Escrito por Luis Roca Jusmet
He pasado seis días de turista en Amsterdam. Lo de "turista" ya sé que no queda muy bien en los sectores más exquisitos de nuestra sociedad. Reivindican el elitismo del viajero romántico y aventurero frente al turismo alienante de las masas. Lo aristocrático frente a lo plebeyo, en definitiva.Hay también los que dicen, como Fernando Pessoa, que mejor quedarse en casa leyendo libros, que es cómo realmente se aprende y se disfruta. Esto último liga con un vídeo que circulaba por facebook en el que se ironiza sobre lo que "aprenden" los turistas de otros países. La imagen del turista que se pasa la mitad de las horas mirando el móvil, lo que goza el turista agobiado que lo que único que quiere es volver al hotel a descansar. Todo ello frente al que nos dice que "viajar es lo mejor del mundo". Algo de verdad puede haber en todo ello pero, finalmente, como no soy un sociólogo, lo que reivindico es la experiencia singular de cada cual.
A mí me gusta hacer un viaje turístico familiar cada verano. La razón principal es que es que compartimos una experiencia placentera, lúdica, que nos permite limar las asperezas de las tensiones y conflictos cotidianos y empezar el curso con una buena disposición y una cierta armonía familiar. Otro motivo es, de vez en cuando, me gusta romper la rutina y hacer una pequeña inmersión en un escenario diferente. Esto no quiere decir que desvalorice la rutina. Por el contrario, mi vida forma parte de lo que Kierkegaard llama el estadio estético. El ético se basa en el compromiso, la obligación y la repetición, mientras que que el estético lo hace en el deseo, la novedad y el cambio. No pretendo aprender de los viajes nada profundo, sino simplemente asimilar unas impresiones subjetivas y alguna idea superficial del lugar que visito. Idea superficial que se basa en lo que veo pero también en lo que investigo a partir de las curiosidades que aparecen.
Este año hemos elegido Amsterdam, dentro de un itinerario por las ciudades europeas que llevamos años siguiendo. Algunos dicen que todas las ciudades se parecen más y en parte es verdad. Intentamos, mi mujer y yo, ver la parte diferente pero con los adolescentes hay que ceder en algunas cosas. Y forma parte de su imaginario el visitar justamente estas tiendas de ropa y electrónica que encontramos en todas las ciudades.
Aparte de visitar Amsterdam estuvimos un día en Utrech y en una pequeña ciudad próxima Houten, donde por contactos de mi mujer pudi.mos visitar un instituto. Empezaré por Amsterdam. La ciudad tiene un gran encanto, como es sabido, por sus canales, sus calles y sus plazas. Tuvimos buen tiempo y pudimos disfrutar de todo ello en múltiples paseos. A destacar el extraordinario barrio de Jordan, una delicia de barrio con una arquitectura de casas no muy altas muy interesante de ver. No voy a hablar de los tópicos : sexo y drogas. Si hablaré de las bicicletas porque es una ciudad que desde la época de los legendarios provos ha hecho de ellas el elemento fundamental de transporte. Amsterdam es, ciertamente, una ciudad que respira tolerancia y apertura. Visualmente comprobamos que hay tres tipos de colectivos. La mayoría es, por supuesto, blanca, de aspecto nórdino. Pero hay dos grandes minorías. Uno es la formada por los negros ( lo siento : decir "de color" me parece absurdo), que no únicamente se caracterizan por el color de la piel y rasgos físicos asociados sino también por una estética determinada. Luego están los islámicos, turcos, pakistaneses o marroquías cuyas mujeres se identifican con la burka. La cuarta parte de la población es inmigrante y sobre el cinco por ciento son musulmanes. Aunque parece haber una buena convivencia no se ve demasiada mezcla. Parece más multicultural que intercultural. En el ayuntamiento domina la izquierda liberal y verde.
Pasamos un día en Utrecht. Tiene un centro medieval con un canal y muchas iglesias antiguas. Su catedral es impresionante y turismo el humor de subir los casi 400 escalones que llevan a la cima, con unas campanas impresionantes antes de llegar a la cúspide y unas impresionantes campanas en la planta anterior. La verdad es que vale la pena. En las valles se ve una población casi exclusivamente blanca, con pocos colectivos africanos e islámicos. Pero es en esta ciudad, la segunda de Holanda, donde paradójicamente gobierna un alcalde del partido de la Libertad ( PVV), que a pesar del nombre es un partido autoritario de extrema derecha, populista, nacionalista y xenófobo.Es inquietante ver las nuevas caras de este neofascismo. Liberales en lo económico y nacionalistas étnicos. en el sentido de que presentan como defensores de la tradición cultura holandesa, europea y occidental frente a la invasión islámica. Aunque evidentemente su xenofobia es general contra todos los inmigrantes no europeos, se centra más en un racismo cultural que no biológico, ya que sus ataques van sobre todo contra el islamismo, En las últimas elecciones generales cayeron los viejos partidos gobernantes, socialdemócrata y liberales de izquierda y se polarizó el voto en torno a izquierda verde y el PVV. Las dos almas de Holanda, en definitiva, parecen haber dejado de pactar en tiempos de crisis y derivan hacia opciones políticas radicalmente contrapuestas. Quizás Amsterdam y Ultrech podrían representar estos dos imaginarios, aunque pienso qeue el apoyo al PVV debe venir de la Holanda más rural.
La última visita, puntual pero interesante por dos razones, La primera es que es una ciudad que no está diseñada para coches sino para bicicletas. Fue a una pequeña ciudad cercana a Ultrecht que se llama Houten. Esta población tenía el año 1979 unos cinco mil habitantes.Su población se multiplicó por diez y se diseñó con veredas y ciclovías. Más de la mitad de habitantes se mueven con bicicletas. La segunda fue la visita a un instituto público. En Holanda no hay centros concertados. Todo el mundo, exceptuando a las élites que quiere mantener su distinción de clase y van a centros privados, va a centros públicos. Era un instituto grande, nuevo, estéticamente hecho con muy buen gusto y muy funcional. Todo un ejemplo a seguir.
En definitiva, un buen viaje para un admirador de Spinoza como yo, que por supuesto me llevé un libro sobre el autor como compañía de viaje.
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