Reseña de
JUSTÍCIA
POÉTICA. Reflexiones marginales sobre derechos humanos, resentimiento y
populismo
Vicente Serrano Marín
Madrid:
Editorial La Oficina, 2019
Vicente Serrano Marín es un importante
filósofo español que tiene una producción muy interesante, entre las que
podemos destacar “La herida de Spinoza” (Premio Anagrama de Ensayo). El libro
que nos ocupa me parece de una gran densidad teórica, riguroso, claro y
arriesgado. Todas las cualidades para un ensayo filosófico, siempre teniendo en
cuenta que este carácter arriesgado le da el valor de ser un excelente material
que trabajar y no un documento al que adherirse.
El libro está dividido en ocho capítulos, cada
uno de los cuales merece una reflexión. El primero despliega lo que se va a
desarrollar en el resto del libro, pero avanzando ya alguna hipótesis. El
problema que aborda es, básicamente, la relación entre justicia, poder y
modernidad. Precisando más ¿Cómo abordar desde la modernidad la relación entre
justicia y poder? Porque para la modernidad la justicia no tiene detrás una
narración que la fundamenta desde un orden natural que legitima el poder. Por
el contrario, parece que el poder es el que necesita un discurso que lo
justifique, es decir que lo legitime como justo. Como dice Claude Lefort, en la democracia el
lugar del poder esta vacío y lo puede ocupar cualquiera, en el marco de una
sociedad plural. La cuestión es que quien quiere ocupar el poder debe construir
un relato que lo justifique. En la modernidad fueron los grandes relatos, que
precisamente entran en crisis en la modernidad.
Esto nos lleva al segundo capítulo, titulado
“Justicia y pueblo”, en el que aparece esta última noción como legitimadora. El
pueblo como base de la justicia, de acuerdo, pero ¿qué entendemos por “pueblo”?
La modernidad pierde, como sabemos, el
saber tradicional, ya que como decía Marx, con el capitalismo “todo lo sólido
se disuelve. Es la ilustración alemana la que quiere darle u contenido, que es
el de la recuperación de cada tradición cultural como fuente de sabiduría. Nace
el nacionalismo. La teoría del contrato social plantea un concepto cívico del
pueblo, como conjunto de individuos sin propiedades cualitativas. Pero necesita
también una idea de justicia para legitimar este contrato social. El pueblo, en
la modernidad, es una ficción que legitima un Estado de derecho. Como decía
Michel Foucault lo que hacemos es pasar del “pueblo” a la “población”, que es
un territorio en el que debe garantizarse la seguridad de sus ciudadanos,
convertidos en ciudadanos. Aparece también con Foucault el tema del poder
pastoral, que es la administración de las conductas bajo un discurso que
legitime el capitalismo.
Lo planteado anteriormente nos lleva al
problema de fondo, expuesto en el tercer capítulo, sobre los niveles de
justicia. Si consideramos que el nivel profundo es el que debe contener el
saber narrativo sobre la justicia, y el superficial las estructuras jurídicas,
entonces diremos que cuanto más invada el nivel superficial el espacio del
profundo, más autoritario será el sistema político. Volvemos entonces al
problema de legitimar lo justo en la sociedad moderna. Lo hace desde la
diferencia kantiana entre juicio determinante y juicio reflexionante. El juicio
determinante es el de la ciencia, que conceptualiza sobre la base de los
procesos naturales. Pero si en la modernidad la justicia no puede plantearse
como algo natural, tal como planteaba Aristóteles, entonces lo que hay en el
juicio es una creación conceptual. ¿Es un juicio estético basado en el
sentimiento, que imagina un ideal de justicia? Más bien la respuesta la
encontramos, sugiere el autor, en otra formulación kantiana, la del uso público
de la razón, como el espacio donde la noción de “pueblo” tiene sentido,
entendido como el debate público que define la justicia.
Continuamos con el capítulo que llama
“Decisión y justicia”. Aquí, Serrano Marín hace una afirmación muy interesante.
No es en la modernidad sino en el cristianismo donde se pierde este orden
natural que para los antiguos era el fundamento de la justicia. Porque aparece
el Dios soberano y omnipotente como creador de la justicia. Es una decisión de
este Sujeto al que llamamos Dios, que una vez “muerto” ( siguiendo la expresión
de Nietzsche) deja en manos del hombre el poder de decidir. No hay límites
naturales al ejercicio del poder, que depende de la decisión. De esta manera es
Carl Schmitt el que crea la ontología básica de la modernidad, basada en la
decisión. Incluso para el liberalismo y el socialismo que tanto criticaba. Y,
por supuesto, para el populismo. El problema queda abierto, ya que la
democracia, como decisión desde la mayoría y marco normativo, presupone una
idea de justicia.
