domingo, 12 de enero de 2020

BÚSQUEDAS ESTRUCTURALES EN "REDES Y OBSTÁCULOS" de Luis Roca Jusmet




BÚSQUEDAS ESTRUCTURALES EN REDES Y OBSTÁCULOS  DE ROCA JUSMET 

Francisco Javier Higuero Wayne (State University )
( Aparecido en "Cuaderno Internacional de Estudios Humanísticos y Literatura": CIEHL Vol. 20: 2013 


 Las reflexiones discursivas esparcidas a lo largo de los raciocinios especulativos, puestos de relieve en "Redes y obstáculos" de Luis Roca Jusmet, responden a la pregunta sobre el fondo irracional que se oculta detrás de las ideas y las argumentaciones esgrimidas a favor  de estructuras existenciales que componen la vida de individuos concretos, de carne y hueso(1). Ahora bien, desde el comienzo, se establece en dicho escrito ensayístico las cualidades que debería poseer un pensador para llevar a cabo e implementar una actividad especulativa como la propuesta a lo largo de lo que trata de dilucidar el discurso argumentativo de "Redes y obstáculos". En primer lugar, propugnan tales raciocinios una imprescindible apertura de miras, abocada a estar dispuesta a cuestionar y poner en tela de juicio constantemente las propias creencias, llegando incluso a refutarlas. De acuerdo con lo adelantado, desde presupuestos conceptuales fenomenológicos, por José Ortega y Gasset en "Ideas y creencias", cuando se cuestiona seriamente aquello con lo que se precisa contar y posee un cierto grado de certidumbre irrebatible, surge el pensamiento, el cual siempre merece estar sometido a procesos y estrategias falsacionables, conforme lo ha puesto de manifiesto Karl Popper en Conjectures and Refutations y Objective Knowledge.2 Mostrándose de acuerdo con tales aportaciones críticas, se advierte en Redes y obstáculos que las argumentaciones esgrimidas deberían poseer un cierto grado de coherencia que favoreciera el esclarecimiento de lo afirmado, a través de la adopción de una forma lógica. Finalmente, tanto la apertura de miras, como la mencionada coherencia argumentativa se verían enriquecidas si se evitara caer en ocurrencias que, en el fondo, vienen a ser no sólo falsacionables, sino sobre todo y de hecho también falsas. Para expresarlo de modo algo diferente, aunque las ocurrencias discursivas se prestan a ejercer un poder de fascinación atrapadora, no dejan de ser, en última instancia, reduccionistas en grado extremo. Teniendo en cuenta estos tres rasgos que caracterizan el pensamiento libre, desde el comienzo de lo especulado a través de los raciocinios esgrimidos en Redes y obstáculos se huye de cualquier planificación anticipatoria, prefiriendo ir madurando propuestas argumentativas, convertidas en objeto de las debidas consideraciones críticas. Las páginas que siguen aspiran a destacar el tratamiento discursivo otorgado a los raciocinios diseminados en dicho escrito ensayístico, repleto de numerosas alusiones intertextuales a lo esgrimido también por múltiples pensadores, en modo alguno coincidentes entre sí. Tales argumentaciones sólo son posibles desde el lenguaje, inserto en lo que Jacques Lacan denomina el ámbito de lo simbólico, explicado desde diversas focalizaciones disquisitorias a lo largo de las reflexiones y comentarios recogidos en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.3 Afirma, a este respecto, el discurso especulativo de Redes y obstáculos, que el lenguaje permite obtener un cierto distanciamiento, abocado a impedir dejarse atrapar por la identificación con una imagen idealizada de uno mismo, inserta tal vez en el ámbito del imaginario. La red que entrecruza lo simbólico y el imaginario teje el conocimiento propiamente dicho. A todo esto se precisa agregar que si lo simbólico, en cuanto lenguaje, viene a ser el significante, el imaginario no necesariamente es el yo corporal, propenso a incorporarse en la materialidad fáctica de hechos verificables.4  Se advierte en Redes y obstáculos que el lexema imaginario se utiliza tanto en filosofía como en las ciencias sociales, con la misma ambigüedad que en el lenguaje coloquial. No obstante, la tradición psicoanalítica que representan las propuestas de Lacan se complace en vincular el tema del imaginario a la fantasía. Por otro lado, Cornelius Castoriadis afirma irónicamente, en La institución