domingo, 24 de noviembre de 2024

ENTRE EL CUERPO SUBJETIVADO Y EL SUJETO VIRTUAL

 


Escrito por Luis Roca Jusmet

 





Es interesante pensar la diferencia entre una relación por vía virtual o por via…¿presencial ? No me parece un término preciso porque si estableces una relación virtual también estás presente. Tampoco podríamos decir que cambia lo simbólico o lo imaginario. Nos relacionamos a través de palabras que emitimos desde la voz y tenemos, a través de la mirada, una imagen del otro.

En un encuentro virtual somos sujetos con un cuerpo que nos relacionamos con el otro a través de una pantalla. El cuerpo es el soporte desde donde hablamos y percibimos. Pero nuestro cuerpo podría reducirse a un cerebro. El protagonista de “Johnny cogió su fusil” podría tener encuentros virtuales. Pero es un caso terrible que roza lo insoportable. Quizás hoy podría tener prótesis.

Lo cual nos da una primera pista, que es la distinción entre un cuerpo y una máquina, que es justamente la que no contemplaba Descartes. Desde una concepción dualista como la suya la diferencia entre una relación virtual y no virtual sería secundaria. Porque la mente puede estar tan activa en un caso como en otro. Incluso los afectos. Podríamos tener una relación virtual cotidiana mucho más interesante e intensa que una no virtual (que todavía no hemos sabido nombrar).

  La pregunta es clara. ¿Qué es entonces lo que perdemos en una relación virtual? Perdemos el cuerpo en su dimensión real. Queda el cuerpo simbólico, es decir el cuerpo que habla y del que hablamos. Queda el cuerpo imaginario, es decir el cuerpo-imagen que podemos ver e imaginar. Pero el centro se desplaza a otro lugar. Se desplaza a la mente como el centro desde el cual nos relacionamos. Es el sujeto-mente el que interactúa. Es la concepción cartesiana radicalizada. Un sujeto-mente que utiliza máquinas, desde su cuerpo hasta su ordenador.

 Este cuerpo real que perdemos en lo virtual es el cuerpo como centro de nuestra experiencia. Como decía Spinoza somos cuerpo con una idea de sí mismo, que es la mente. Que la mente es idea del cuerpo no quiere decir quela mente sea la representación del cuerpo, como interpreta Antonio Damasio.

Quiere decir que somos una potencia que se manifiesta como mente y como cuerpo.   ¿En una relación virtual disminuye la potencia del cuerpo?  Porque esto ocurre también cuando leemos un libro, cuando escuchamos música o cuando  miramos una película. Entonces no hemos de considerar lo que ocurre con el cuerpo en términos de movimiento/reposo ni en términos de contacto desde la piel. Es algo más profundo y enigmático lo que se pierde. Algo relacionado con el cuerpo como misterio. Porque quizás es en el cuerpo donde se resumentodas las preguntas sobre la existencia y la condición humana. Algunos filósofos, como Schopenhauer, Nietzsche, Merleau Pony o Michel Foucault hanquerido llevar la filosofía de a la corporalidad. Igual que hicieron, a su manera, Freud y Lacan. 

 En todo caso hay que ir de la idea de un sujeto con cuerpo, propia de Descartes, al un cuerpo subjetivado, que va del planteamiento de Spinoza al de Merleau-Ponty. O al del interesante biólogo Francisco Varela cuando habla del cuerpo. El budismo zen, escuela soto, centra su práctica en el zazen. Es el cuerpo, en una determinada posición, con una precisa gestualidad y respirandola base de esta meditación.

  Algo se pierde y este algo tiene relación con el cuerpo real, cuerpo del goce y del padecimiento, cuerpo desde el que experimentamos lo vivido. Sobre estoque se pierde hay que reflexionar en profundidad y con matices.