Pasamos ahora a un título más enigmático:
“Voluntad de poder y resentimiento”. El núcleo de este apartado es la hipótesis
de que es un deseo sin límites el que configura el afecto dominante que es la
voluntad de poder, tal como han teorizado Hobbes, Nietzsche y el psicoanálisis.
Y esta voluntad de poder sin límites, este deseo sin finalidad que lo quiere
todo de manera absoluta conduce a una demanda imposible que lleva al
resentimiento. Su base material es, por supuesto, el capitalismo liberal que lo
promete todo. Enlaza con el capítulo
siguiente tiene un nombre provocador: “Kant, Sade y los derechos humanos”. Al deseo absoluto de Sade solo se le puede
contraponer el deber absoluto de Kant. Falta un proyecto de vida buena. ¿Qué
son los derechos humanos en este contexto?
Parece que son el contenido de la sabiduría que permite poner límites a
esta voluntad de poder en la que cada cual quiere satisfacer sus demandas y que
se articula en una noción de pueblo que se establece como una ficción jurídica
contra esta desmesura. Pero cuando a la noción de “pueblo” se le da un
contenido concreto con el que identificarse entonces este juicio reflexivo que
aparece con la razón común se pierde en una matriz emocional.
Pasamos ahora a “Hegemonía, liberalismo y
justicia”. La noción de “hegemonía” merece un detallado análisis y el uso que
le dan los teóricos del populismo de izquierda, Chantal Mouffe y Ernesto
Laclau, que la presentan como una formulación renovada de la tradición
emancipatoria. Pero podemos aprender con Michel Foucault que es un dispositivo
con ironía, que nos presenta una propuesta que en el fondo se mueve en el marco
del liberalismo y oculta su procedencia conduciéndonos además a lo que de bueno
tiene el liberalismo, que es la existencia de libertades individuales al
proclamarse “el pueblo” como el único legítimo para detentar el poder. Pero
este populismo cuenta además con un peligro añadido, que es la utilización de
las redes sociales y las dimensiones
discursivas de estas nuevas tecnologías.
El capítulo con el que concluye toda su
exposición, “la doble ironía del dispositivo” profundiza sobre el peligro de
este populismo apoyado en la tecnología digital que puede convertirse en el
nuevo totalitarismo. La hipótesis de Vicente Serrano es que, en la era de la
tecnología digital bajo la hegemonía del tejido discursivo del universo
virtual, la tecnología es inseparable del capitalismo como una contingencia
histórica y una realidad material a la que obedece este tejido. La ironía la
encontramos en el dispositivo que monta el populismo de izquierda, que apela a
la justicia vaciándolo de contenido y sustituyendo por el poder a través de un
espejismo emancipatorio. Las redes sociales son el campo abonado para cumplir
la doble ironía del dispositivo, de hacernos creer más libres cuanto más
manipulados estamos, o más diferentes contra más uniformados estamos. Ello crea
el caldo de cultivo del populismo, que nos impide pensar de manera adecuada lo
que es la justicia en las sociedades modernas.
Como he comentado al principio el ensayo es
interesante porque da que pensar sobre un tema imprescindible y no resuelto
para la filosofía ética y política moderna: ¿desde donde legitimar la justicia?.
Quizás el libro es demasiado ambicioso y trata demasiados temas, a veces nos
perdemos entre tantas cuestiones. Para da muchos materiales para pensar y el
hilo conductor de los derechos humanos como una fórmula adecuada de centrar el
tema de la justicia. Hay cuestiones que deberían matizarse, como la afirmación
de que el problema de la política en la democracia es como solucionar los
problemas comunes. Me parece que es, sobre todo, como garantizar los derechos
para todos. Discrepo en las consideraciones que hace del psicoanálisis
lacaniano, pero esto es un tema menor. Y falta, a mi modo de ver, incorporar
una concepción socialista renovada como la que hace, por ejemplo, Axel Honneth,
junto a la populista de Laclau o la liberal de Rawls. En todo caso mis
felicitaciones por un libro de alto nivel que merece ser leído y pensado.
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