imaginaria de la sociedad, que Freud, al estar dominado por el paradigma positivista, heredero del realismo metafísico, reprime el discurso del imaginario. Con semejante planteamiento muestra su desacuerdo también lo esgrimido por Jean-Paul Sartre, en El imaginario. Afirma Castoriadis que la matriz constituyente, a partir de la cual se percibe, piensa y actúa, tanto a nivel individual como colectivo, es precisamente lo que él denomina el imaginario radical. Hay una configuración estructural de la realidad externa a partir de un flujo de representaciones ligadas a afectos y deseos, que constituyen justamente el imaginario. A tal estructuración contribuye la percepción que permite dar un sentido a lo visible, intentando configurar el flujo de imágenes vinculado a afectos e intenciones. Ahora bien, para obtener una cierta comprensión del imaginario radical se precisa contextualizarlo en una sociedad concreta, superando la tentación de considerarlo como un mero proceso individual. Reitera el discurso ensayístico de Redes y obstáculos que dicho imaginario, propenso a ser calificado también como social, funciona como un filtro incluso respecto a la misma percepción, sobre todo si se aceptan como válidas los raciocinios argumentativos de Castoriadis, quien, a su vez, ha sido criticado por Juan Vázquez a lo largo de lo especulado en Mente y mundo. Afirma dicho escrito ensayístico que, contrariamente a lo defendido por Castoriadis, la representación es radicalmente distinta de la percepción, la cual siempre es anterior a aquella. La estimulación sensorial forma parte de lo entendido como percepción, mientras que la representación sería la conciencia que llega a poseer el sujeto de lo por él percibido. Para expresarlo de otro modo, las percepciones son conscientes en la medida en que existe un yo que las reconoce como propias. Conviene precisar, a este respecto, que la tesis mantenida por Vázquez parece compartir aires de familia con lo esgrimido por Antonio Damasio tanto en El error de Descartes, como en En busca de Spinoza. Afirma, dicho pensador, a este respecto, que la percepción produce en el cerebro una imagen, que luego puede conservarse y, cuando lo hace, lo que llega a permanecer no es la misma imagen almacenada, sino una pauta que permite actualizar su reconstrucción. Por consiguiente, se van memorizando esas pautas de reconstrucción de imágenes pasadas, que también pueden transformarse en directrices para la construcción de imágenes nuevas, las cuales pueden referirse a algo futuro o simplemente a una fantasía.5 El posicionamiento adoptado por Damasio se complementa con las dilucidaciones un tanto neurocientíficas recogidas por François Ansermet y Pierre Magistretti en A cada cual su cerebro. Ambos pensadores pudieran muy bien estar de acuerdo con Damasio, cuando precisan que las imágenes rememoradas no son representaciones que reproducen imágenes percibidas en el pasado, sino pautas de reconstrucción de tales imágenes. A todo esto conviene agregar que en la mente permanecen las huellas que han dejado las percepciones en el cerebro, adoptando formas de representación. Vendría así a producirse un proceso en el que las percepciones se van transformando hasta generar una compleja red interna de huellas, llamadas significantes, los cuales van construyendo el imaginario, integrado por un conjunto de representaciones surgidas de la transformación de lo percibido. El salto del significante al significado o la relación que pudiera establecerse entre ambos es explicado a lo largo de las especulaciones discursivas de Redes y obstáculos, recurriendo tanto a lo adelantado por Ferdinand de Saussure en Course in General Linguistics, como, sobre todo a las mencionadas aportaciones de Lacan. Se lee, a este respecto, en Redes y obstáculos, lo siguiente: El significante es definido por Saussure como la parte material del signo, que viene a ser la imagen acústica que asocia a un significado. Pero Lacan da la vuelta al planteamiento de Saussure al afirmar que el significante es lo determinante del signo, ya que es el lugar donde se instaura el sentido. Precede al significado y es autónomo con respecto a él, porque éste no es ni fijo ni consistente. Cada significante se ancla sin establecer