Escrito por Luis Roca Jusmet
A esta situación
se refiere el mito de Narciso Cierto que está enamorado de su propia
belleza., pero el mito seguiría teniendo sentido si amara su propia
infelicidad. Se inclina al borde del agua indiferente a la voz que le
pide que retroceda; quiere acercarse más y más a la imagen de sí
mismo reflejada en la superficie del agua; en el mometo de esta unión
consigo mismo, se ahoga. La estructura emocional del mito es que
cuando uno no puede distinguir entre el yo y el otro y trata a la
realidad como una proyección del yo, se halla en peligro. Este
peligro está contenido en la metáfora de la muerte de Narciso : se
inclina tan cerca del espejo de las aguas, su sentido del exterior
está tan absorbido por los reflejos de sí mismo que el yo
desaparece, queda destruido. En la vida ordinaria, tras la caída en
el agua, como si dijéramos, el perfil clínico que presenta el
paciente es el de sentirse muerto interiormente, sentir que uno no
vale nada y ver que en el exterior no hay nada que valga la pena.
Richard Sennett
Jacques Lacan plantea que la teoría del yo más fiel con el
genio freudiano hay que abordarla desde dos aspectos claves: el yo
corporal y las identificaciones. Esta declaración de principios le enfrenta radicalmente con otra
interpretación del psicoanálisis centrada en la psicología del yo,
que lo entendería como la esfera libre de conflictos, el elemento
mediador que la cura psicoanalítica ha de reforzar. En este sentido
un yo fuerte sería la garantía de una buena adaptación y,
por tanto de una vida satisfactoria, es decir, sana. Para Lacan, por
el contrario, lo que tiene que hacer el yo es abrirse al ello,
no intentar dominarlo. Si rastreamos directamente en Freud
comprobamos que su teoría del yo es muy compleja, en ciertos
aspectos ambigua y sometida por tanto a más de una interpretación.
A partir del “Proyecto para una psicología para neurólogos”, la
noción de yo constituye uno de los hilos conductores de su
elaboración teórica, que formula básicamente en “Introducción
al narcisismo” y “El Yo y el Ello” Freud formula los elementos
fundamentales de su teoría del yo. Pero no hay que olvidar otros
escritos interesantes para el tema como “Duelo y melancolía”,
“Psicología de masas y análisis del yo” y “”La escisión
del yo en el proceso defensivo.”
En todo caso, lo que
sí puede afirmarse es que hay una serie de elementos que son
indiscutibles en la teoría freudiana del yo ( y la diferencia de
interpretación está en como se articulan todos estos aspectos):
1) El yo es una instancia psíquica diferenciada del ello y del superyo y es el producto secundario de una acción psíquica específica y no de una derivación biológica espontánea.
2) El yo tiene una función mediadora respecto a la prueba de realidad (a la que nos someten las exigencias del entorno y de los otros) y a las tensiones internas ( derivadas de la presión contradictoria del ello y del superyo).
1) El yo es una instancia psíquica diferenciada del ello y del superyo y es el producto secundario de una acción psíquica específica y no de una derivación biológica espontánea.
2) El yo tiene una función mediadora respecto a la prueba de realidad (a la que nos someten las exigencias del entorno y de los otros) y a las tensiones internas ( derivadas de la presión contradictoria del ello y del superyo).
3) Las identificaciones son un elemento constitutivo del yo y una
función reparadora de las pérdidas de aquellos a los que amamos .
4) El yo tiene una función unificadora de los límites corporales (la superficie del cuerpo, la envoltura corporal) y es la proyección del organismo en el psiquismo.
5) El yo es objeto de la líbido a través del narcisismo (El mito de Narciso, como sabemos, es el amor a la imagen de sí mismo) que se inscribe por lo tanto directamente en el registro del imaginario.
4) El yo tiene una función unificadora de los límites corporales (la superficie del cuerpo, la envoltura corporal) y es la proyección del organismo en el psiquismo.
