Escrito por Luis Roca Jusmet
Felipe Martínez Marzoa afirma que estamos en la tardomodernidad, que es un momento avanzado de la modernidad; pero no es una postmodernidad, que sería una superación de la modernidad. Todavía no hemos salido de ella y aunque es difícil definirla con precisión, continua, podemos aproximarnos a su naturaleza a partir de un conjunto de fenómenos diversos y significativos. Tenemos, por una parte, la aparición y consolidación de la ciencia galileo-newtoniana; por otra, la aparición de lo civil, con los nuevos conceptos de ciudadanía y de Estado de derecho. Finalmente una serie de cambios en la filosofía ( o en su historia, que viene a ser lo mismo). Estos cambios considera que se inician con Leibnitz, Spinoza y Kant, tienen su culminación en Kant y llegan hasta el idealismo alemán, Marx y Nietzsche. El criterio de demarcación que plantea Martínez Marzoa y nos interesa para la reflexión que me ocupa, es que para la filosofía moderna, al contrario que para la antigua, el conocer no determina el hacer. Para la filosofía antigua, nos dice Marzoa, entender lo que son las cosas implica lo que debemos hacer con respecto a ellas. En este sentido es la propia naturaleza de las cosas la que nos enseña el camino de la acción. De esta manera podemos considerar que la filosofía es una forma de vida. Pero a partir de los filósofos modernos hay una separación radical entre el conocer y el hacer. Porque el conocimiento se plantea en términos de objetividad y no determina nunca lo que el sujeto debe hacer con respecto al objeto. Contra más conocemos el objeto, más posibilidades de acción se nos abren con respecto a él ¿ Qué es lo que debemos entonces hacer ? Esta es una pregunta diferente a la del conocimiento y que debe contestarse con criterios que no tienen nada que ver con él. Kant marcó que una pregunta diferente de ¿Qué es lo que podemos saber? y otra es ¿ qué debemos hacer ? La razón teórica y la práctica con la anterior, pertenecen a ámbitos diferentes.
Si seguimos el planteamiento de Martínez Marzoa podemos afirmar que la filosofía moderna no puede ser una forma de vida, en el sentido que afirma Pierre Hadot. Es decir, que no hay una conversión, una verdad metafísica transformadora que conduce a una determinada ética. Podríamos afirmar entonces que la posición de Hadot refleja una cierta posición melancólica, en el sentido de que quiere recuperar algo perdido, que sería la sabiduría. Pero es una pérdida que es imposible de recuperar, porque pertenece a otra época. La melancolía implica siempre una idealización del objeto perdido, lo cual quiere decir que lo que se considera perdido nunca ha existido realmente como lo soñamos. Esto no quiere decir que la escuelas filosóficas de las que nos habla Pierre Hadot no hayan existido y que Hadot no sea capaz de mostrarlas con rigor. Lo han hecho, por supuesto, pero seguramente no de la manera idealizada que nos plantea Hadot. Otros filósofos algo posteriores a Hadot han querido mantener la idea de que la filosofía es un arte de vida, como es el caso de Alexander Nehemas, que lo ha reflejado de manera brillante en su libro "El arte de vivir. Reflexiones socráticas de Platón a Foucault". Se desmarca algo de Hadot, que entendía que lo importante era como vivían los filósofos, su ejemplo vital, mientras que para Nehemas, en cambio, lo importante no es tanto que hacen los filósofos antiguos como lo que nos muestran a través de sus textos. La filosofía se transformará para algunos en filosofía teórica, pero para otros, según su planteamiento, continuará siendo una reflexión sobre el arte de la vida, como para Montaigne, Nietzsche y Foucault. Estos tres filósofos, para Nehemas, adoptan como modelo a Sócrates planteando que la filosofía nos enseñar a autocrearnos, a construir nuestro yo. Nehemas se olvida de la profunda ruptura entre filosofía antigua y moderna. Me parece que hoy el concepto de arte de vida no tiene que ver estrictamente con la filosofía. Como dice Martínez Marzoa, el valor aparece en la Modernidad como algo que está al margen de la metafísica. Nietzsche es quién hará explotar la verdad ontológica, porque para él la verdad es una ficción y lo único que hay son perspectivas, maneras de interpretar y de valorar el mundo. A través de su filosofía cada cual se expresa a sí mismo. Aquí sí que hay una propuesta de autocreación ética-estética. Pero no tiene nada que ver ni con Sócrates ni con los antiguos, en esto discrepo totalmente de Nehemas.