CONTRA EL MULTICULTURALISMO Y EL PLURINACIONALISMO

 


Luis Roca Jusmet







 




Las identidades culturales en la modernidad son ilusorias. No vivimos en comunidades cohesionadas por tradiciones. Vivimos en sociedades abiertas y en la que todo lo cultural se mezcla. La identidad política debe basarse en un patriotismo constitucional, es decir en la lealtad con una Constitución que esté en la base de un Estado democrático y social de Derecho. Tenemos todos

identidades culturales plurales y reivindicar una identidad cultural única es la base para la negación de la disidencia interna en el grupo, del sectarismo hacia

los otros y, en el límite, de un fundamentalismo que acaba justificando la violencia. Son las dinámicas tribales.

Pero parece que se mantiene como algo deseable y correcto propuestas políticas que se basan en esta ficción. Una es vieja, la del multiculturalismo, y otra más nueva, la del Estado plurinacional. El multiculturalismo parte de estas identidades culturales supuestamente homogéneas y pide respeto y buena convivencia entre ellas. No se da cuenta de que justamente esa potenciando

Un “nosotros y ellos” ; que tiene los peligros que antes he mencionado. Si algo tiene de bueno la modernidad es esta idea de ciudadano sin atributos al que el Estado le facilita vivir según unos derechos y le exige cumplir unas

obligaciones. Como sujeto individual que forma parte de una sociedad, no como miembro de una comunidad. Este es el punto de partida. A partir de aquí puede formar parte de muchas comunidades, las que elija. Pero en un contexto intercultural. Comunidades abiertas, no cerradas. Mezclarse siempre ha dado mejores resultados que encerrarse en un grupo. Las tradiciones, como tales, no son buenas ni malas. Pero no pueden imponerse. A esta en propuesta la llamará  “nterculturalismo”, no “multiculturalismo”.

   Hablemos del Estado plurinacional y lo haré desde mi experiencia española. La noción me parece, ya de entrada, contradictoria. Porque si defendemos el

Estado de derecho y una sociedad basado en lo civil, es decir en la que el sujeto de derechos y deberes es el ciudadano, entonces la única identidad de un Estado es política. La noción habermasiana de “patriotismo constitucional” es bastante útil. Uno es patriota en la medida en que se identifica con un país cuya constitución defiende la libertad y la seguridad de todos. En España los

nacionalismos periféricos se han ido imponiendo en las comunidades autónomas estipuladas en la Constitución. Rompiendo la lealtad a la nación cívica. Potenciando una fobia a la lengua española y eliminando el pluralismo

lingüístico interno. Reclamando un supuesto “derecho a decidir” que solo es aplicable a las colonias y no a las zonas ricas de un país. Hablando de Cataluña o de Euskadi como naciones y de España como un Estado opresor (

incluso pretendiendo sustituir de forma ridícula la palabra “España” como “Estado espanyol”. Lo que hay detrás es un nacionalismo étnico en la que implícitamente se considera pueblo a los que se identifican con unas

determinadas prácticas y creencias. El Estado plurinacional es una vertiente más del nacionalismo, en la que este se define por características culturales.

Llegamos así a la democracia “iliberal” de tipo nacionalista que defienden Trump, Bolsonaro y en Europa todo el nacionalismo populista de extrema

derecha.

 La izquierda no puede entrar en estos discursos. Debe defender un Estado que sea realmente de derecho, incluyendo los derechos económicos para unas

condiciones de vida digna dignas para cualquier ciudadano. Y un ciudadano es un sujeto de derechos y deberes sin atributos. Es un sujeto vacío porque puede

serlo cualquiera. El multiculturalismo y el    plurinacionalismo se basan en una idea de identidad que se basa siempre en elementos culturales y que es, por

tanto, excluyente. Habla de comunidades y con ello potencia lo particular (grupo) frente a lo singular ( individuo) y lo universal ( lo común). Si hay algo

bueno en la modernidad es justamente esta posibilidad del sujeto de seguir un

camino que vamos trazando y no está estipulado, con los otros y desde el derecho común de todos.

