Escrito por Luis Roca Jusmet
Los adolescentes de las sociedades liberales avanzadas tecnológicamente, viven en un mundo que ya no es el de sus padres, el de los adultos, el nuestro. La transformación viene sobre todo por dos acontecimientos. El primero es el declive del padre y con él el de cualquier autoridad. La familia nuclear era la base de la sociedad jerárquica y disciplinaria con que se inició el capitalismo. Pero los dispositivos liberales basados en el control más que en la disciplina, en la regulación más que en la intervención, han acabo declinando hasta el ocaso la figura del padre, Los adolescentes viven en familias nucleares, abiertas o monoparentales pero en las que mayoritariamente no hay una autoridad que domina. Hay relaciones de poder más diluidas, más dispersas. La escuela tampoco es la escuela autoritaria y disciplina. Bajo el ideal de la formación permanente para el desarrollo de las competencias, sobrevive como puede.
Vivimos en una sociedad líquida en la que estos adolescentes se mueven por redes complejas y no por estructuras rígidas. Todo aparece como efímero y provisional, empezando por la propia familia, la situación laboral de los padres, un futuro incierto...
Tenemos después de los profundos cambios tecnológicos. El móvil cumple un doble papel. Uno es el de prótesis, es una continuidad tecnológica del cuerpo. Es el soporte tecnológico que duplica la mediación simbólica entre el sujeto y el mundo. Los humanos no vivimos en el mundo natural, estamos separados de él por nuestra propia constitución. Nos relacionamos con el mundo a través de las palabras, de las estructuras lingüísticas, que son, en cierta manera, las que configuran nuestros deseos. El móvil no crea un mundo simbólico nuevo pero lo transforma, hace la mediación más profunda, nos separa más del mundo natural. Pero también tiene el papel de un objeto que produce un placer inmediato, que no deja aparecer la falta a partir de la cual elaboramos un deseo.