una conexión rígida con un significado y su lugar se mantiene aunque este último vaya cambiando. (41) .Se advierte en Redes y obstáculos que la explicación dada por Lacan a lo entendido por significante no coincide con la del signo. Estaría de acuerdo dicho pensador con lo que esgrime Charles Peirce en  The Collected Papers, cuando se refiere al signo como aquello que representa algo para alguien.6 Si un signo se entiende en función de lo que representa, el significante, que sería el núcleo duro del lexema o palabra, sólo se entiende en función de otros significantes, ya que a una palabra se la define siempre a partir de otras palabras. De hecho, en Escritos, Lacan se refiere a la metáfora, que considera junto a la metonimia el mecanismo básico del lenguaje, y que define como la sustitución de un significante por otro significante. Por tanto, dicho pensador niega que el símbolo ocupe una realidad inaccesible para el lenguaje y que se puede mostrar única y exclusivamente a través de una imagen. En última instancia, Lacan profundiza sobre el ámbito de lo simbólico a partir de la noción de significante. Ahora bien, la letra es el soporte material del significante, ya que constituye su unidad básica y lo que el discurso adquiere del lenguaje. Tal unidad hay que tomarla al pie de la letra, sin olvidar su estructura fonética, que es donde se articula el significante del discurso.7 El posicionamiento adoptado por Lacan, a este respecto, recuerda el de Freud, expuesto tanto en La interpretación de los sueños, como también en La psicopatología de la vida cotidiana, escritos abocados a poner de relieve que la asociación de imágenes, recuerdos y hasta conceptos discurre siempre por la línea del significante, es decir, de la letra. Afirma Freud que el sueño es como un jeroglífico y nunca debe ser tratado por la vía del significado. Lacan, a su vez, estaría de acuerdo en que lo determinante no es el significado, sino el significante, ya que hay un deslizamiento continuo de aquél bajo la acción desempeñada por éste. En conformidad con lo precisado por Michel Foucault en Nietzsche, Marx, Freud, se llega a producir una genealogía donde cualquier interpretación de carácter semántico remite a otra, ya que ésta siempre es inacabada, pues ni existe significado original ni tampoco referencia última, propensa a ser interpretada unívoca y definitivamente.8  De lo argumentado en Redes y obstáculos se deriva que el significado no deja de ser algo ambiguo y cambiante, quedando establecido e impuesto, con frecuencia, por el criterio emanado del poder cultural, inserto dentro del ámbito de lo que Lacan denomina lo simbólico. Dicho orden se constituye como realidad propia social y como una estructura que es independiente de su proceso de formación. Al margen de dichas imposiciones, la realidad con la que alguien se encuentra está filtrada siempre por determinadas estructuras perceptivas y transformada simbólicamente por el lenguaje. El sujeto que percibe, piensa e interpreta la realidad, en parte es anterior al ámbito de lo simbólico, y al mismo tiempo es su efecto. Esta característica un tanto contradictoria del posicionamiento existencial a que se encuentra abocado el sujeto, se pone de manifiesto, sobre todo en la experiencia del deseo, desde la que, de alguna manera, se recoge lo que es anterior al lenguaje. Se afirma en Redes y obstáculos que lo abocado a posibilitar y hacer indestructible el deseo proviene del hecho de que su objeto en el fondo está vacío, pues su única existencia posible consiste en ir desplazándose de un objeto a otro, sin satisfacerse nunca plenamente. No debería olvidarse, a este respecto, que el deseo se sostiene en la fantasía y, desde ella, se elabora la ficción que permite simbolizarla. Afirma Slavoj Zizek en La metástasis del goce que la fantasía viene a ser no una manera de escapar a la realidad, sino una manera de posibilitarla, al permitir separarse de lo experimentado como insoportable. Ahora bien, la fantasía no es la proyección del deseo, sino el condicionante que lo posibilita. De hecho, a través de la fantasía se aprende a desear aquello de lo que se carece, aunque quizás en algún momento se haya podido poseer. Si esto último fuera así, el deseo tal vez