética con la imagen con la que nos identificamos, que intentamos reproducir íntegramente. Hay una insuficiencia estructural del Ideal del Yo, que es el único que nos puede dar una consistencia y una identidad permanente en la que anclarnos. Podemos recordar aquí la película Zelig de Woody Allen como la escenificación más gráfica de lo que es esta compensación imaginaria que lleva al sujeto a adaptarse pareciéndose totalmente a aquellos con los que está, hasta el punto de una transformación física espontánea.
Muchas de las reflexiones que plantea Richard Sennett, un sociólogo contemporáneo muy interesante, me parecen totalmente complementarias con estos análisis. Sennett se refiere a la personalidad como un espejismo muy propio de nuestra época, proceso que empieza a manifestarse a partir del siglo XVIII., que es s el de una sociedad que ha ido perdiendo su carácter público, valga decir simbólico, para se ir trasladándolo progresivamente hacia lo privado, que es el del dominio del narcisismo. Este sociólogo ha insistido sobre el carácter mortífero de este narcisismo contemporáneo como algo propio y destructivo de la cultura moderna. Asimismo ha reivindicado frente a la noción de personalidad ( de carácter narcisista e imaginaria) la noción de carácter, entendida como una estructura sólida, basada en una función social que da una permanencia al sujeto, sustentada en la lealtad y el compromiso ( que podíamos por tanto situar en el terreno de lo simbólico). Lo que está sucediendo en la sociedad tardocapitalista globalizada, según Sennet, es una profundización del proceso anterior en el tardocapitalismo , que es la corrosión del carácter en la mal llamada sociedad del riesgo y que no es otra que la de la inconsistencia. Fijémonos en el paralelismo que podemos establecer entre el imaginario/ personalidad/ yo ideal por un lado, y lo simbólico / carácter/ ideal de yo-rasgo unario por el otro, y como el primero es narcisista y busca el reconocimiento en la mirada del otro y el segundo es normativo y busca el reconocimiento en el Ideal, en la Ley, es decir en el Otro simbólico Como es bien sabido persona significa etimológicamente máscara. y en este sentido podríamos decir que tanto el carácter como la personalidad son máscaras pero la primera tiene un carácter simbólico y la segunda imaginaria. Antonio Damasio considera que, desde la neurociencia, podemos hablar de un yo neural, pero que sería sencillamente una parte cerebral a partir de la cual tenemos conciencia de nosotros mismos y por tanto es un efecto mental del cerebro, no una entidad propia. Pero hay también, nos dice, un yo narrativo, que es la historia que nos construimos sobre nosotros mismos pero que siempre tiene un carácter social porque es desde las estructuras lingüísticas y sociales en que estamos enmarcados desde donde lo hacemos. Quizás el aspecto simbólico de la identidad, marcado desde el Otro ( el lenguaje y la ley ) es el único que posibilita un vínculo social, ya que nos ubica en un lugar simbólico que nos marca las pautas de quienes somos y cual es nuestra función en la sociedad.. Esta identidad simbólica funciona sobre todo en las sociedades tradicionales, donde los papeles están claramente determinados y donde se forja este carácter del que siente nostalgia Sennett. A diferencia de la personalidad, que se basa en la relación con uno mismo, el carácter se estructura como lazo social : compromiso, lealtad basado en la filiación, la función social y la tradición. El carácter se basa, nos dice, en la autodisciplina y adquiere un valor ético y nos hace responsables de nuestra vida. Consiste en tener una serie de propiedades que se identifica con roles sociales bien delimitados: ser hombre o ser mujer, ser padre o ser madre, ser médico o ser conserje. En la sociedad postmoderna se va constituyendo una subjetividad que hemos de inventarnos para darnos una identidad propia. La sociedad tradicional nos garantiza un relato social, una narración que organiza nuestra conducta, dándole un sentido y una estabilidad mientras que la sociedad moderna ( y sobre todo la postmoderna) obliga a un relato cada vez más imaginario sobre nosotros mismos. Richard Sennett es muy certero en los dardos que tira contra esta personalidad narcisista hay en su planteamiento una posible deriva de idealizar la comunidad y la tradición. Aunque no es el caso de Sennett, que centra muy correctamente los lazos sociales en lo simbólico a través de su idea de carácter, hay una deriva del comunitarismo que nos conduce al nacionalismo moderno, como ilusión identitaria basado en una identificación imaginario y no en un lazo simbólico real. Así los ideólogos nacionalistas se inventar una historia imaginaria con la que identificarse y de la que autores como el filósofo y economista indio Amartya Sen nos ofrece una potente lectura crítica cuando nos avisa que cualquier identidad comunitaria se basa en la identificación total con un rasgo parcial y esto conduce en muchos casos al sectarismo y a la violencia.