5) El yo es objeto de la líbido a través del narcisismo (El mito de Narciso, como sabemos, es el amor a la imagen de sí mismo) que se inscribe por lo tanto directamente en el registro del imaginario.
Si vinculamos el
yo con el imaginario es básicamente a través de las
identificaciones, cogiendo como punto de partida la definición de
Lacan de que una identificación es la transformación de un
sujeto a partir de una imagen . En esta línea el yo percibe
imágenes que una vez recibidas e inscritas conforman su propia
sustancia. Podemos ampliarla a partir de la definición de Laplanche
y Pontalis en su diccionario de psicoanálisis: “El proceso
psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una
propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente,
sobre el modelo de éste. La personalidad se constituye y se
diferencia mediante una serie de identificaciones.”
Para Freud la
identificación es un movimiento de absorción que va hacia el
otro y que puede llevar hasta el límite de querer devorarlo
psíquicamente. Como ejemplo podemos recordar como en la película
El hombre que mató a Jesse James éste le pregunta a
su futuro asesino ( que le admira de una forma absoluta ) : ¿
Quieres ser como yo o quieres ser yo ? Habitualmente
esta identificación se puede realizar de dos formas diferentes: como
deseo consciente de ser como el otro o como deseo
inconsciente de ser el otro, en el que este ser puede
identificarse con sus rasgos visibles o con algo mucho más increíble
e inquietante: su fantasma inconsciente. La identificación no
designa entonces en Freud algo tan importante como el amor ( en el
que nos nos queremos identificar con aquel a quien amamos) sino la
formación del yo, porque somos la memoria de los seres que
hemos perdido y con los que nos hemos identificando apropiándonos
de algún aspecto que les pertenece. Por tanto lo que explica que
seamos lo que somos es un precipitado de identificaciones que
vamos realizando a lo largo de nuestra existencia, pero cuyas raíces
establecemos en la infancia.. Freud trata la identificación a
partir de la clínica en un texto relativamente tardío que es
“Psicología de masas y análisis del yo”, en cuyo capítuloVII
analiza la identificación histérica como una posición
femenina de identificación, en la que la que se quiere atraer al
Padre o bien identificándose con un rasgo la Madre para ocupar su
lugar o bien adquiriendo un rasgo suyo. Tenemos los dos tipos de
histeria : en el primer caso tendríamos una mujer dominada por un
síntoma y en el segundo una mujer masculina. Pero hay que
diferenciar esta identificación con la identificación
melancólica, que tiene carácter narcisista porque la carga
amorosa del objeto vuelve al yo. En la identificación histérica, en
cambio, la carga del objeto se mantiene y por tanto nos identificamos
no con el otro sino con algo suyo, por lo que el éste se
mantiene independiente de nosotros con una carga amorosa que
depositamos en él. En realidad hay en esta identificación algo
paradójico, porque conservamos el objeto y por lo tanto nos
identificamos con algo de alguien que permanece fuera de
nosotros. A partir de estas reflexiones Freud intenta explicar un
fenómeno contemporáneo que es la psicología de masas y lo hace a
partir del vínculo que une al individuo con la masa a través del
Ideal. Lo que hace éste es ocupar simbólicamente el lugar del
objeto amado de la masa y así puede unificarla a su alrededor. El
líder, al que idealizan como encarnación de este Ideal., ocupa
entonces también un lugar paradójico, ya que el individuo que forma
parte de esta masa lo considera como al mismo tiempo una parte de sí
mismo y por otro lado lo engrandece idealizándolo. Freud pensaba en
el ejemplo de Hitler pero posteriormente lo hemos comprobado una y
otra vez con líderes más contemporáneos como Mao o Milosevic. Este
mecanismo es opuesto al del enamoramiento, ya que aquí se empobrece
el sujeto en proporción inversa al engrandecimiento del objeto
amado. Ëste último queda idealizado nunca nos identificamos con él
porque se mantiene como objeto independiente al que queremos poseer,
que como tampoco es posible siempre será inalcanzable.