consista en la búsqueda de la satisfacción de algo que ya se ha tenido y a lo que se intenta volver. De cualquier forma, al relacionar el deseo con la fantasía, se la considera a ésta como la red desde la cual se otorga una significación emocional a lo que puede ser percibido del modo que fuere, bien sea repitiendo ya algo experimentado o involucrándose en nuevas experiencias. La relación existente entre percepción, fantasía y deseo es constatada de la siguiente forma en Redes y obstáculos: En nuestra relación con el mundo tenemos percepciones que nos conectan con el entorno en el que estamos insertos y al mismo tiempo hay una información interna que nos llega desde nuestra mente y que parte de nuestras fantasías y que da un significado emocional a lo que percibimos. (65) 

 En modo alguno convendría identificar a las percepciones con las fantasías, pues, de acuerdo con lo explicado por Damasio desde planteamientos neurocientíficos, existe en la mente un depósito de conocimiento, al que se recurre para interpretar las percepciones, y que debe mantenerse separado del de la fantasía. Este depósito está formado por lo que el propio Damasio denomina representaciones disposicionales, desde las cuales se construyen ideas y pensamientos que favorecen la intelección de lo percibido. Sin embargo, las fantasías no deberían ser minusvaloradas, sobre todo teniendo en cuenta que la vida está tejida de ellas, las cuales, en muchas ocasiones, no son sino guiones imaginarios, lo mismo que simbólicos, ya que aunque son básicamente imágenes tienen algo de narrativo, es decir, de lingüístico. Se precisa en Redes y obstáculos que la función de lo simbólico consiste en edificar una estructura social a través de la lengua. Dicha estructura es una red solidificada y dura, en la que cada cual se inhibe e interioriza, conectándose así con el imaginario, desde donde se van tejiendo los deseos, que suscitan la salida de la pasividad. Ahora bien, esta red, tanto en su vertiente simbólica, como imaginaria, aun siendo necesaria, tiene sus peligros porque puede convertirse en un obstáculo cuando conduce a la ilusión o al delirio, o también, a provocar el encerramiento en el círculo vicioso del narcisismo. A la hora de explicar lo connotado semánticamente por la ilusión, a lo largo del discurso argumentativo de Redes y obstáculos, no se pierde de vista que en ella hay un autoengaño, provocador de falsas expectativas.9 Desde el deseo, asociado a la ilusión, se distorsiona la realidad y se obstaculiza el conocimiento que pueda adquirirse de un modo u otro. Se precisa puntualizar, sin embargo, que una ilusión no es un error, ya que no señala una falsedad desde el punto de vista fáctico, pero tampoco es una imposibilidad lógica, ya que suele ser tan irrebatible como indemostrable. En todo caso, la ilusión no sería sino la proyección improbable de un deseo. Ha sido Clemence Rosset, quien en Lo real y su doble se ha dedicado a destacar la contraposición existente entre las nociones respectivas de realidad e ilusión. Advierte este pensador que a veces se suele disponer de poca tolerancia con lo real, volviéndose éste algo así como una carga insoportable. Entonces, fácilmente se pudiera llegar a rechazar lo real en situaciones límites que van desde la autoaniquilación física o el suicidio, hasta la destrucción mental o la psicosis. Pero existe también una solución de compromiso menos perturbadora, que consiste en la pérdida parcial de la realidad insoportable a través de la represión. Ya afirmaba Freud, a este respecto, en El porvenir de una ilusión, que no sólo se produce pérdida de realidad en la psicosis, sino también en la neurosis. No obstante, lo real no se deja ni fijar ni atrapar por sus formas de representación, sean legítimas o no, aparezcan como imágenes, repletas de fantasías, asociadas a deseos incumplidos, o mediante expresiones lingüísticas. Se lee, a tal efecto, en Redes y obstáculos. Si las representaciones brillan excesivamente, entonces sustituyen con su esplendor a la opacidad de lo real y de esta forma lo enmascaran; hay que acercarse a lo real mirando con una cierta distancia, de reojo, sin la intención, porque si no acabamos dándole cualquier finalidad, distorsionándola según nuestro deseo de ocultar lo que tiene de propio,… (77) 
