BÚSQUEDAS ESTRUCTURALES EN REDES Y OBSTÁCULOS DE ROCA JUSMET
Francisco Javier Higuero Wayne (State University )
( Aparecido en "Cuaderno Internacional de Estudios Humanísticos y Literatura": CIEHL Vol. 20: 2013
Las reflexiones discursivas esparcidas a lo largo de los raciocinios especulativos, puestos de relieve en "Redes y obstáculos" de Luis Roca Jusmet, responden a la pregunta sobre el fondo irracional que se oculta detrás de las ideas y las argumentaciones esgrimidas a favor de estructuras existenciales que componen la vida de individuos concretos, de carne y hueso(1). Ahora bien, desde el comienzo, se establece en dicho escrito ensayístico las cualidades que debería poseer un pensador para llevar a cabo e implementar una actividad especulativa como la propuesta a lo largo de lo que trata de dilucidar el discurso argumentativo de "Redes y obstáculos". En primer lugar, propugnan tales raciocinios una imprescindible apertura de miras, abocada a estar dispuesta a cuestionar y poner en tela de juicio constantemente las propias creencias, llegando incluso a refutarlas. De acuerdo con lo adelantado, desde presupuestos conceptuales fenomenológicos, por José Ortega y Gasset en "Ideas y creencias", cuando se cuestiona seriamente aquello con lo que se precisa contar y posee un cierto grado de certidumbre irrebatible, surge el pensamiento, el cual siempre merece estar sometido a procesos y estrategias falsacionables, conforme lo ha puesto de manifiesto Karl Popper en Conjectures and Refutations y Objective Knowledge.2 Mostrándose de acuerdo con tales aportaciones críticas, se advierte en Redes y obstáculos que las argumentaciones esgrimidas deberían poseer un cierto grado de coherencia que favoreciera el esclarecimiento de lo afirmado, a través de la adopción de una forma lógica. Finalmente, tanto la apertura de miras, como la mencionada coherencia argumentativa se verían enriquecidas si se evitara caer en ocurrencias que, en el fondo, vienen a ser no sólo falsacionables, sino sobre todo y de hecho también falsas. Para expresarlo de modo algo diferente, aunque las ocurrencias discursivas se prestan a ejercer un poder de fascinación atrapadora, no dejan de ser, en última instancia, reduccionistas en grado extremo. Teniendo en cuenta estos tres rasgos que caracterizan el pensamiento libre, desde el comienzo de lo especulado a través de los raciocinios esgrimidos en Redes y obstáculos se huye de cualquier planificación anticipatoria, prefiriendo ir madurando propuestas argumentativas, convertidas en objeto de las debidas consideraciones críticas. Las páginas que siguen aspiran a destacar el tratamiento discursivo otorgado a los raciocinios diseminados en dicho escrito ensayístico, repleto de numerosas alusiones intertextuales a lo esgrimido también por múltiples pensadores, en modo alguno coincidentes entre sí. Tales argumentaciones sólo son posibles desde el lenguaje, inserto en lo que Jacques Lacan denomina el ámbito de lo simbólico, explicado desde diversas focalizaciones disquisitorias a lo largo de las reflexiones y comentarios recogidos en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.3 Afirma, a este respecto, el discurso especulativo de Redes y obstáculos, que el lenguaje permite obtener un cierto distanciamiento, abocado a impedir dejarse atrapar por la identificación con una imagen idealizada de uno mismo, inserta tal vez en el ámbito del imaginario. La red que entrecruza lo simbólico y el imaginario teje el conocimiento propiamente dicho. A todo esto se precisa agregar que si lo simbólico, en cuanto lenguaje, viene a ser el significante, el imaginario no necesariamente es el yo corporal, propenso a incorporarse en la materialidad fáctica de hechos verificables.4 Se advierte en Redes y obstáculos que el lexema imaginario se utiliza tanto en filosofía como en las ciencias sociales, con la misma ambigüedad que en el lenguaje coloquial. No obstante, la tradición psicoanalítica que representan las propuestas de Lacan se complace en vincular el tema del imaginario a la fantasía. Por otro lado, Cornelius Castoriadis afirma irónicamente, en La institución imaginaria de la sociedad, que Freud, al estar dominado por el paradigma positivista, heredero del realismo metafísico, reprime el discurso del imaginario. Con semejante planteamiento muestra su desacuerdo también lo esgrimido por Jean-Paul Sartre, en El imaginario. Afirma Castoriadis que la matriz constituyente, a partir de la cual