EL LEGADO DE MICHELFOUCAULT


Luis Roca Jusmet



Cuando estudiaba en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, el curso 1981-2 tuve a un profesor muy brillante que me resultó muy estimulante. Era Miguel Morey y su asignatura era “Teorías del sujeto en el post-estructuralismo”. Su clase era un diálogo con Gilles Deleuze, que me parecía sugerente pero al que no acababa de coger el hilo, y con Michel Foucault, al que empecé a leer de manera sistemática. Sobre todo estuve trabajando a fondo el primer volumen (“La voluntad de saber”) de su Historia de la sexualidad, que acababa de publicarse traducido al español.Me pareció un ensayo muy renovador y original ( en el buen sentido de la palabra). Leí también “La historia de la locura en la época clásica” y “El nacimiento de la locura”. Eran unos temas que siempre me habían interesado y el punto de vista de Foucault abría un horizonte crítico muy fecundo. Aunque me pareció que utilizaba una escritura demasiado barroca. Pero me pareció muy riguroso por su parte el que evitara que sus trabajos se pusieran al servicio de modas como “la antipsiquiatría” o “la antimedicina”. Foucault no quería dar respuestas, ni mucho menos recetas ideológicas. Quería dar la palabra a los enfermos y a los locos y cuestionar el poder institucional de médicos y psiquiatras. También me impresionó la lectura de “Vigilar y castigar” y su compromiso de dar la palabra a los presos comunes. Recordaba como cuatro años antes los presos comunes de la Modelo de Barcelona, coordinados en la C.O.P.E.L. ( Presos en lucha) con el resto de España, habían iniciado un motín que dió mucho que hablar. Su método genealógico, entendido cómo un buscar desde el presente unos precedentes en el pasado que nos permita entenderlo mejor. No contra la historia, que intenta reconstruir el pasado, pero tampoco como ella. Aceptando que buscamos un hilo conductor en una línea determinada. Menos me interesaba su teorización sobre la arqueología del saber ( y “Las palabras y las cosas”). Lo cierto es que Foucault me había dejado una marca en mi manera de pensar. Pasaron unos veinte años hasta que mis lecturas de Pierre Hadot me llevaron de nuevo, de manera inesperada, a Michel Foucault. Mi descubrimiento de Hadot tenía que ver con su visión de la filosofía como forma de vida y como ejercicio espiritual de transformación de sí. Es decir a la filosofía como cuidado de uno mismo y de los otros, y también a la recuperación del estoicismo. ¿ Qué tenía esto que ver con Foucault? Parecía que nada, ya que las trayectorias biofilosóficas de Hadot y de Foucault, aunque fueran de la misma generación, no tenían absolutamente nada que ver. Pero Foucault era un espíritu libre, no estaba subordinado a su imagen ni a las demandas de sus seguidores. De esta manera había dado un giro muy importante a sus planteamientos, por mucho que hubiera, cómo insiste en decir, un hilo conductor en sus investigaciones. Hilo conductor que, según dice el propio Foucault, que no tiene que ver con el poder sino con la relación entre sujeto y verdad. Hay que leer las últimas entrevistas para ver esta coherencia La cuestión es que en junio de 1984 Foucault había muerto de SIDA. Poco antes de morir había publicado el segundo y el tercer volumen de su Historia de la sexualidad: “El uso de los placeres” y “La inquietud de sí”. Eran libros que yo no había leído. Es en estos textos donde se comprueba el encuentro con Pierre Hadot. Pero lo realmente importante para mí fue la publicación póstuma de las transcripciones de los cursos que dió Michel Foucault en el Collège de France entre 1970-1 a 1983-4, el mismo año de su inesperada muerte a los 57 años. Estos cursos son un ejemplo de libertad y a la vez rigor en la investigación. Dos de ellos me parecen imprescindibles. Uno es el que dió enel curso 1977-8, “Seguridad, territorio, población” y otro el curso 1981-2, “La hermenéutica del sujeto”. El primero es clave para entender la lógica del Estado moderno en las sociedades liberales, que pasan de la lógica del poder disciplinario ( este que tanto había estudiado en sus estudios de microfísica del poder) al poder de la sociedad del control. “La hermenéutica del sujeto” ha sido para mí un libro totalmente inspirador en mis investigaciones sobre lo que significa hoy construirse como sujeto ético. Y muy importantes también las críticas de Pierre Hadot a la manera como Michel Foucault quiere recuperar las propuestas éticas de las escuelas alejandrinas y romanas. Desgraciadamente la muerte de Foucault no le permitió conversar con Hadot sobre sus apreciaciones, por otra parte muy respetuosas. A raíz de ello escribí mi libro “Ejercicios espirituales para materialistas. El diálogo (im) posible entre Pierre Hadot” y Michel Foucault”. Finalmente publiqué el año pasado “Manifiesto para una vida verdadera” con una buena dosis de mis lecturas de Foucault. Todo mi agradecimiento hacia él: me ha permitido abrir los horizontes de mi pensar. Todo esto supone que para mí Michel Foucault fue realmente una caja de herramientas, como él pretendió ser. Y lo fue para otros muchos. El mejor ejemplo, que yo conozca, son las investigaciones del sociólogo inglés Nikolas Rose. O mucho más cercano, el filósofo español Francisco Vàzquez García. Lo que nos aporta Foucault es un trabajo en curso, en el que cada cual coge lo que le interesa. Los peores obstáculos para apreciar este rico legado de Foucault me parece que son bastantes. Diré cuatro. En primer lugar el convertirlo en un objeto académico que lo desmenuza hasta hacer de él un cadáver. En segundo, hacer de él un ideólogo del LGTB. Foucault siempre problematizó las identidades, sean binarias o trans. También los antifoucaultianos se han alimentado de los tópicos y malentendidos y la mayoría ni siquieran han hecho una lectura seria de sus textos. Dejo de lado la sordidez de las acusaciones de los que quieren ganar prestigio a cambio de acusaciones de las que no puede defenderse. Finalmente el mal que le hacen los “foucaultianos” que quiere construir una escolástica en torno a su obra. Celebremos con alegría no la muerte de Foucault sino la herencia que nos ha dejado que, como todas, hay que saber administrar y transformar en algo diferente.