Pero
es Lacan el que trabajará más a fondo la cuestión del yo como
identificación imaginaria (estrechamente vinculada a la imagen
corporal) a partir de su teoría del estadio del espejo. Irá
reelaborando esta idea en relación con las modificaciones del
concepto de imaginario que va elaborando a lo largo de su obra. Ya
en el año 1936 en su texto “ Más allá de la realidad” ,
escrito el año 1936, planteará la imagen como la cuestión
nuclear de la psicología, que no puede identificarse con lo
ilusorio. Este texto queda recogido en sus Escritos, al igual
que “ El estadio del espejo como formador del yo” y “La
agresividad en psicoanálisis”, todos de los años 40, y donde
formulará su teoría del estadio del espejo, en el plantea la
identificación imaginaria como una identificación especular;
Es el reconocimiento que hace el niño en el espejo (entre los seis
y los dieciocho meses) el que permite dar forma, es decir imagen,
a un cuerpo desmembrado. Lacan lo teoriza a partir de las
observaciones del comportamiento de los bebés ante el espejo y de
estudios de etología sobre el mimetismo animal y los estudios
científicos del biólogo Bolk sobre el carácter prematuro,
incompleto, del cachorro humano: esto lo coloca en una situación de
desamparo funcional en la que el bebé se encuentra sin recursos
frente a la presencia primera del Otro. Lo relaciona con los estudios
de conducta animal de Lorentz , en que, a partir del experimento de
utilizar estímulos artificiales (señales) éstos funcionan como la
impronta que determinará los ciclos instintivos del animal y
posibilita las pautas de acción para moverse en un medio
determinado.. La imagen funciona, por tanto, como una forma que
tiene una pregnancia en la medida en que el animal se reconoce en
ella. Lacan constata este
primer momento constitutivo del yo que es el que se realiza a partir
de la identificación del niño con la imagen que capta en el
espejo, que en un primer momento confunde con el otro. En un
segundo momento ya entiende que es una imagen pero considera que es
la del otro y en un tercer momento es cuando identifica la imagen
como propia. Al reconocerse como una unidad encuentra una
identificación primordial cuando todavía no ha desarrollado
su esquema corporal. Y el yo como entidad imaginaria, en el caso
humano, se constituye a partir de estas imágenes pregnantes,
es decir, de estas imágenes en que nos reconocemos porque tienen un
sentido ligado al yo, primera expresión del narcisismo. En cierta
manera lo que hace Lacan con su teoría del estadio del espejo
(que irá madurando a lo largo de su obra) es ir eliminando la
diferencia establecida por Freud entre la teoría del yo corporal y
la teoría del yo como identificación. Pero el carácter imaginario
del yo es necesaria para la constitución de la imagen de unidad del
yo, aunque su función se transformará en un obstáculo al ocultar
su división real.
Pero en los escritos
y seminarios de los años 50, que es cuando Lacan señala la
presencia fundamental y constituyente del lenguaje, introducirá la
identificación simbólica, es decir, el papel del Otro en la
identificación especular. El niño, nos dirá, está también
ligado a su imagen por nombres y palabras, y más tarde, como ya
hemos señalado, por el Ideal del Yo y esta identificación simbólica
con el ideal nos permite enraizar una identificación que nos permita
un enclave a través del cual salir de la fascinación de las
identificaciones imaginarias. En el ámbito del imaginario no hay
salida, hay que trascender la agresividad primaria (constitutiva
inicial) a partir de lo simbólico, que es la mediación que permite
el pacto, la pacificación.
Hay que relacionar
este trabajo teórico de Lacan, con su noción de cuerpo, que
definirá como un organismo más una imagen. El cuerpo humano
es la imagen que tiene un organismo con conciencia de sí y es
una realidad secundaria, construida desde nuestro psiquismo y que no
tiene nunca el carácter innato de una realidad física primaria.