La representación más fiel de la realidad no es la que funciona simultáneamente a la percepción, sino la que le sigue, manteniendo una cierta distancia respecto a ella, pero sin prescindir, en modo alguno, de lo percibido con anterioridad. Si no se tuvieran en cuenta los datos sensoriales proporcionados al percibir algo, fácilmente se pudiera caer en  una sobreinterpretación, que no consiste sino en distorsionar lo acontecido a partir de una lógica discursiva rígida e independiente de lo que, de hecho, acaece. A todo esto conviene agregar que tanto la percepción como la consiguiente interpretación, por muy distanciadas que se encuentre la una de la otra, la realiza un yo, que la cura psicoanalítica intenta reforzar, pues un yo fuerte sería la garantía de una buena adaptación y, por tanto, de una vida satisfactoria y sana. Según Lacan, lo que tendría que hacer el yo es abrirse al id, equivalente en gran medida al imaginario, en lugar de pretender dominarlo.10 Como es de sobra conocido, el yo vendría a consistir en una instancia psíquica diferenciada del superego y del id, pero que adquiere una función mediadora entre ellos. Ahora bien, el contacto establecido entre el yo y el id fácilmente puede derivar en una cierta identificación, vinculada a la imagen corporal que tal vez adquiera de sí mismo ese yo, conforme lo ha reconocido Lacan al elaborar su teoría del estadio del espejo. Por consiguiente, según dicho pensador, la identificación imaginaria que acerca al yo respecto al id es básicamente una identificación especular. Sin embargo, se advierte en Redes y obstáculos, que hay algo en la imagen de uno mismo que el lenguaje, inserto en el ámbito de lo simbólico, se resiste a expresar. No debería olvidarse, a este respecto, que la imagen de uno mismo no coincide en su totalidad con lo que es el yo y si se produjera tal coincidencia se caería en una cierta desviación narcisista y por tanto en una carencia de apertura satisfactoria al ámbito de lo real, más allá de las proyecciones reduccionistas alimentadas por dicho narcisismo. Los registros de tal patología psicológica se basan en la identificación con una imagen idealizada de uno mismo, la cual nunca deja de ser ilusoria, convirtiéndose en el engaño de alguien que pretende ser tal y como aparece a su propia mirada. Desde tal desviación narcisista, sería el yo ideal, fabricado interesada y oportunamente, el único que podría otorgar una consistencia identitaria, propensa a sumergirse en ámbitos privados, al margen de preocupaciones sociales, conforme lo ha 
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puesto de relieve Richard Sennett, en escritos ensayísticos tales como Narcisismo y cultura moderna, El declive del hombre público y La corrosión del carácter. Dicho pensador se refiere a la personalidad como si fuera un espejismo que resulta de un fenómeno social manifestado a partir de la aparición y predominio explícito del capitalismo. En este proceso, el comportamiento personal de individuos concretos va perdiendo su carácter público, para ir trasladándose progresivamente hacia lo privado, que es el dominio propio del narcisismo. Sennett ha insistido en el carácter mortífero de semejante narcisismo contemporáneo, que considera específico de la sociedad moderna y a partir de él teoriza sobre lo que denomina la corrosión del carácter, que se da en el tardocapitalismo globalizador. A todo esto se precisa agregar que en la sociedad posmoderna se va constituyendo una subjetividad inventada que cada cual fabrica, construye y dota de los respectivos rasgos identitarios. En Redes y obstáculos se aprecian las críticas lanzadas por Sennett tanto contra la personalidad narcisista, como contra sus efectos, pero al mismo tiempo se reconocen los riesgos que se asumirían al aceptar una posible idealización de la comunidad y la tradición, la cual, con independencia de lo esgrimido por Alasdair MacIntyre en After Virtue, Three Rival Versions of Moral Enquiry y Whose Justice Which Rationality?, pudiera muy bien conducir hacia una ilusión colectiva, basada en una historia imaginaria y hasta excluyente en algunos casos.11 Por su parte, en Identidad y violencia, Amartya Sen ofrece una potente lectura crítica de tal ilusión, sobre todo cuando advierte que las propuestas comunitarias se basan en la identificación total con un rasgo reduccionista de colectividades concretas y esto conduce en muchos casos al sectarismo y a la violencia.   