lunes, 7 de octubre de 2024

ELOGIO DE LO SINGULAR Y DE LO UNIVERSAL

 


                                                          

 

Luis Roca Jusmet

 

Una secta es algo habitual, normalizado y aceptado en nuestra sociedad. Al darle a la palabra un sentido tan extremo, destructivo y negativo nos privamos de una palabra/idea que es fundamental para entender las dinámicas de nuestra sociedad. Una secta es un grupo cerrado, con una jerarquía interna que se considera en posesión de la verdad y con una propuesta salvadora, en el sentido que sea. Los partidos, las iglesias, muchos círculos en torno a unos textos que se asumen como dogmas tienen tendencias sectarias. Las sectas siempre polarizan por las certezas sobre las que se constituyen y porque los miembros se identifican con ellas, les da un sentido de pertenencia y una identidad.

  Por otra parte, están los grupos de poder económico y corporativo que se mueven por intereses particulares y quieren imponerlos, por la fuerza o manipulando. Tanto uno como otro son tendencias antidemocráticas de una sociedad democrática.

 Lo único que puede neutralizarlas a nivel político son las leyes, las instituciones y

la separación de poderes. La idea de un Estado de Derecho que debe garantizar los derechos de todos los ciudadanos que pertenecen a él. La idea de que los sujetos del Estado son todos y cada uno de los ciudadanos. Es decir, lo universal y lo singular (todos y cada uno) contra lo particular (lo grupal). Y una aceptación del pluralismo que va contra estas tendencias sectarias y que implica la aceptación del otro como adversario con el que competir no como un enemigo a destruir.