Analizando la evolución de esta noción de cuerpo en Lacan
constatamos que lo que nos plantea de manera permanente es que el
organismo vivo, lo viviente, no es nunca suficiente como para
constituir un cuerpo, hace falta el registro imaginario. Pero también
lo simbólico, ya que para dar cohesión a una individualidad
orgánica se necesita la categoría lingüística de Uno, con
lo cual el cuerpo adquiere también tiene una dimensión
significante. Y más adelante, cuando domine en la teoría lacaniana
lo real sobre lo simbólico y el imaginario el cuerpo será
de un cuerpo de goce, inaccesible a la imagen y a la palabra.
Pero hay que
mencionar, por sus aportaciones al tema, las reflexiones de otra
potente psicoanalista francesa, contemporánea de Lacan, que es
Francoise Dolto. Sobre todo es fundamental su noción de imagen
inconsciente del cuerpo80,
que parte de una diferencia básica entre el esquema corporal y la
imagen del cuerpo. El primero es común a la especie según la matriz
de las características temporales y espaciales, ya que es el cuerpo
físico, presente en el marco de la experiencia inmediata y basado
en unas características innatas que se estructuran mediante el
aprendizaje y la experiencia. Pero este esquema corporal es portador
de una imagen inconsciente del cuerpo, que no es específica
sino singular, y que es la síntesis viva de nuestras propias
experiencias emocionales, eminentemente inconscientes. Es el soporte
del narcisismo y tiene relación con el goce y con el lenguaje, por
lo cual entrelaza en su formación el registro imaginario y
simbólico. La imagen del cuerpo, al contrario que el esquema
corporal, pertenece al orden del deseo y no al de la necesidad y es
también el lugar inconsciente donde se elabora la experiencia del
sujeto. Tiene tres aspectos dinámicos, el primero de los cuales es
como imagen de base, que quiere decir como narcisismo
primordial que nos da una identidad permanente en nuestro devenir
individual; el segundo como imagen funcional, que quiere decir
como la imagen dinámica en la que se encarna el sujeto del deseo; y
el tercero es como imagen erógena, donde se focalizan el
placer/ displacer erótico en relación con el otro. Si la denomina
inconsciente es porque piensa que, paradójicamente esta imagen no es
representable, y que es lo que el cuerpo aporta al inconsciente. Es
como la matriz corporal de la subjetividad.
Hay una polémica
muy rica entre Dolto y Lacan sobre el estadio del espejo en la que la primera defiende la existencia de un narcisismo primario
positivo, que en cierta forma es el portador de la energía vital con
la que nos identificamos. A través del estadio del espejo,
la autoimagen se sostiene por la palabra de la Madre,
que es la que permite articular positivamente el imaginario y lo
simbólico en el niño. Dolto considera siempre que la imagen
especular ha de estar ligada necesariamente a la palabra, a lo
simbólico, para llegar a buen puerto ; polemiza con Lacan porque se
mueve exclusivamente en este registro puramente imaginario que le
conduce a una concepción absolutamente negativa que le lleva a
considerar al sujeto como inevitablemente atrapado en la rivalidad
agresividad y en un callejón sin salida narcisista que deriva del
anterior. Françoise Dolto cuestiona algunas afirmaciones lacanianas
que considera excesivamente especulativas y sin contrastación
empírica, como la afirmación de que la reacción del niño frente a
esta imagen especular es de júbilo. Pero en lo que difiere
radicalmente de Lacan es en el carácter puramente óptico y visual
que da esta experiencia. La psicoanalista la relaciona con una
sensorialidad más amplia y explica de manera concreta como, por
ejemplo, los ciegos de nacimiento viven esta identificación
imaginaria en una modulación diferente. Gerard Guillerault, que
ha trabajado a fondo la relación entre los dos grandes
psicoanalistas, nos muestra lúcidamente lo que les une, que
finalmente es que ambos aceptan una falta estructural en
el ser humano, es decir, que hay algo incompleto en la imagen que
no puede simbolizarse, de lo que no puede hablarse. Quizás no
acabemos de entender a que se refiere pero intuimos que hay algo
se nos escapa en la imagen de nosotros mismos y que tampoco la
palabra puede expresar. Si para Françoise Dolto este enigma nos
vincula al elemento más luminoso de la condición humana, para
Jacques Lacan lo que expresa es su aspecto más oscuro y tenebroso.