En este contexto surge la preocupación por la narración autobiográfica, que es de la capacidad humana de inventarse la propia vida a través del sentido que le damos a través de nuestra mirada. Richard Rorty es el filósofo que ha teorizado esta cuestión, considerando que el ser humano es sufriente y tiene la capacidad y el derecho de explicar a través de una narración que él mismo se construye de su propio sufrimiento. Pero hay una cierta ilusión imaginaria de tipo cognitivista que en la idea de que cambiando la creencia sobre nosotros mismos cambiamos la subjetividad, narración de nuestra biografía cambiamos real ( porque la roca con la que siempre chocaremos es la del inconsciente). La diferencia entre Sennett y Lacan está en que si el primero es un incondicional defensor de lo simbólico el segundo en cambio, acaba cuestionando el carácter completo de este registro, ya que siempre hay una falta, un agujero y en él se esconde lo más propio y genuino, que es lo que llama el objeto a. Y aunque no sepamos bien de lo que habla cuando utiliza este término, si lo podemos recoger en la medida que plantea el enigma de la falta y que aquí es donde podemos encontrar lo más singular de cada sujeto.Para Lacan el imaginario significa que a través de la imagen queremos tapar nuestra escisión como sujetos divididos ( por una parte la que corresponde al yo y por otra la que corresponde al inconsciente ) y lo simbólico no debemos entenderlo como otra ilusión que niega esta escisión sino lo como lo que posibilita que la aceptemos, sin lo cual volvemos a caer en la trampa del imaginario.
También el filósofo Clément Rosset plantea en otro libro el tema de la identidad personal como una creación del pensamiento de los demás en la que nos acabamos reconociendo. Esta ficción considera que sirve para justificar la creencia ilusoria pero socialmente útil en la libertad y la sustancia moral de la persona. Nosotros somos, dirá, lo que reflejamos en la mirada de la sociedad pero en esta afirmación no separa las dos dimensiones que ésta tiene, la del Otro ( simbólica) o la del otro ( imaginaria). Ni deja una rendija para un resto a partir del cual podamos diferenciarnos de los otros y del Otro.
 El obstáculo es que a partir de las identificaciones imaginarias quedemos fijados en el culto de una personalidad narcisista ( el ego en el peor sentido de la palabra) como única manera de identidad frente al otro, en una sociedad en la que el Otro está más en declive. Podemos recoger algunos pensamientos de la sabiduría oriental en su crítica al Ego, entendido como esta construcción imaginaria con la que nos identificamos y que nos produce un goce narcisista, mortífero como el del Mito que le da nombre. Aquí está toda la reflexión de Lacan sobre el moi ( el ego, la personalidad ) como elemento ilusorio de engaño y con un carácter agresivo y autodestructivo. La vanidad, ya lo decían los clásicos, es uno de los peores vicios y está vinculado a un excesivo peso del imaginario. A la luz de todas estas posibles aportaciones pienso que la diferencia entre identidad simbólica e imaginaria resulta operativa si entendemos por la primera la interiorización de un papel social y por la segunda la proyección de una imagen que busca ser reconocida. Pero hay que contemplar siempre un resto, algo que queda entre las dos que tiene que ver con lo más singular del individuo, aquella rareza propia que, como decía algún clásico, tiene cada uno que cultivar.

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