se percibe, piensa y actúa, tanto a nivel individual como colectivo, es precisamente lo que él denomina el imaginario radical. Hay una configuración estructural de la realidad externa a partir de un flujo de representaciones ligadas a afectos y deseos, que constituyen justamente el imaginario. A tal estructuración contribuye la percepción que permite dar un sentido a lo visible, intentando configurar el flujo de imágenes vinculado a afectos e intenciones. Ahora bien, para obtener una cierta comprensión del imaginario radical se precisa contextualizarlo en una sociedad concreta, superando la tentación de considerarlo como un mero proceso individual. Reitera el discurso ensayístico de Redes y obstáculos que dicho imaginario, propenso a ser calificado también como social, funciona como un filtro incluso respecto a la misma percepción, sobre todo si se aceptan como válidas los raciocinios argumentativos de Castoriadis, quien, a su vez, ha sido criticado por Juan Vázquez a lo largo de lo especulado en Mente y mundo. Afirma dicho escrito ensayístico que, contrariamente a lo defendido por Castoriadis, la representación es radicalmente distinta de la percepción, la cual siempre es anterior a aquella. La estimulación sensorial forma parte de lo entendido como percepción, mientras que la representación sería la conciencia que llega a poseer el sujeto de lo por él percibido. Para expresarlo de otro modo, las percepciones son conscientes en la medida en que existe un yo que las reconoce como propias. Conviene precisar, a este respecto, que la tesis mantenida por Vázquez parece compartir aires de familia con lo esgrimido por Antonio Damasio tanto en El error de Descartes, como en En busca de Spinoza. Afirma, dicho pensador, a este respecto, que la percepción produce en el cerebro una imagen, que luego puede conservarse y, cuando lo hace, lo que llega a permanecer no es la misma imagen almacenada, sino una pauta que permite actualizar su reconstrucción. Por consiguiente, se van memorizando esas pautas de reconstrucción de imágenes pasadas, que también pueden transformarse en directrices para la construcción de imágenes nuevas, las cuales pueden referirse a algo futuro o simplemente a una fantasía.5 El posicionamiento adoptado por Damasio se complementa con las dilucidaciones un tanto neurocientíficas recogidas por François Ansermet y Pierre Magistretti en A cada cual su cerebro. Ambos pensadores pudieran muy bien estar de acuerdo con Damasio, cuando precisan que las imágenes rememoradas no son representaciones que reproducen imágenes percibidas en el pasado, sino pautas de reconstrucción de tales imágenes. A todo esto conviene agregar que en la mente permanecen las huellas que han dejado las percepciones en el cerebro, adoptando formas de representación. Vendría así a producirse un proceso en el que las percepciones se van transformando hasta generar una compleja red interna de huellas, llamadas significantes, los cuales van construyendo el imaginario, integrado por un conjunto de representaciones surgidas de la transformación de lo percibido. El salto del significante al significado o la relación que pudiera establecerse entre ambos es explicado a lo largo de las especulaciones discursivas de Redes y obstáculos, recurriendo tanto a lo adelantado por Ferdinand de Saussure en Course in General Linguistics, como, sobre todo a las mencionadas aportaciones de Lacan. Se lee, a este respecto, en Redes y obstáculos, lo siguiente: El significante es definido por Saussure como la parte material del signo, que viene a ser la imagen acústica que asocia a un significado. Pero Lacan da la vuelta al planteamiento de Saussure al afirmar que el significante es lo determinante del signo, ya que es el lugar donde se instaura el sentido. Precede al significado y es autónomo con respecto a él, porque éste no es ni fijo ni consistente. Cada significante se ancla sin establecer una conexión rígida con un significado y su lugar se mantiene aunque este último vaya cambiando. (41) .Se advierte en Redes y obstáculos que la explicación dada por Lacan a lo entendido por significante no coincide con la del signo. Estaría de acuerdo dicho pensador con lo que esgrime Charles Peirce en The Collected Papers, cuando se refiere al signo como aquello que representa algo para alguien.6 Si un signo se entiende en función de lo que representa, el significante, que sería el núcleo duro del lexema o palabra, sólo se entiende en función de