Los
trabajos de Samí-Alí sobre el cuerpo en relación con el imaginario
también gran interés. Por una parte insiste en que el cuerpo no se reduce a una realidad
física sino que es también una imagen, por lo que la
demarcación entre lo real y lo imaginario queda diluida a este
nivel. Es la imagen del cuerpo proyectado en una superficie, que
primero aparece en dos dimensiones ( en contra de lo que dice
Merleau- Ponty) y que no es aprensible sino a partir de las
relaciones identificatorias que marcan las coordenadas espaciales
(adentro/ afuera; izquierda/ derecha; arriba/ abajo; adelante/
detrás. Establecidas primero a través de la relación especular son
biniculares, no existe la profundidad., que solo se introduce con la
superación del estadio oral ( que se experimenta como fusión con el
cuerpo materno) y la entrada en la etapa anal, que transforma el
cuerpo en un objeto manipulable, que se puede poseer y dominar. La
tridimensionalidad es, por tanto, posterior y configura la
objetividad que nos permite acabar de diferenciar el propio cuerpo
del de los objetos, que aparecen entonces como consistentes y
externos a nuestro cuerpo, con lo cual permiten un mejor advenimiento
de lo simbólico. Sami-Alí considera la percepción del
rostro en el espejo como el final de un proceso de proyección
cuya finalidad es constituir en su diferencia el rostro del otro,
con el que anteriormente se había identificado primero ( a través
de la madre). Consolidando este proceso se cumple la separación
entre el adentro y el afuera, superando la conciencia de esta
experiencia como de lo siniestro ( ligado a la percepción
del otro como doble, en cuanto nos identificamos con él). Para
Sami-Alí hay una coincidencia entre el descubrimiento del símbolo
como sustitución de la madre ( la experiencia que recoge Freud
de su nieto y que le da el nombre de fort-da ) y el
reconocimiento en el espejo. Pero también la imagen del cuerpo
se constituye en el tiempo, ya que el tiempo corporal se organiza en
función de los intercambios precoces madre/ hijo y la percepción
del tiempo objetivo, que corresponde a la fase anal, El imaginario y
lo simbólico están mucho más entrelazados que en Lacan, ya que es
un proceso en el que lo simbólico ( la palabra y el discurso, la ley
) va apareciendo sobre este fondo del imaginario, que es la relación
del cuerpo con los objetos. Pero para que el objeto aparezca como
separado del cuerpo y podamos entrar en el principio de realidad, que
es el de la constitución de la objetividad y establecer una
diferencia entre lo real y lo imaginario es necesario que el cuerpo
perciba el objeto como negación, que lo proyecte fuera mientras
permanecemos identificados con el cuerpo. La relación adentro/
afuera es posible por un proceso complementario de identificación
y de proyección.
