Antropología
del cerebro. Conciencia, cultura y libre albedrío
Versión ampliada
Roger Bartra
Valencia : pretextos, 2014
Escrito por Luis Roca Jusmet
Escrito por Luis Roca Jusmet
Roger Bartra es un
antropólogo y escritor nacido en México en 1942, hijo de padres
catalanes, exiliados que huyeron de la represión franquista. Dentro
de su extensa e interesante producción destaca un libro, publicado
en 2006, titulado Antropología del cerebro. La conciencia y los
sistemas simbólicos. La edición
que nos ocupa, publicada ocho años más tarde, esta ampliada por una
segunda parte que trata básicamente del problema del libre albedrío.
La verdad es que esta segunda parte no está, ni mucho menos a la
altura de la primera, lo cual no quiere decir que no presente un
cierto interés. Ahora bien, hay que decir que la primera parte, que
es la que se corresponde con la edición originaria, me parece un
libro imprescindible, fundamental para todo aquel que esté
preocupado por la condición humana.
Como
bien nos dice el autor del ensayo, la conciencia será siempre un
misterio, no un enigma. La diferencia entre lo primero y el segundo
es que uno tiene respuesta y el otro no. Podemos aproximarnos a la
naturaleza de la conciencia desde diferentes abordajes pero ninguna
la acabará de explicar. Las neurociencias avanzan a pasos
agigantados y tienen mucho que aportar, ciertamente, pero la
conciencia no se reducirá nunca a un problema científico, aunque la
ciencia pueda ayudarnos mucho a entenderla. Esto es lo que quiere
hacer Roger Bartra, aunque desde un enfoque multidisciplinario que
además de la neurociencias recurre a la antropología cultural y a
la propia introspección.
La
hipótesis de Bartra es la la existencia de lo que él llama el
exocerebro. Se trata de ciertas regiones del cerebro que
adquirirían una dependencia neurofisológica con los sistemas
simbólicos. De esta manera deberíamos entender los sistemas
simbólicos como como una derivación de lo biológico y, de esta
manera, entender los dispositivos culturales y sociales como una
sustitución de los mecanismos genéticos. Así podemos decir que la
herencia cultural complementa la biológica. El exocerebro sería
entonces como una prolongación externa del cerebro biológico, El
sistema simbólico sería resultado de algo generado para responder a
las las propias dificultades de sobrevivir. La especie humana a da,
de esta manera, un salto cualitativo en su evolución frente a los
retos ambientales. Lo que se entiende por sistema simbólico es
básicamente el lenguaje, resultado de un proceso que consiste en
poner nombres a las cosas. Para ello los humanos se aprovechan de la
combinación de su aparato vocal y de su extraordinaria capacidad
memorística y predictiva. Esta interacción provoca cambios en las
mismas estructuras cerebrales. El lenguaje es así producto de la
interacción entre el espacio neuronal y el espacio cultural. Los
circuitos cerebrales tienen la capacidad de usar, en sus diversas
operaciones conscientes, los recursos simbólicos como si fueran
instrumentos biológicos internos. Aunque no hay que olvidar que el
cerebro forma parte del cuerpo y no podemos entenderlo como algo
aislado de él. La subjetividad aparece como una especie de
transformador fenoménico, como un núcleo dinámico de las
interacciones culturales, que son capaces de establecer elementos
cualitativos entre las cosas. La gestación del exocerebro es
posible, por tanto, a partir de circuitos neuronales y culturales.
Avanza una hipótesis, muy polémica por supuesto,sobre la
posibilidad de que la psicopatía o el autismo tuvieran que ver con
la falta de estos circuitos por alguna lesión cerebral.
Otra
cuestión interesante que plantea Bartra son los estudios de las
llamadas neuronas-espejo en
los simios. A partir de ellos se puede deducir que los estos animales
controlan, no solo su acción sino igualmente su representación de
las cosas a partir de funciones motoras. Desde aquí se podría
aventurar que la base del lenguaje humano no es la comunicación,
sino el deseo de reconocimiento por los otros. Las estructuras
lingüísticas funcionarían así como un núcleo mediador del
exocerebro. De esta forma podemos considerar que Vigosky complementa
perfectamente a Saussure y da al habla no únicamente la rigidez de
su carácter estructural sino también la flexibilidad de su aspecto
social y práctico. Hay por tanto una interacción entre redes
internas (privadas, individuales y mentales) y externas (
sociales, públicas, corporales). De todo ello podría concluirse
que los humanos tenemos una doble memoria, la
individual-genética-específica, y la artificial, social y
colectiva.
Continúa después, a
continuación de algunas anotaciones sobre la música, con una
reflexiones más especulativas sobre la conciencia. Por ejemplo la de
considerarla como la quinta fuerza del universo ( las otras son la
gravitación, la electromagnética, la interacción fuerte y la
interacción débil). Del campo de la conciencia formarían, desde
esta perspectiva, las redes cerebrales y las exocerebrales. Hace
también una referencia a la teoría de los tres mundos de
Popper ( físico, mental y cultural) considerando que el tercero de
ellos podría identificarse con el exocerebro. La conciencia sería,
desde este planteamiento, el vínculo entre las actividades
neuronales y las redes simbólicas.
He resumido aquí lo que
me parece la parte más apasionante del libro. Hay toda una
elaboración que combina elementos clave como la idea del hombre como
animal no acabado, la definición de animal simbólico y las últimas
aportaciones científicas sobre la plasticidad neuronal y la
epigenética. Me falta, de todas maneras, la idea de una realidad
psíquica como una realidad emergente del cerebro pero diferente
de él.
Luego la cosa decae, por
lo menos para mí. Las reflexiones sobre el libre albedrío o el
cerebro moral me parecen poco originales y muy discutibles. Me falta
la noción de inconsciente, por ejemplo. Me sobra una mala
comprensión de Spinoza, ya que Bartra quiere identificar el conatus
con la conciencia, lo cual me aparece totalmente erróneo. La
conciencia sería, en todo caso, el impulso ( conatus) que conocemos
a través de la razón. El análisis que realiza del juego
como elemento fundamental de lo humano tampoco me parece muy fecundo.
Se trata, en definitiva,
de un libro que aconsejo sin reservas a los que no hayan leído la
primera versión. Los que sí lo han hecho pueden prescindir de él,
a menos que les apetezca una relectura, claro.
Imagínese el caso de una persona fría que tuviese presente los pasos del amor hasta variantes de actos insospechados por lo profundos, nunca llegaría a amar, hay por contradictorio y paradójico que parezca una efectividad en la anulación de esa información, a pesar de que inconscientemente la sigamos y aquí ya entro en el libre albedrío o su contrario; es necesaria una cierta inocencia para crear vida, para comunicarse, cuando tener información es un obstáculo.
ResponderEliminarVicent Adsuara i Rollan