Aun teniendo en cuenta las críticas que se pudieran formular sobre planteamientos comunitaristas, el discurso ensayístico de Redes y obstáculos trata de mostrar una cierta imparcialidad respecto al tratamiento otorgado a la temática de la identidad y alude a las aportaciones sociológicas provenientes de Zygmunt Bauman, quien en  Liquid Modernity afirma que la noción de identidad surge de la crisis de la idea de pertenencia y del esfuerzo puesto por llenar ese vacío. Para expresarlo de modo algo diferente, el sentimiento de pertenencia sería efecto de la identidad derivada de formar parte de un orden simbólico, tal y como es el proporcionado por ámbitos comunitarios. El anhelo de identidad proviene del deseo de seguridad personal y, en la denominada modernidad líquida, la identidad es algo que precisa ser inventado, en lugar de ser descubierto. Por consiguiente, sería ilusorio hablar de una identidad personal, anterior a la presunta identidad social. Ahora bien, no debería olvidarse, a este respecto, que, dentro de los condicionamientos posmodernos, se diluyen los grandes relatos y, como reacción a la intemperie producida por tal contingencia, se desarrolla un manifiesto interés subjetivo por dedicarse a expresiones autobiográficas dirigidas al entendimiento introspectivo de uno mismo. Ha sido Richard Rorty, quien reconociendo dicha ausencia de los grandes relatos, constatada por JeanFrançois Lyotard en The Postmodern Condition, ha teorizado sobre el yo narrativo. De lo afirmado por Richard Rorty en Philosophy after Philosophy se deriva que a través de una narración que uno mismo se construye, tanto la vida como el sufrimiento van adquiriendo sentido. No obstante, el discurso ensayístico de Redes y obstáculos advierte que tal posicionamiento de Rorty no excluye una cierta ilusión imaginaria, sobre todo cuando en él se defiende que al cambiar la creencia sobre uno mismo se modifica no sólo la propia subjetividad, sino también hasta la vida del individuo afectado. Para responder a esta objeción planteada a las argumentaciones de Rorty, en Redes y obstáculos se recurre al pensamiento de Paul Ricoeur, afirmando lo siguiente:  Una última sugerencia, más clásica, es la que viene de Paul Ricoeur. El autor mantiene que más allá de la identidad narrativa, de la que ya hemos hablado, hay una identidad singular. Este pensador tiene un planteamiento más sustancialista del ser humano que el que nos plantea Lacan, y considera que esta singularidad es más que un resto, que tiene una consistencia propia que además trasciende la identidad social. (102) Después de haber reflexionado sobre lo expuesto por Ricoeur en Oneself as Another, el discurso ensayístico de Redes y obstáculos se pregunta si la identidad cuestionada se corresponde con lo más real de uno mismo o resulta ser simplemente una ficción para hacer soportable la propia inconsistencia. No obstante, se precisa advertir que existe una identidad básica, materializada en el cuerpo de cada cual. Dicha identidad se expresa en la permanencia de un cuerpo que, aunque se va transformando, posee una misma estructura. Sería un error considerar al cuerpo como perteneciente al registro del imaginario, tal y como hace Lacan. Es la constatabilidad material del cuerpo la que hace transcender ese ámbito reduccionista del imaginario. De hecho, el cuerpo es biología y es él el que se enfrenta al placer y al dolor, a la enfermedad y a la muerte. Por tanto, el cuerpo muestra una resistencia visceral frente a concepciones del yo que lo convierten en una simple convención cultural. Por otro lado, el cuerpo permite superar relativismos diferenciadores, ya que de él no se puede prescindir en modo alguno, independientemente de las circunstancias de cada cual. Ahora bien, frente a esa identidad corpórea, aunque relacionada con ella de una forma u otra, se podría hablar de una identidad imaginaria, de la que se puede ser consciente en unas ocasiones y tal vez no en otras. Para obtener una cierta