Reseña de
Happycracia.
Como la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas.
Edgard Cabanas y Eva Illouz
Barcelona: Paidós, 2019
Escrito por Luis Roca Jusmet
Este libro no es algo menor, ciertamente. Es
un ensayo que casi me atrevería a decir que es imprescindible para entender los
tiempos que vivimos. Sorprendentemente (por la unidad de estilo y la coherencia
en la elaboración) es un libro escrito entre dos personas. Por una parte,
tenemos a una socióloga mundialmente reconocida, Eva Illouz, una de las
iniciadoras de los estudios sobre “el capitalismo emocional”, de la que
recuerdo especialmente su obra “La salvación del alma moderna. Terapia
emocional y cultura de la autoayuda”. Por otra parte, el joven psicólogo Edgar
Cabanas, que ha escrito muchos artículos analizando críticamente el uso
contemporáneo de la noción de felicidad.
El libro tiene como hilo conductor el
imperativo actual que nos exige ser felices y su rentabilidad económica y
política. Hay también un análisis crítico de la historia de la psicología, muy
en la línea de lo que plantea Nikolas Rose de entenderla en función de las
necesidades prácticas de los entramados del poder. De manera más precisa, cómo
la psicología positiva está cumpliendo este papel en la ideología neoliberal,
que como sabemos no es solamente una apuesta económica sino algo mucho más
profundo. Se trata de un estilo de vida y una forma de subjetivación con unas
consecuencias sociales y políticas muy precisas. La psicología positiva aparece
y triunfa en el siglo XXI, muy financiada por los poderes financieros y
empresariales y ampliamente aceptada en el mundo académico, sobre todo en USA.
Pero no deberíamos olvidarnos de lo que ya nos advirtió Georges Canguilhem hace
medio siglo: que la psicología era una pseudociencia con pretensiones
cognitivas que acaba siendo una tecnología de normalización. De esta forma la
psicología positiva se presenta como científica, objetiva e imparcial cuando en
realidad es todo lo contrario. La noción de felicidad, para empezar, es un
término ambiguo y confuso que puede ser fecundo para un trabajo conceptual
desde la filosofía, pero que no tendrá nunca la precisión que se le exige a un
término científico. Para continuar, ha elaborado un vocabulario que es
completamente ideológico y más que descriptivo o explicativo es prescriptivo
(gestión emocional, autoestima, competencia, resilencia, mindfulnes) y responde
a un ideal individualista, basado por cierto en unas simplificaciones
escandalosas. Por ejemplo, la de considerar que hay una salud mental positiva y
otra negativa, que es la de la persona que no es capaz de ser feliz y eliminar
sus emociones negativas. Como si la
polaridad que establece las emociones positivas/negativas fuera tan fácil, como
si no existiera la ambigüedad y la ambivalencia en los afectos, como si estos
no tuvieran una dimensión histórico-cultural, como si la indignación y la ira
no fuera necesarias para levantar una rebelión. Todo girando alrededor del mito
que considera al individuo como una entidad aislada, más o menos competente,
casi totalmente responsable de su vida. Considerando que las circunstancias son
algo secundario, que lo que debemos adaptarnos manteniendo siempre una actitud
positiva. Sin, por supuesto, ni plantearnos un compromiso político para
transformar una realidad social que no nos parece justa en algo mejor. De lo
político pasamos a lo terapéutico, de lo social a lo personal.