REDES Y OBSTÁCULOS
Luis Roca Jusmet
Editorial Club Universitario
Alicante, 2010
Escrita por Pere Saborit
Escrita por Pere Saborit
Frente a los dormidos, que pretenden vivir en mundos propios y aislados, el viejo Heráclito nos conminaba a mantenernos despiertos, compartiendo el Logos, con su dimensión lingüística o simbólica, en tanto que garante de habitar un universo común. Una dimensión simbólica que, sin embargo, se ha desvirtuado a conveniencia a lo largo de la historia.
Para empezar, el condicionante pragmático de búsqueda de puntos de referencia fijos y estables, y más específicamente el afán de facilitar la cohesión y el control social, ha conllevado que prevaleciera la función de reconocimiento en detrimento de la de expresión. O, más en concreto, se ha tendido a valorar más el sentido literal de las palabras que su sentido metafórico, la memoria que la imaginación, o la forma sistemática que la fragmentaria. Por otro lado, a menudo se ha pretendido -como en el caso de la religión o el nacionalismo- presentar como único orden común lo que no es más que el interés de un grupo, imponiendo determinado imaginario social, lo que reduce el sentido del lenguaje al de determinado idioma o el del pensamiento al de determinada ideología.
Para empezar, el condicionante pragmático de búsqueda de puntos de referencia fijos y estables, y más específicamente el afán de facilitar la cohesión y el control social, ha conllevado que prevaleciera la función de reconocimiento en detrimento de la de expresión. O, más en concreto, se ha tendido a valorar más el sentido literal de las palabras que su sentido metafórico, la memoria que la imaginación, o la forma sistemática que la fragmentaria. Por otro lado, a menudo se ha pretendido -como en el caso de la religión o el nacionalismo- presentar como único orden común lo que no es más que el interés de un grupo, imponiendo determinado imaginario social, lo que reduce el sentido del lenguaje al de determinado idioma o el del pensamiento al de determinada ideología.
Otra forma de distorsionar a conveniencia el sentido de lo simbólico ha sido la propia de la denominada “hermenéutica simbólica”. Y cabe señalar que la crítica que Luis Roca Jusmet realiza a la misma en este texto es ya de por sí un motivo suficiente para recomendar su lectura. Autores como Mircea Eliade, Gilbert Durand, o Carl G. Jung, procederán a un desplazamiento semántico, según el cual lo simbólico no sólo sirve para referirnos a realidades ausentes, sino para aludir a una realidad trascendente (lo sagrado o numinoso). Ello al margen de incurrir en la contradicción de menospreciar el lenguaje, frente al poder evocador de las imágenes, ….¡con palabras!: “La cuestión es que todos estos apologistas del símbolo caen en la contradicción de querer conceptualizarlo, tratamiento que teóricamente consideran inferior, con lo que su propio discurso parece desmentir lo que dicen. Si fueran consecuentes se limitarían a mostrar la imagen simbólica sin querer transformarla en un discurso teórico”.
Hoy en día, sin embargo, lo que abundaría sería la pretensión de rechazar el orden simbólico-lingüístico que nos une (junto a la indeterminación de lo real, racionalmente esquivo, que nos uniría aún más). El narcisismo e individualismo contemporáneos pretenden que cada uno viva aislado en el mundo personal de lo imaginario, algo de lo que autores como Richard Sennett nos vienen alertando desde hace tiempo en obras como El declive del hombre público (Península, 1980) o Narcisismo y cultura moderna (Kairós, 1977). Una tendencia que se ha agravado últimamente con el auge de la realidad virtual, la cual contribuye a “tejer una red sin límites corporales ni simbólicos”.
Entre el peligro tradicional de sobrevalorar el orden simbólico y el de sobredimensionar el orden imaginario, característico de nuestra época, Luis Roca Jusmet aboga por construir una subjetividad “que debe evitar la polarización si no quiere caer en la rigidez de la sociedad tradicional o en la inconsistencia de la sociedad líquida”. Ello pasa por reivindicar la fantasía, en tanto que “guión imaginario” capaz de articular el orden imaginario del deseo con el simbólico de la consciencia de los límites que conlleva la convivencia con los demás. Por otra parte, el sujeto del deseo no posee una identidad monolítica y (auto)transparente sino que, por un lado, se halla condicionado y en buena medida ya formado por “el conjunto de cosas vividas y cosas oídas”, que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida, y que supone que nunca partamos de cero cuando nos planteamos un deseo consciente; o, por otro lado, este sujeto se halla transido por escisiones internas, como la generada al irrumpir en el orden simbólico y la consiguiente división entre sujeto de enunciado y sujeto de enunciación.
Así entendida, la fantasía nos servirá para tejer la red que acaba configurando el sentido de nuestras vidas (y cabe señalar el acierto de recurrir al concepto de red en este contexto, dado que conlleva la doble connotación de ser algo que hacemos o “lanzamos” voluntariamente, y a la vez la de ser aquello que nos determina o “captura”). Pero cabrá estar al acecho para sortear el peligro que siempre se halla presto a asaltarnos a lo largo del camino, como es el de caer en la “ilusión”, en tanto que negación u “obstaculización” de lo abierto del proceso, a través de la identificación con determinada imagen concreta y prescindiendo de la siempre deseable distancia crítica. E incluso, yendo un paso más allá en la misma dirección, asoma el riesgo del “delirio”, propio de las creencias religiosas y otras formas de fanatismo. Frente a estas derivas se trata, según Luis Roca, de mantenerse fieles a “lo enigmático que aparece en la fisura de la palabra, el símbolo o la imagen”.
Al margen de que se esté de acuerdo o no con el planteamiento teórico del autor, cabe mencionar un par de virtudes innegables del libro Redes y obstáculos. Una es la de ayudar a clarificar el sentido de nociones como las ya referidas de “imaginario”, “real”, “simbólico”, “fantasía”, “ilusión” o “delirio”, pues el autor realiza una presentación de las mismas a partir de distintos autores y escuelas de pensamiento. Y otra virtud, complementaria a la anterior, es la de facilitar la comprensión de los pensadores más destacados de la tradición psicoanalítica. Una tradición con la que Luis Roca Jusmet se identifica, pero ni mucho menos de forma acrítica. Así, por ejemplo, del propio Freud dirá que peca de reduccionismo al limitar el campo de la interpretación de la fantasía al componente sexual, o recriminará a Lacan que presente el cuerpo como algo solo propio del orden imaginario o un producto cultural: “la realidad del cuerpo es, precisamente, lo que se resiste a cualquier consideración culturalista de la realidad. El cuerpo es biología y es él el que nos enfrenta al placer y al dolor., a la enfermedad y a la muerte. Por tanto, es lo que nos inmuniza frente a una concepción de que el yo es una simple invención cultural. Y también es lo que nos permite salir de un relativismo que nos separa por culturas en mundos cerrados heterogéneos ya que esto es lo común, lo que nos une a todos”. Es decir, el Logos o Razón común de Heráclito, en definitiva......
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