El planteamiento de Martínez Marzoa si tiene que ver, en cambio, con Foucault, que se sitúa plenamente en la tardomodernidad, lo cual quiere decir críticamente con respecto a la misma modernidad. En la entrevista que le hizo el año 1966 el filósofo italiano Pablo Caruso, Foucault afirma que la filosofía “ni consuela ni hace feliz”. Podríamos preguntarnos si el último Foucault estaría de acuerdo con esta afirmación. Yo me atrevería a decir que sí, porque cuando Foucault plantea una subjetividad basada en la autoconstrucción ética, no hay en él esta búsqueda melancólica de la sabiduría antigua perdida, ni tampoco la búsqueda de un estado interno de felicidad. Foucault no quiere volver al mundo antiguo ni lo idealiza ; esto lo deja muy claro en varias entrevistas. Pero para él, los antiguos, con sus prácticas, nos permiten pensar el presente. Pero una cosa es que la verdad transforme al sujeto, como dice Hadot,y otra diferente es que el sujeto utilice tecnologías para transformarse, como dice Foucault. La libertad, para los antiguos, es la capacidad para aceptar y asumir esta transformación, mientras que para ellos es la esclavitud de las pasiones la que nos encadena. Entonces somos esclavos, no hombres libres. Pero para los modernos, en cambio, la libertad es la capacidad de decidir entre varias opciones. La verdad del conocer no determina lo que debemos hacer sino, por el contrario, amplia las posibilidades sobre las que podemos elegir. Conocer más el objeto es entonces, para los modernos, abrir el abanico de posibilidades para la acción. Lo que hay que hacer es decidir desde la incertidumnbre y esto es lo que nos genera angustia
Para Foucault el filósofo no es un sabio, como pretendía Pierre Hadot. Los ejercicios espirituales de la Antigüedad estaban pensados para conseguir una cierta serenidad, una capacidad para enfrentarnos a las dificultades del vivir y a la realidad del vivir. En esto podemos seguirlos. Podemos también vivir intensamente, como quería Nietzsche, asumiendo lo que la vida tiene de trágico : el dolor y la finitud. Pero evitando hacer del filósofo, como hace Nietzsche, del filósofo un profeta.
La filosofía moderna, como la antigua, quiere mostrarnos el juego que jugamos, la forma como los humanos construimos nuestro mundo en una coordenadas históricas concretas. Pero entender el juego nos conduce hoy por un camino diferente del de los antiguos. Nos permite distanciarnos de lo que damos por supuesto y nos abre nuevos horizontes, pero asumiendo siempre el riesgo de lo incierto.. Foucault dijo en una ocasión que la ciencia muestra lo invisible y la filosofía lo visible. Mostrar lo invisible quiere decir poner de manifiesto las relaciones y los procesos reales detrás de lo que nos muestra el sentido común. Pero mostrar lo invisible quiere decir poner de manifiesto lo que de ideológico tienen este sentido común. La apuesta de Foucault es construirse como sujeto ético en un camino singular que implica un trabajo interno, que es el que nos permite saber lo que queremos. Una vez sabemos lo que queremos y somos capaces de formularlo como un proyecto vital, hemos de buscar las tecnologías del yo que nos permitan ser lo suficientemente libres como para llevarlo a cabo. Es por tanto una propuesta de entender la ética como una práctica de la libertad.
La verdad, para Foucault, nos permite romper con los dispositivos de normalización para inventar, para crear algo propio. Pero se trata de construir, no de descubrir. Porque no hay un yo superior y auténtico al que podemos acceder si nos scamos nuestra máscara. Somos nuestra máscara y lo único que nos libera de las máscara social que hemos ido construyendo involuntariamente desde los condicionamientos sociales. La verdad nos transforma pero no es normativa.
Si volvemos a Felipe Marzoa éste habla de la filosofía antigua como una pregunta radical sobre el juego que estamos jugando, que dicho de otra manera sería decir como determinamos lo que para nosotros es una verdad, sea ontológica, ética o política. La modernidad sería, para Martínez Marzoa, una vuelta a la misma pregunta, por lo que tiene un carácter reflexivo con respecto a la anterior. Es decir, que la pregunta ya no es originaria, ya que se enmarca en una tradición filosófica. Kant es la referencia, tanto para Martínez Marzoa como para Foucault. La pregunta por la ética lleva a Foucault a estas investigaciones de los antiguos, desde los que descubre el cuidado de sí como algo que nos permite pensarnos de otra manera. Al mismo tiempo esta investigación pone de manifiesto unas técnicas que uno puede utilizar para su autoconstrucción ética. Pero la filosofía no es esta construcción ética, que puede cada cual sin pasar por la filosofía. Pero nos proporciona unos instrumentos que se pueden utilizar para este propio proyecto ético. La libertad interna nos hace resistir a las formas de dominio y a cualquier forma de servidumbre voluntaria. La serenidad nos permite distanciarnos de nuestras propias reacciones emocionales automáticas y decidir de manera más racional.Todo esto tiene que ver con el arte de vivir que ponen en juego Hadot y Foucault en sus trabajos filosóficos. Pero la filosofía no es un arte de vida, ni tampoco una forma de vida. No hay una forma de vida filosófica como no hay una forma de vida artística o científico. La filosofía es una práctica que ejercen los llamados filósofos y forma parte de su vida, por supuesto. Pero el tipo de cuestiones que se plantea la filosofía tienen que ver con la propia vida y con los compromisos que establecemos con los otros y con la sociedad. El filósofo, según el planteamiento de Foucault, no tiene una vida mejor que los otros ni la filosofía tiene una función terapéutica, como decía Hadot. No puede ser como una asesoría ni como una terapia. La filosofía no nos hace más sabios ni tampoco nos vuelve mejores ni más felices. La filosofía nos vuelve más lúcidos y hace de nuestra vida algo más interesante.
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