Todas estas líneas
de trabajo lo que hacen es, con todos sus matices y aportaciones,
sellar la relación entre el yo, el cuerpo y el imaginario,
con lo cual se unifica la teoría del yo como identificación
(precipitado de las pérdidas) y del yo corporal, que es el cuerpo
constituido por la imagen. Lo que me parece fundamental recoger
es el cuestionamiento del yo como sustancia, formulación esta última
que es una herencia de la tradición animista platónico-cristiana,.
en la que la personalidad sustituye el tótem que identificaba
el clan. En este sentido es muy interesante a la función disolvente
que ejerce el psicoanálisis más fiel a Freud con respecto a esta
concepción de la personalidad como sustancia. Lo que hace esta
ilusión es atribuir una consistencia real al yo, cuando no es otra
cosa que una construcción imaginaria. a la que damos una función
simbólica. Y esto es posible a partir de los enredos del yo
narcisista al sostener esta instancia imaginaria del yo
como algo real, con lo cual se convierte en el lugar de las ilusiones
del imaginario con respecto a la identidad. La identificación
imaginaria, cuando no está articulada en lo simbólico, nos
lleva a una serie de transferencias salvajes en relación con un
otro idealizado que cubre compulsivamente nuestros esbozos
identificatorios al aferrarnos a alguna identidad artificial a
través del mimetismo.
Lacan formula en
otro texto de sus Escritos que se llama “Observación sobre
el informe de Daniel Lagache” una interesante diferencia ( ya
anticipada en su primer seminario) entre el Ideal de Yo y el
Yo Ideal.. El Ideal del Yo ( que es el que marca lo que Lacan llama rasgo unario tiene que ver con el sujeto
y su función es de guía, como punto de referencia sobre el lugar
que regula nuestra relación con los otros. Es el resultado de un
proceso de interiorización, ya que es el Ideal el que hacemos
nuestro y a partir de aquí adquirimos un lugar simbólico en el
mundo y que posibilita una identidad social, en el campo del lenguaje
y de la ley. El Yo ideal, en cambio, pertenece al registro
imaginario y tiene que ver con una imagen idealizada de nuestro
yo, aquella que proyectamos hacia los otros y a partir de la cual
queremos reconocernos y ser reconocidos. Es la base de la vanidad y
de la envidia en la medida en que éste sentimiento implica un querer
ser como el otro, a quién atribuimos lo que nos falta. El registro
del narcisismo, el del enamoramiento y el de la psicología de masas
se basa en una identificación con una imagen idealizada ( sea
de uno mismo, del objeto amado o del líder) y siempre es tramposo,
uno obstáculo en el campo del imaginario. En esta idealización hay
siempre una ilusión, un engaño que pretende que somos tal como
aparecemos a nuestra mirada o a la del otro. Nos esclaviza en la
medida en que estamos sujetos a la mirada del otro y aquí sí que
podemos recoger la lapidaria frase de Sartre de que el infierno
son los otros. El mecanismo aquí presenta no es el de
interiorización sino el de la proyección, ya que es el de una
imagen que estamos exteriorizando hacia a los otros para obtener su
reconocimiento ya que entonces me identifico que el otro tiene de mí.
Y cuando una
identificación imaginaria pasa de
relativa a absoluta ya nos situamos en el terreno de la psicosis.
Precisamente las psicosis no declaradas
pueden ser compensadas por
identificaciones imaginarias absolutas.,
que son como una especie de esparadrapo que tapa el agujero que tiene
el psicótico por ausencia de
identificación simbólica ( El
Nombre del Padre.). En este caso el
sujeto permanece prisionero de la relación especular y su identidad
carece de una subjetivizacón efectiva, al depender
totalmente de la identificación narcisista con su Yo
Ideal. Es
una identificación masiva, integral, absoluta ( no de un rasgo como
la histeria) que nos lleva a una identificación mimética con la
imagen con la que nos identificamos, que intentamos reproducir
íntegramente. Hay una insuficiencia estructural del Ideal
del Yo, que es el único que nos puede
dar una consistencia y una identidad permanente en la que anclarnos.
Podemos recordar aquí la película Zelig
de Woody Allen como la escenificación
más gráfica de lo que es esta compensación imaginaria que lleva al
sujeto a adaptarse pareciéndose totalmente a aquellos con los que
está, hasta el punto de una transformación física espontánea.