otros significantes, ya que a una palabra se la define siempre a partir de otras palabras. De hecho, en Escritos, Lacan se refiere a la metáfora, que considera junto a la metonimia el mecanismo básico del lenguaje, y que define como la sustitución de un significante por otro significante. Por tanto, dicho pensador niega que el símbolo ocupe una realidad inaccesible para el lenguaje y que se puede mostrar única y exclusivamente a través de una imagen. En última instancia, Lacan profundiza sobre el ámbito de lo simbólico a partir de la noción de significante. Ahora bien, la letra es el soporte material del significante, ya que constituye su unidad básica y lo que el discurso adquiere del lenguaje. Tal unidad hay que tomarla al pie de la letra, sin olvidar su estructura fonética, que es donde se articula el significante del discurso.7 El posicionamiento adoptado por Lacan, a este respecto, recuerda el de Freud, expuesto tanto en La interpretación de los sueños, como también en La psicopatología de la vida cotidiana, escritos abocados a poner de relieve que la asociación de imágenes, recuerdos y hasta conceptos discurre siempre por la línea del significante, es decir, de la letra. Afirma Freud que el sueño es como un jeroglífico y nunca debe ser tratado por la vía del significado. Lacan, a su vez, estaría de acuerdo en que lo determinante no es el significado, sino el significante, ya que hay un deslizamiento continuo de aquél bajo la acción desempeñada por éste. En conformidad con lo precisado por Michel Foucault en Nietzsche, Marx, Freud, se llega a producir una genealogía donde cualquier interpretación de carácter semántico remite a otra, ya que ésta siempre es inacabada, pues ni existe significado original ni tampoco referencia última, propensa a ser interpretada unívoca y definitivamente.8 De lo argumentado en Redes y obstáculos se deriva que el significado no deja de ser algo ambiguo y cambiante, quedando establecido e impuesto, con frecuencia, por el criterio emanado del poder cultural, inserto dentro del ámbito de lo que Lacan denomina lo simbólico. Dicho orden se constituye como realidad propia social y como una estructura que es independiente de su proceso de formación. Al margen de dichas imposiciones, la realidad con la que alguien se encuentra está filtrada siempre por determinadas estructuras perceptivas y transformada simbólicamente por el lenguaje. El sujeto que percibe, piensa e interpreta la realidad, en parte es anterior al ámbito de lo simbólico, y al mismo tiempo es su efecto. Esta característica un tanto contradictoria del posicionamiento existencial a que se encuentra abocado el sujeto, se pone de manifiesto, sobre todo en la experiencia del deseo, desde la que, de alguna manera, se recoge lo que es anterior al lenguaje. Se afirma en Redes y obstáculos que lo abocado a posibilitar y hacer indestructible el deseo proviene del hecho de que su objeto en el fondo está vacío, pues su única existencia posible consiste en ir desplazándose de un objeto a otro, sin satisfacerse nunca plenamente. No debería olvidarse, a este respecto, que el deseo se sostiene en la fantasía y, desde ella, se elabora la ficción que permite simbolizarla. Afirma Slavoj Zizek en La metástasis del goce que la fantasía viene a ser no una manera de escapar a la realidad, sino una manera de posibilitarla, al permitir separarse de lo experimentado como insoportable. Ahora bien, la fantasía no es la proyección del deseo, sino el condicionante que lo posibilita. De hecho, a través de la fantasía se aprende a desear aquello de lo que se carece, aunque quizás en algún momento se haya podido poseer. Si esto último fuera así, el deseo tal vez consista en la búsqueda de la satisfacción de algo que ya se ha tenido y a lo que se intenta volver. De cualquier forma, al relacionar el deseo con la fantasía, se la considera a ésta como la red desde la cual se otorga una significación emocional a lo que puede ser percibido del modo que fuere, bien sea repitiendo ya algo experimentado o involucrándose en nuevas experiencias. La relación existente entre percepción, fantasía y deseo es constatada de la siguiente forma en Redes y obstáculos: En nuestra relación con el mundo tenemos percepciones que nos conectan con el entorno en el que estamos insertos y al mismo tiempo hay una información interna que nos llega desde nuestra mente y que parte de nuestras fantasías y que da un significado emocional a lo que percibimos. (65)