Escrito por Luis Roca Jusmet
Más allá de las enormes diferencias del marco teórico de Baruch Spinoza, Jacques Lacan y Michel Foucault, hay en ellos un "aire de familia" por utilizar una expresión de Wittgenstein que los vincula. Es este "aire de familia" uno de los elementos ( los otros son divergentes ) que me ha atraído de los tres pensadores. Potentes pensadores dando a la palabra su sentido más fuerte, más preciso.
Este "aire de familia" lo he formulado con la expresión "una ética inmanente del deseo y la veracidad". Para hacerlo he intentado ir más allá de los significantes. No se trata de comparar lo que cada uno dice del deseo y de la verdad, entre otras cosas porque detrás de estas palabras hay conceptualizaciones diferentes.
Por ética inmanente del deseo entiendo un camino singular que surge de lo más propio. No es un sistema normativo ni un Ideal, que siempre vienen del Otro. Lo cual no quiere decir que esto último no sea necesario, en el sentido kantiano de reconocer al otro como un sujeto que también debe poder hacer lo mismo que tú exiges a los otros. Pero este principio universal de carácter formal es el que debe favorecer esta ética a cualquier sujeto. Para lo cual no hay que hablar de deber, como el estoicismo o Kant, sino de deseo. Este deseo implica un trabajo interno pero no es un imperativo normativo universal. Es,como decía antes,singular. Y está ligado a la alegría más que a la tristeza.
Para Spinoza las esencias de los modos finitos, que es lo que somos los humanos, son singulares. El trabajo del sabio es el de reconocer sus propias necesidades. El sabio debe ser capaz de acceder a su esencia singular, de llegar a ser lo que uno es, es decir, de desarrollar su potencia. Significa tener una idea adecuada sobre lo que uno necesita. la libertad es la conciencia de la necesidad.
Para Lacan también hay un trabajo, que es el analítico, que nos permite caminar hasta este deseo que nos habita, que nos deja en falta y del que no queremos saber. Es pasar del deseo del Otro, a partir del que construimos nuestro fantasma, a este deseo al que, paradójicamente, nunca accedemos directamente. La libertad es pasar del Yo al Ello, de la ilusión de la identidad a la de la Otra escena, al inconsciente.
Para Foucault, finalmente, es el trabajo de construirse como sujeto ético, es la apuesta por una estética de la existencia propia, de este cuidado de sí la que no deja de ser una ética inmanente del deseo ( aunque a él no le guste la palabra).
Respecto la veracidad o ética de la verdad vemos en los tres una práctica de desmontar ídolos, de no dejarse engañar por los cuentos que nos cuentan, por las ilusiones que nos engañan y nos llevan al autoengaño. La crítica de Spinoza a lo imaginario, la de Lacan al yo como desconocimiento, la de Foucault a los discursos de normalización.
Fueron tres hombres cuya vida fue testimonio de este compromiso ético, que no cedieron en su búsqueda de un camino propio y que nos legaron tres cajas de instrumentos para que pudieramos encontrar el nuestro. Ninguno de los tres quiso discípulos, aunque todos los tuvieron.
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