Muchas de las
reflexiones que plantea Richard Sennett, un sociólogo contemporáneo
muy interesante, me parecen totalmente complementarias con estos
análisis. Sennett se refiere a la personalidad como un espejismo
muy propio de nuestra época, proceso que empieza a manifestarse a
partir del siglo XVIII., que es s el de una sociedad que ha ido
perdiendo su carácter público, valga decir simbólico, para se ir
trasladándolo progresivamente hacia lo privado, que es el del
dominio del narcisismo.
Este sociólogo ha insistido sobre el carácter mortífero de este
narcisismo contemporáneo como algo propio y destructivo de la
cultura moderna. Asimismo ha reivindicado frente a la noción de personalidad (
de carácter narcisista e imaginaria) la noción de carácter,
entendida como una estructura sólida, basada en una función social
que da una permanencia al sujeto, sustentada en la lealtad y el
compromiso ( que podíamos por tanto situar en el terreno de lo
simbólico). Lo que está sucediendo en la sociedad tardocapitalista
globalizada, según Sennet, es una profundización del proceso
anterior en el tardocapitalismo , que es la corrosión del
carácter en la mal llamada sociedad del riesgo y que no es
otra que la de la inconsistencia. Fijémonos en el paralelismo que podemos establecer entre el
imaginario/ personalidad/ yo ideal por un lado, y lo simbólico
/ carácter/ ideal de yo-rasgo unario por el otro, y como el primero es
narcisista y busca el reconocimiento en la mirada del otro y el
segundo es normativo y busca el reconocimiento en el Ideal, en la
Ley, es decir en el Otro simbólico Como es bien sabido persona
significa etimológicamente máscara. y en este sentido
podríamos decir que tanto el carácter como la
personalidad son máscaras pero la primera tiene un carácter
simbólico y la segunda imaginaria. Antonio Damasio considera que,
desde la neurociencia, podemos hablar de un yo neural, pero
que sería sencillamente una parte cerebral a partir de la cual
tenemos conciencia de nosotros mismos y por tanto es un efecto mental
del cerebro, no una entidad propia. Pero hay también, nos dice, un
yo narrativo, que es la historia que nos construimos sobre
nosotros mismos pero que siempre tiene un carácter social porque es
desde las estructuras lingüísticas y sociales en que estamos
enmarcados desde donde lo hacemos. Quizás el aspecto simbólico de
la identidad, marcado desde el Otro ( el lenguaje y la ley ) es el
único que posibilita un vínculo social, ya que nos ubica en un
lugar simbólico que nos marca las pautas de quienes somos y cual es
nuestra función en la sociedad.. Esta identidad simbólica funciona
sobre todo en las sociedades tradicionales, donde los papeles están
claramente determinados y donde se forja este carácter del
que siente nostalgia Sennett. A diferencia de la personalidad, que se
basa en la relación con uno mismo, el carácter se estructura como
lazo social : compromiso, lealtad basado en la filiación, la función
social y la tradición. El carácter se basa, nos dice, en la
autodisciplina y adquiere un valor ético y nos hace responsables de
nuestra vida. Consiste en tener una serie de propiedades que se
identifica con roles sociales bien delimitados: ser hombre o ser
mujer, ser padre o ser madre, ser médico o ser conserje. En la
sociedad postmoderna se va constituyendo una subjetividad que
hemos de inventarnos para darnos una identidad propia. La sociedad
tradicional nos garantiza un relato social, una narración que
organiza nuestra conducta, dándole un sentido y una estabilidad
mientras que la sociedad moderna ( y sobre todo la postmoderna)
obliga a un relato cada vez más imaginario sobre nosotros mismos.
