De
lo universal, de lo uniforme, de lo común y del diálogo entre las
civilizaciones
François Jullien
( Traducción de Tomás Fernández Aúz y Beatriz
Eguibar)
Madrid : Siruela, 2010. 244 páginas.
Escrito por Luis Roca Jusmet
François Jullien es uno de los filósofos franceses contemporáneos nacidos en la segunda mitad del S-XX ( en su caso, en el límite 1951). Quedan atrás todos los pesos pesados ( o plumas volátiles para otros) de la generación anterior : Deleuze, Foucualt, Derrida... Su proyecto es cuestionar las raíces de la filosofía ( para él nacida en Grecia y consolidada en Europa) a partir del pensamiento chino. Es un proyecto original, interesante, productivo ( su obra es muy extensa) pero muy cuestionada por algunos, como el sinólogo belga Jean-François Billeter.
Hay en el libro una
interrelación entre lo común, lo uniforme y lo universal que
resulta sugerente pero que enmaraña mucho la pregunta central que es
si es posible y deseable un universalismo cultural. La elaboración
es potente y abre muchas puertas en la búsqueda de una salida entre
el relativismo y el universalismo eurocéntrico. Pero me parece que
para desarrollar una línea crítica consistente Jullien falla en una
cuestión fundamental, que es la de diferenciar los niveles
universal, particular y singular. Lo que hace Jullien, como la
mayoría, es contraponer lo universal a lo particular. El problema es
que en este particular se confunden lo que pertenece al grupo y lo
que pertenece al individuo. La primera referencia de la universalidad
es para Jullien el concepto, lo cual es correcto de entrada, ya que
el concepto nos abre a la universalidad humana. Cuando Sócrates
plantea que saber que es un hombre es saber definir lo universal, lo
que es común a todos los individuos que se incluyen en el concepto,
nos da efectivamente la clave para encontrar lo que nos hace humanos.
Si sabemos lo que nos hace humanos podemos definir y defender este
universal cultural que buscamos. Pero cuando Jullien se centra en la
cultura, como hace ¿ De que habla ? No, efectivamente, de este
universal cultural sino de culturas particulares. Aunque él mismo
reconoce que estas identidades culturales no son homogéneas sino
heterogéneas lo hace hasta cierto punto ( la crítica de
Jean-François Billeter va en este sentido). Hasta cierto punto
porque no lo lleva a las últimas consecuencias, que es que la única
identidad real es la singular. Es decir, no se trata de decir que en
un grupo con una identidad cultural haya diferencias internas sino en
afirmar que lo único real son los individuos que conforman este
grupo y que la identidad cultural es una convención, aunque pueda
basarse en propiedades reales. Cuando hablamos de los europeos o de
los chinos estamos hablando de conjuntos que tienen algunos elementos
culturales comunes ( y raciales, no hay que temer a la palabra) pero
que no son grupos reales homogéneos y diferentes. Dicho de otra
manera : un chino concreto puede tener más en común con un europeo
concreto que con otro chino.
El dar tanta consistencia real a las identidades
culturales de grupo ( que son particulares) y confrontarlas con lo
universal hace que olvide las singularidades de los individuos vivos
que somos la única base para construir cualquier universalidad.
Constuir un universal cultural a partir de las culturas particulares
es imposible, como el mismo Jullien reconoce.
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