unidad entre ambas identidades, parece que se precise recurrir a la memoria, de la cual procedería el yo narrativo, abocado a relatar su propia autobiografía, en donde se expresan no sólo percepciones y pensamientos repletos de  connotaciones emocionales, sino también las acciones que se han ido realizando a lo largo de la vida. En conformidad con lo explicado, desde presupuestos fenomenológicos, por Xavier Escribano en Sujeto encarnado, la conciencia identitaria no sería, consecuentemente, algo desligado de la acción y reducido exclusivamente a un nivel epistemológico o cognoscitivo.12 De hecho, al formar parte la percepción de la conciencia, su objeto serían las acciones intencionales dirigidas a la otredad, es decir, a lo que no es uno mismo.13 Ahora bien, al acercarse al otro, el sujeto no puede prescindir de su propia corporeidad sensible. Convendría no olvidar que la percepción se realiza con todo el cuerpo, pues cada órgano de los sentidos interroga al objeto en su otredad y a su manera. En consecuencia, el cuerpo se encontraría abierto a diversas realidades, al tiempo que llega a favorecer el establecimiento de un diálogo pertinente y enriquecedor entre ellas.  A modo de corolario sintético de lo que precede, convendría insistir una vez más en que gran parte del discurso argumentativo de Redes y obstáculos se halla focalizado en la diferencia estructural existente entre lo entendido fenomenológicamente como percepción y la experiencia de las representaciones que surgen cuando, de algún modo y por el motivo que fuere, se llega a transformar lo percibido con anterioridad. Se afirma en dicho escrito ensayístico que existe en la mente un depósito de conocimientos previos a los que se recurre para interpretar las percepciones, mediante las que se obtiene un cierto acceso a la realidad, la cual es distorsionada, sin embargo, mediante la aparición, un tanto irracional, de deseos, asociados a ilusiones, afectos y fantasías. Por otro lado, no resulta superfluo reiterar lo advertido en Redes y obstáculos, al poner de relieve que ya Lacan intentaba trascender tanto ese ámbito del imaginario, como también el de lo simbólico, repleto de estructuras  lingüísticas, y se veía precisado a reconocer que lo real no se deja fijar ni tanpoco atrapar por determinadas formas de representación, aparezcan éstas como imágenes repletas de fantasías o relacionadas con deseos incumplidos. Tal vez el mejor procedimiento para no desfigurar lo real sea, tener en cuenta, desde la propia corporeidad, los datos sensoriales, sobre todo al percibir algo. De esta forma se pudiera muy bien evitar la caída en sobreinterpretaciones que distorsionan lo acontecido, fomentando hasta la fabricación de imágenes narcisistas e idealizadas de uno mismo. En última instancia, los raciocinios disquisitorios de Redes y obstáculos, expresados con rigor y precisión, contribuyen a alertar del riesgo corrido no sólo al apartarse de la materialidad fáctica de los hechos, de la que parte la percepción, sino también al sucumbir ante un distanciamiento enajenador producido por identidades imaginarias, construidas como refugio frente a las exigencias emanadas de la realidad, a todas luces inesquivable.  


1.La irracionalidad inserta en la condición humana ha sido tratada, desde presupuestos existencialistas, por William Barrett en Irrational Man, What is Existentialism, Time of Need y The Illusion of Technique. 
2.Advierte Popper una y otra vez que la experiencia se convierte simultáneamente en un simple procedimiento falible o refutado. 
3.Para explicar la diferencia existente entre los ámbitos respectivos del imaginario y de lo simbólico en el desarrollo del pensamiento de Lacan, convendría consultar las valiosas aportaciones de Juan David Nasio expuestas en Cinco lecciones sobre la Teoría de Lacan, sin olvidar lo matizado, con rigor y precisión, tanto por Juliet Flower MacCannell en Figuring Lacan como también por Bruce Fink en The Lacanian Subject. 4La noción de materialidad fáctica, como aquello con lo que se precisa contar, siendo, de hecho, ineludible, se halla opuesta no sólo a síntesis hegelianas, sino también a cualquier sistema, fuera del cual no quedaría nada que precisase una explicación satisfactoria.  