Richard Sennett es muy certero en los dardos que tira contra esta
personalidad narcisista hay en su planteamiento una posible deriva de
idealizar la comunidad y la tradición. Aunque no es el caso de
Sennett, que centra muy correctamente los lazos sociales en lo
simbólico a través de su idea de carácter, hay una deriva
del comunitarismo que nos conduce al nacionalismo moderno, como
ilusión identitaria basado en una identificación imaginario y no
en un lazo simbólico real. Así los ideólogos nacionalistas se
inventar una historia imaginaria con la que identificarse y
de la que autores como el filósofo y economista indio Amartya Sen
nos ofrece una potente lectura crítica cuando nos avisa que
cualquier identidad comunitaria se basa en la identificación total
con un rasgo parcial y esto conduce en muchos casos al sectarismo y a
la violencia.
En este contexto surge la preocupación por la narración
autobiográfica, que es de la capacidad humana de inventarse la
propia vida a través del sentido que le damos a través de nuestra
mirada. Richard Rorty es el filósofo que ha teorizado esta
cuestión,
considerando que el ser humano es sufriente y tiene la capacidad y el
derecho de explicar a través de una narración que él mismo se
construye de su propio sufrimiento. Pero hay una cierta ilusión
imaginaria de tipo cognitivista que en la idea de que cambiando la
creencia sobre nosotros mismos cambiamos la subjetividad, narración
de nuestra biografía cambiamos real ( porque la roca con la que
siempre chocaremos es la del inconsciente). La diferencia entre
Sennett y Lacan está en que si el primero es un incondicional
defensor de lo simbólico el segundo en cambio, acaba cuestionando el
carácter completo de este registro, ya que siempre hay una falta, un
agujero y en él se esconde lo más propio y genuino, que es lo que
llama el objeto a. Y aunque no sepamos bien de lo que habla
cuando utiliza este término, si lo podemos recoger en la medida que
plantea el enigma de la falta y que aquí es donde podemos
encontrar lo más singular de cada sujeto.Para Lacan el imaginario
significa que a través de la imagen queremos tapar nuestra escisión
como sujetos divididos ( por una parte la que corresponde al yo y
por otra la que corresponde al inconsciente ) y lo simbólico no
debemos entenderlo como otra ilusión que niega esta escisión sino
lo como lo que posibilita que la aceptemos, sin lo cual volvemos a
caer en la trampa del imaginario.
También el filósofo Clément Rosset plantea en otro libro el tema de la identidad personal como una creación del pensamiento
de los demás en la que nos acabamos reconociendo. Esta ficción
considera que sirve para justificar la creencia ilusoria pero
socialmente útil en la libertad y la sustancia moral de la persona.
Nosotros somos, dirá, lo que reflejamos en la mirada de la sociedad
pero en esta afirmación no separa las dos dimensiones que ésta
tiene, la del Otro ( simbólica) o la del otro ( imaginaria). Ni
deja una rendija para un resto a partir del cual podamos
diferenciarnos de los otros y del Otro.
El obstáculo es que a
partir de las identificaciones imaginarias quedemos fijados en el
culto de una personalidad narcisista ( el ego en el peor
sentido de la palabra) como única manera de identidad frente al
otro, en una sociedad en la que el Otro está más en declive.
Podemos recoger algunos pensamientos de la sabiduría oriental en su
crítica al Ego, entendido como esta construcción imaginaria con la
que nos identificamos y que nos produce un goce narcisista, mortífero
como el del Mito que le da nombre. Aquí está toda la reflexión de
Lacan sobre el moi ( el ego, la personalidad ) como elemento
ilusorio de engaño y con un carácter agresivo y autodestructivo. La
vanidad, ya lo decían los clásicos, es uno de los peores vicios y
está vinculado a un excesivo peso del imaginario. A la luz de todas
estas posibles aportaciones pienso que la diferencia entre identidad
simbólica e imaginaria resulta operativa si entendemos por la
primera la interiorización de un papel social y por la segunda la
proyección de una imagen que busca ser reconocida. Pero hay que
contemplar siempre un resto, algo que queda entre las dos que tiene
que ver con lo más singular del individuo, aquella rareza propia
que, como decía algún clásico, tiene cada uno que cultivar.
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