 A nivel cultural me parece que el pluralismo pasa, no por la competencia, sino por la cooperación. No por la tolerancia del multiculturalismo sino por la apertura de un diálogo intercultural. Porque los grupos culturales cerrados, homogéneos, también son sectas. Pienso que algo que tiene de bueno la globalización, aparte de ir hacia un derecho común, como antes he apuntado, es la creación de un espacio intercultural, en el que cada tradición cultural huye tanto de la arrogancia como de la culpa y del victimismo, y es capaz de reflexionar críticamente sobre sí misma, potenciando lo bueno y excluyendo lo malo. ¿Desde qué perspectiva? Desde la defensa de la universalidad de los derechos humanos y la búsqueda de un espacio compartido desde lo  intercultural. Pero sobre todo desde esta reivindicación de lo singular, de este sujeto capaz de construirse éticamente y trazar su propio camino.

 Hay en la modernidad una tensión entre lo universal y lo singular en contra de lo particular. Lo particular es lo grupal, propio de las sociedades tradicionales premodernas y que hoy, como he dicho al principio, se conserva en forma de sectas. Todos tenemos múltiples influencias culturales y una la compartimos con unos y otras con otros. No hay una identidad única con la que identificarnos. Pero la propia modernidad ha generado particularismos muy peligrosos, como el nacionalismo, que me parece algo contra lo que también hay que luchar. No un patriotismo razonable, una identificación relativa con una nación política sino una identificación absoluta con lo que bien se llamó “una comunidad imaginaria”. Y el otro particularismo es el totalitarismo, que esto si coincide con la peor expresión de lo sectario.

 

DOS REFLEXIONES SOBRE LO COTIDIANO



Luis Roca Jusmet

Vamos caminando con nuestros pensamientos, sin saber la inmensa red en la que estamos atrapados en cada momento. Todo lo que ocurre que, directa o indirectamente, está causado por nuestros actos pasados. Todo lo que se está haciendo cerca o lejos que directamente nos afectará. Todos los que, desde el amor o desde el odio piensan en nosotros. Todos los acontecimientos que nos afectan sin que lo sepamos. Toda la red de recuerdos no conscientes o inconscientes que hay detrás de lo que pensamos y sentimos en cada momento. Pues esto es lo que somos, un cuerpo ( en el sentido amplio: con alma, con espíritu) que forma parte de un tejido temporal (proceso) y espacial (relaciones). 



 Lo cotidiano oscila entre un hacer mecánico y un hacer vivido. La diferencia no es si hay o no hay repetición. Puedes cambiar mecánicamente o puedes repetir con sentimiento. Esta es la clave, la capacidad para sentir lo que hacemos. Taisen Deshimaru, maestro zen japonés, decía que los occidentales viviamos a medias : hacíamos una cosa pensando en otra, sin entregarnos al acto. Me parece que el reto es cómo vivir intensamente lo que hacemos, con plena intención y atención, y al mismo tiempo manteniendo una distancia de la conciencia con respecto al afecto que nos produce lo que hacemos y viivimos. Esta es, por lo menos, la propuesta del hinduismo y el budismo