5. Al entender la imagen mental como la actualización de un mecanismo, Damasio facilita que se vaya comprendiendo mejor no sólo lo entendido propiamente como amnesia, sino también hasta el mismo inconsciente. 
6.De acuerdo con lo sugerido por Sara Barrena en La Razón Creativa, afirma Peirce que no es factible conocer ni pensar nada sin signos. Tal juicio crítico se pronuncia  a favor de la necesidad insoslayable de aceptar planteamientos semióticos, siempre enriquecedores de un modo u otro.  
7. El enfoque deconstructor propuesto por Jacques Derrida en La escritura y la diferencia y De la gramatología, al enfatizar la prioridad de la escritura, repleta de ausencias subversivas, sobre el logofonocentrismo de la presencia, implicado en la oralidad, parece distanciarse del indesdeñable valor que Lacan otorga a la estructura fonética.   
8.Afirma Salvador Pániker en Aproximación al origen que no resulta ser factible retroceder hacia un punto de partida consolidado a través de una firmeza contundente y hasta absoluta.  9Según explica Julián Marías en Breve tratado de la ilusión, el término ilusión ha ido adquiriendo varias significaciones, pero la que parece predominar vendría a ser la de engañar. En sentido positivo, la ilusión se vincula al entusiasmo, y al anticipo alegre de lo que acontecerá, conforme lo ha expresado poéticamente Pedro Salinas en Vísperas de gozo. Hay igualmente una perspectiva de futuro en la ilusión, sobre todo cuando se la liga a un proyecto. De cualquier forma se podría relacionar la ilusión con un deseo o incitación a que se manifieste algo percibido como ausente.  10Si se rastrea directamente el pensamiento de Freud, se comprobaría que su teoría del yo es muy compleja, prestándose a ser leída de varias maneras. 11Con la claridad y precisión que caracteriza el discurso argumentativo de MacIntyre, en “A Parcial Response to My Critics,” este pensador se ha dignado responder a la mayoría de las objeciones lanzadas contra sus planteamientos comunitaristas. 12Los razonamientos argumentativos de Sujeto encarnado van siguiendo las disquisiciones adelantadas por Maurice Merleau-Ponty en Fenomenología de la percepción, La estructura del comportamiento, Sentido y sinsentido y The Visible and the Invisible. 13De acuerdo con lo ya advertido, la percepción puede integrarse en lo entendido propiamente como conciencia, aunque ésta es más que aquella. No debería olvidarse, a tal efecto, que la conciencia es también representación. 

OBRAS CITADAS 

Ansermet, François Pierre Magistretti. A cada cual su cerebro. Buenos Aires: Editorial Katz, 2006. Barrena, Sara. La Razón Creativa. Crecimiento y finalidad del ser humano según C. S. Peirce. Madrid: Ediciones Rialp, 2007. Barrett, William. Irrational Man. A Study in Existential Philosophy. Garden City, New York: Dobleday Anchor Books, 1962. ---. What is Existentialism?. New York: Grove Press, 1964. ---. Time of Need. Forms of Imagination in the Twentieth Century. New York: Harper & Row, 1972. ---. The Illusion of Technique. Garden City, New York: Anchor  Press /Dobleday, 1978. Bauman, Zygmunt. Liquid Modernity. Malden, M A: Blackwell Publishers Inc., 2000. Castoriadis, Cornelius. La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona: Editorial Tusquets, 1989. Damasio, Antonio. El error de Descartes. Barcelona: Editorial Crítica, 2006. ---. En busca de Spinoza. Barcelona: Editorial Crítica, 2007. Derrida, Jacques. De la gramatología. Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 1971. ---. La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos, 1989. 
Cuaderno Internacional de Estudios Humanísticos y Literatura: CIEHL Vol. 20: 2013 

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