viernes, 3 de mayo de 2024

PSICOLOGIA BUDISTA

Luís Roca Jusmet


Voy a partir de mi lectura del libro de Mark Epstein "Pensamiento sin Pensador. Psicoterapia desde una perspectiva budista". No resumir el libro sino señalando lo que me resulta más relevante. En primer lugar me parece interesante su referencia a la Rueda de la Vida. Es un mandala en el que en el centro aparece el círculo vicioso de las tres pasiones (diría Spinoza, pero también Lacan) que nos encadenan, que se alimentan y se devoran mutuamente: el apego (representado por el Gallo Rojo), el odio (representada por la Serpiente Verde) y la ignorancia (representada por el Cerdo Negro). Estas son las causas del sufrimiento que se dan en los Seis Reinos en los que existen los seres conscientes ( los Reinos humanos, animales, celestiales, de los fantasmas hambrientos y de los titanes). Entiendo que estos seis reinos del mandala de la Rueda de la Vida es a la vez el del karma y el del samsara aplicados a los seres humanos. Karma es el encadenamiento de nuestras vidas a partir de las consecuencias de nuestros actos. Lo de vidas (muertes y renacimientos) lo podemos entender en sentido literal (reencarnación) o en sentido metafórico: todas las veces que "morimos" o "vivimos" en una vida, entendido desde nuestras crisis y transformaciones. Aunque aquí en hay otro planteamiento posible, como el de René Guenón y Ananda Coomaraswamy. El Reino humano es el que nos encadena a la ilusión del yo y al narcisismo. A lo que el psicoanalista Winnicott llama "el falso yo" o Lacan "el yo imaginario". Es el apego para considerarnos "algo" acabado y consistente a lo que adorar o conservar. Un yo defensivo, narcisista, paranoico. Nos quedamos atrapados en el apego narcisista y la ignorancia. El Reino Animal sería, si lo aplicamos al ser humano, el de las pulsiones (nombre que Freud da a lo instintivo del ser humano, separado de la parte natural. Son las pulsiones sexuales y violentas, que nos dejan atrapados en el apego y el odio. Sin salida. Lo mismo el Reino de los Fantasmas Hambrientos, que es el que los psicoanalistas llamarían de las pulsiones orales y que lleva a las dependencias de todo tipo y, en el límite, las adicciones. Por supuesto que lo hace es dejar totalmente atrapado en los apegos e ilusiones. Los reinos que quedan son el infernal, el celeste y el de los titanes. El infernal es el del mayor sufrimiento, porque es el del odio contra uno mismo y contra los otros, el de la locura y de la destrucción. Los reinos celestes son los de las experiencias de lo que Freud llamó "sentimientos oceánicos", pero también estados eróticos, como bien nos mostró Georges Bataille, o creados por drogas psicodélicas, como describe Ernst Jünger en "Acercamientos" o Aldous Huxley en "Las puertas de la percepción". No tienen, por muy interesantes que sean, un papel necesariamente liberador. Igual que tampoco debemos considerar negativamente el Reino de los Titanes o de la afirmación del yo, que el budismo sitúa cercano al anterior. Porque una cosa es el yo imaginario del narcisismo y otra las estructuras de yo, necesarias para afirmarnos frente a los otros. El mismo Arnaud Desjardins, uno de los grandes practicantes del Vedanta, nos explica lo que le dijo, después de muchos años de práctica, un Maestro, fue, para su sorpresa: "Lo que usted necesita es fortalecer el carácter La propuesta de Mark Epstein no es la de mantenerse al margen de estos dominios de la existencia ( lo que llama "los reinos") sino la de atravesarlos. Porque no es posible ni deseable no pasar por estas experiencias. Forman parte de lo que nos toca pasar como humanos, y todos lo hacemos en mayor o menor medida. En este sentido hay también afinidad con el psicoanálisis. Y que el resultado de pasar por el dolor que supone esta travesía es una transformación de sí, es decir, una nueva posición subjetiva respecto al dolor, uno mismo, los otros. Lo cual supone una eliminación de la ficción de un yo unificado y del narcisismo implicado en ello. Hay que atravesar los "reinos" y no dejar restos que alimentan los apegos, el odio y la ignorancia. La primera verdad: La constatación del dukhha o insatisfacción constante, provocado por la incertidumbre, la falta de ser y el narcisismo herido, los deseos insatisfechos, la conciencia de la finitud, la vejez, la enfermedad, el dolor. Aquí hay una coincidencia con Schopenhauer y con Freud. La segunda verdad: La raíz de esta insatisfacción es el deseo ilusorio de un yo completo al que adorar (narcisismo) y de objetos que nos puedan completar. La ignorancia de que somos necesariamente incompletos y que nada podrá completarnos. Esto tiene que ver también con la aceptación de la castración simbólica que planteaban psicoanalistas como Françoise Dolto o Jacques Lacan. La tercera verdad: Para salir del dukhha hay que ir a la raíz y tener una recta visión de cómo eliminarla. La cuarta verdad: Es el Sendero dr la Vía Media. No se trata de retroceder a un estado regresivo anterior al yo, ni de fusionarse con la Naturaleza, ni una experiencia transpersonal. Tampoco de una pretensión de gestión, control o supersión de emociones por parte del yo. Se trata de aceptar nuestra falta, es decir, el medio-vacío que nos corresponde. Es decir, la impermanencia, la incompletud. Para ello, plantea Mark Epstein, hay que combinar los ejercicios de atención plena y de meditación con la psicoterapia de orientación psicoanalítica (básicamente la relacional de Bion y Winnicott). Siguiendo el planteamiento de Mark Epstein en su libro "Pensamientos sin pensador. Psicoterapia desde una perspectiva budista" ¿qué es la meditación? . No se trata de un ejercicio para relajarse. Bien al contrario, es una manera implacable y sin conces
iones de despejar la realidad desnuda de nuestra mente. Se trata de una atención plena a lo que va ocurriendo en nuestra mente, lo cual tiene por sí mismo un aspecto transformador. Hay una posición de observador, lo cual supone una distancia, una no identificación con ideas y emociones. Una atención que incluye las sensaciones corporales. Cuando somos capaces de conseguir este estado de imparcialidad, de conciencia, - testigo, nos distanciamos de las reacciones automáticas y aparece un tipo de espontaneidad sin sujeto, sin agente, sin un yo que la produce. Hay una afinidad con el "entre" del espacio transicional que formula el psicoanalista Winnicott con el que los niños trabajan el objeto materno perdido. Una manera de reciclar el material emocional, incluido el dolor. Para Mark Epstein, aunque sean complementarios, meditación y terapia no son lo mismo. La meditación, en su doble vertiente de concentración (sobre un objeto único de la conciencia) y de atención plena al momento lleva a estados, dice, de terror y de deleite. Terror porque ponen de manifiesto nuestra precariedad. La concentración explora nuestra metáfora espacial del yo como entidad: el lugar del yo está vacío, solo hay una red. La atención plena explora la metáfora temporal de la permanencia. Lo único que hay es la continuidad de un proceso. Pasamos a poner atención a las sensaciones corporales y, sobre todo, a la respiración. Se trata de crear una resonancia en lugar de uns aceleración. No se trata de alcanzar un Yo superior o verdadero sino de la comprensión profunda, real, radical ( no verbal) de que el yo es una ilusión. Cuestión que coincide con la visión psicoanalítica de Jacques Lacan. Se trata de que el paciente sea capaz de repetir las emociones no resueltas del pasado para aprender a convivir con el dolor que implican. La atención plena puede ser útil. Las emociones que repetimos son aquellas con las que nos identificamos, pero somos menos conscientes y nos resistimos a aceptarlas. Lo que repetimos no es lo traumático sino el intento de repararlo. Es una repetición en la que estamos atrapados en un intento de reparación imposible de un vacío que no se acepta. De lo que se trata es de enfrentarse a este vacío que se vive como insoportable. A veces los antepasados son fantasmas que nos persiguen. Hay que reconocer las heridas que consideramos que los otros nos hacen para transformar el resentimiento en lamento. Al final se trata de reelaborar y de resignoficar lo vivido, empezando por aceptarlo. Pero para esto hay que identificarse con lo traumático para atravesarlo y poder distanciarnos. De lo que se trata es de eliminar la repetición y su causa, que es esta idea de reparación. Aceptar que lo ocurrido no tiene reparación y hay que aceptarlo. Este es el cambio de posición, la de la aceptación de que nuestro yo ocupa un lugar vacío y que este este vacío el que hay que aceptar O quizás, pienso yo, sería mejor llamarlo, como plantea François Cheng, un medio-vacío. Hay que confrontarse con el yo para vaciarlo de esta ilusión de completud. Esto está cerca de lo que planteaba Lacan o Bion cuando decía que "los pensamientos existen sin pensador", que es el que le inspira el título del libro.

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